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Datos principales


Desarrollo


CAPÍTULO XXI De la soberbia y desatinada respuesta de Vitachuco, y cómo sus hermanos van a persuadirle a la paz "Bien parece que sois mozos y que os falta juicio y experiencia para decir lo que acerca de estos españoles decís. Loáislos mucho de hombres virtuosos que a nadie hacen mal ni daño y que son muy valientes e hijos del Sol, y que merecen cualquier servicio que se les haga. La prisión en que os habéis metido y el ánimo vil y cobarde que en ella habéis cobrado en el breve tiempo que ha que os rendisteis a servir y ser esclavos os hace hablar como a mujeres, loando lo que debiérades vituperar y aborrecer. ¿No miráis que estos cristianos no pueden ser mejores que los pasados, que tantas crueldades hicieron en esta tierra, pues son de una misma nación y ley ? ¿No advertís en sus traiciones y alevosías? Si vosotros fuérades hombres de buen juicio, viérades que su misma vida y obras muestran ser hijos del diablo y no del Sol y Luna, nuestros dioses, pues andan de tierra en tierra, matando, robando y saqueando cuanto hallan, tomando mujeres e hijas ajenas, sin traer de las suyas. Y para poblar y hacer asiento no se contentan de tierra alguna de cuantas ven y huellan, porque tienen por deleite andar vagamundos, manteniéndose del trabajo y sudor ajeno. Si, como decís, fueran virtuosos, no salieran de sus tierras, que en ellas pudieran usar de su virtud sembrando, plantando y criando para sustentar la vida sin perjuicio ajeno e infamia propia, pues andan hechos salteadores, adúlteros, homicidas, sin vergüenza de los hombres ni temor de algún Dios.

Decidles que no entren en mi tierra, que yo les prometo, por valientes que séan, si ponen los pies en ella, que no han de salir, porque los he de consumir y acabar todos, y los medios han de morir asados, y los medios cocidos." Esta fue la primera respuesta de Vitachuco que los mensajeros trajeron, en pos de la cual envió otros muchos recaudos, que cada día venían dos y tres indios tocando siempre una trompeta, y decían nuevas amenazas y otros fieros mayores que los pasados. Vitachuco presumía asombrarlos con diferentes maneras de muertes que había de dar a los castellanos imaginadas en su ánimo feroz. Unas veces enviaba a decir que, cuando fuesen a su provincia, había de hacer que la tierra se abriese y los tragase a todos. Otras veces, que había de mandar que por do caminasen los españoles se juntasen los cerros que hubiesen y los cogiesen en medio y los enterrasen vivos. Otras, que, pasando los españoles por un monte de pinos y otros árboles muy altos y gruesos que había en el camino, mandaría que corriesen tan recios y furiosos vientos que derribasen los árboles y los echasen sobre ellos y los ahogasen todos. Otras veces decía que había de mandar pasase por cima de ellos gran multitud de aves con ponzoña en los picos y la dejasen caer sobre los españoles para que con ella se pudriesen y corrompiesen, sin remedio alguno. Otras, que les había de atosigar las aguas, hierbas, árboles y campos, y aun el aire, de tal manera que ni hombre ni caballo de los cristianos pudiese escapar con la vida porque en ellos escarmentasen los que adelante tuviesen atrevimiento de ir a su tierra contra su voluntad.

Estos desatinos, y otros semejantes, envió a decir Vitachuco a sus hermanos y a los españoles juntamente, con los cuales mostraba la ferocidad de su ánimo. Y, aunque por entonces los castellanos rieron y burlaron de sus palabras por parecerles disparates y boberías, como lo eran, después, por lo que este indio hizo, como veremos adelante, entendieron que no habían sido palabras sino ardentísimos deseos de un corazón tan bravo y soberbio como el suyo, y que no habían nacido de bobería ni de simpleza sino de sobra de temeridad y ferocidad. Con estos recaudos, y otros tales, que cada día enviaba de nuevo a los españoles, los entretuvo este curaca ocho días que ellos tardaron en caminar por los estados de los dos hermanos, los cuales, con todas sus fuerzas y buen ánimo, servían y regalaban a los castellanos dándoles a entender que deseaban agradarles. Por otra parte, con toda instancia y solicitud, trabajaban por atraer al hermano mayor a la obediencia y servicio del general, y, viendo que los mensajes y persuasiones que le enviaban a decir aprovechaban poco o nada, acordaron ser ellos mismos los mensajeros, y, dando cuenta de esta determinación al gobernador, le pidieron licencia para la poner por obra, el cual la dio con muchas dádivas y ofrecimientos de amistad que llevasen a Vitachuco. Con la presencia de los hermanos, y con lo mucho que ellos de parte del gobernador y suya le dijeron, y con saber que los españoles estaban ya dentro de su tierra y que podrían, si quisiesen, hacerle daño, le pareció a Vitachuco deponer el mal ánimo y odio que a los castellanos tenía, guardándolo para mejor tiempo y ocasión, la cual pensaba hallar en el descuido y confianza que los españoles tuviesen en su fingida amistad, y que, entonces, debajo de ella, con más facilidad y menos peligro que en guerra descubierta, podría matarlos todos.

Con este mal propósito trocó las palabras que hasta entonces había dicho tan ásperas en otras de mucha suavidad y blandura, diciendo a sus hermanos que no había entendido que los castellanos era gente de tan buenas partes y condición como le decían, que ahora que está certificado de ellos, holgaría mucho tener paz y amistad con ellos, mas que primero quería saber qué días habían de estar en su tierra, qué cantidad de bastimento les había de dar cuando se fuesen y qué otras cosas habían menester para su camino. Con este recaudo hicieron los dos hermanos un mensajero al gobernador, el cual respondió que no estarían más días de los que Vitachuco quisiese tenerlos en su tierra, ni querían más bastimentos de los que por bien tuviese de darles, ni habían menester otra cosa más de su amistad, que con ella tendrían todo lo necesario.

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