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Desarrollo


CAPÍTULO XXII Juan de Añasco llega a Apalache y lo que el gobernador proveyó para descubrir puerto en la costa Es de saber que, cuando el capitán Pedro Calderón llegó al pueblo de Apalache, había seis días que el contador Juan de Añasco, que salió de la bahía de Espíritu Santo con los dos bergantines en demanda de la de Aute, era llegado sin haberle acaecido por la mar cosa digna de memoria. Desembarcose en Aute, sin contradicción de los enemigos, porque el gobernador, tanteando poco más o menos el tiempo que podía tardar en su viaje, envió doce días antes que llegase al puerto una compañía de caballos y otra de infantes que le asegurasen el puerto y el camino hasta el real, los cuales se remudaban de cuatro en cuatro días, que llegando los unos a la bahía se volvían los otros, y, mientras estaban en el puerto tenían las banderas puestas en los árboles más altos para que las viesen desde la mar. Juan de Añasco las vio y se vino al real con las dos compañías, dejando buen recaudo en los bergantines que quedaban en la bahía. Pues como estos dos capitanes Juan de Añasco y Pedro Calderón se viesen ahora juntos en compañía del gobernador y de los demás capitanes y soldados, hubieron mucho placer y regocijo por parecerles que, como se hallasen juntos en los trabajos, por grandes que fuesen se les harían fáciles, porque la compañía de los amigos es alivio y descanso en los afanes. Con este común contento pasaron el invierno estos españoles en el pueblo y provincia de Apalache, donde sucedieron algunas cosas que será bien dar cuenta de ellas sin guardar orden ni tiempo más de que pasaron en este alojamiento.

Pocos días después de lo que se ha dicho, como el gobernador nunca estuviese ocioso sino imaginando y dando trazas consigo mismo de lo que para el descubrimiento y conquista, y después para poblar la tierra le pareció convenir, mandó a un caballero de quien tenía toda confianza, natural de Salamanca, llamado Diego Maldonado (el cual era capitán de infantería y con mucha satisfacción de todo el ejército había servido en todo lo que hasta entonces se había ofrecido), que, entregando su compañía a otro caballero, natural de Talavera de la Reina, llamado Juan de Guzmán, gran amigo suyo y camarada, fuese a la bahía de Aute y con los dos bergantines que el contador Juan de Añasco allí había dejado, fuese costeando la costa adelante hacia el poniente por espacio de cien leguas, y con todo cuidado y diligencia mirase y reconociese los puertos, caletas, senos, bahías, esteros y ríos que hallase y los bajíos que por la costa hubiese, y de todo ello le trajese relación que satisficiese, que para lo que adelante se les ofreciese, dijo, le convenía tenerlo sabido todo, y diole dos meses de plazo para ir y volver. El capitán Diego Maldonado fue a la bahía de Aute y de allí se hizo a la vela en demanda de su empresa, y, habiendo andado costeando los dos meses, volvió al fin de ellos con larga relación de lo que había visto y descubierto. Entre otras cosas, dijo cómo a sesenta leguas de la bahía de Aute dejaba descubierto un hermosísimo puerto llamado Achusi, abrigado de todos vientos, capaz de muchos navíos y con tan buen fondo hasta las orillas que podían arrimar los navíos a tierra y saltar en ella sin echar compuerta.

Trajo consigo de este viaje dos indios, naturales del mismo puerto y provincia de Achusi, y el uno de ellos era señor de vasallos, los cuales prendió con maña y astucia indigna de caballeros, porque, llegado que fue al puerto de Achusi, los indios le recibieron de paz y con muchas caricias le convidaron que saltase en tierra y tomase lo que hubiese menester, como en la suya propia. Diego Maldonado no osó aceptar el convite por no fiarse de amigos no conocidos. Pues como los indios lo sintieron, dieron en contratar con los castellanos libremente, por quitarles el temor y la sospecha que de ellos podían tener y así iban de tres en tres y de cuatro en cuatro a los bergantines a visitar a Diego Maldonado y a sus compañeros, llevándoles lo que les pedían. Con esta afabilidad de los indios osaron los españoles sondar y reconocer en sus batelejos todo lo que en el puerto había, y, como hubiesen visto y comprado lo que para su navegación había menester, alzaron las velas y se hicieron a largo llevándose los dos indios que trajeron presos, que acertaron a ser el curaca y un pariente suyo. Los cuales, confiados en la buena amistad que infieles y fieles (aunque para ellos no lo fueron) se habían hecho y movidos por la relación que los otros indios les habían dado de los bergantines, con deseo de ver lo que nunca habían visto, osaron entrar en ellos y visitar al capitán y a sus soldados, los cuales, como supiesen que el uno de ellos era el cacique, gustaron llevárselo.

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