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Datos principales


Desarrollo


De cómo salió el adelantado a tierra y lo que sucedió, y dijo al maese de campo: y lo que se trató entre el vicario y piloto mayor Viendo tantos desconciertos, se determinó el adelantado a salir en tierra, en donde encontró ciertos soldados con sus espadas en las manos. Preguntóles por qué razón las traían; y el uno le respondió que porque estaban en tierra de guerra. Llegóse el maese de campo al adelantado diciéndole: --V.? S.? sea bien venido; paréceme que estos bellacos van y vienen con cuentos y me revuelven con V.? S.?; pues voto a tal, que si V.? S.? no lo remedia, que los ha de hallar una mañana en un árbol colgados a todos tres; apuntándolos con el dedo. A esta desenvoltura respondió el adelantado, con mucha paciencia y mostrando gran tristeza: --No harán; no harán; y mostrando gran tristeza y callando. Replicó el maese de campo: --Bellacos, que no son para, quitar las migas a un gato; y fuera de V.? S.?, que le tengo yo sobre mi cabeza (y esto con el sombrero en las manos), no los estimo a todos, desde el chico hasta el mayor, en lo que tengo debajo de mis pies, y ninguno merece lo que yo, que soy muy caballero; y todos cuantos aquí están, fuera de V.? S?, se quieren ir y dejar la tierra; y a V ? S.? tengo yo de obedecer y servir; y sabe dios que si no fuera por mí que la honra de V.? S.? que estuviera por el suelo; y anoche habían de matar la gente de dos casas si no lo estorbaba. La una es la de fulano y la otra me callo yo. Dijéronme que había dicho más: ya yo agora no soy parte; hagan lo que quisieren.

Este día se libertó un soldado con el general. Estaba el maese de campo presente y se lo riñó. Visto por el adelantado, y considerando esta y las libertades de los otros días, dijo:--¡Ya me pierden el respeto! Fue un hombre de bien, de su parte y parecer, a responder por él y por la honra de su Rey; mas trabándole el adelantado de un brazo, le dijo: --No es tiempo, no es tiempo. Hacía algunas salidas el general para ver si su presencia los templaba. Encontróse un día con el maese de campo y díjole: --De todo esto que anda, vuesa merced tiene la culpa, pues da a los soldados alas y les sufre chismes. Respondió el maese de campo: --Los chismes en el navío andan, que yo no doy a los soldados favor; mas antes he hecho que respeten a V.? S.? y obedezcan como a gobernador. En otra salida, tomó la mano el maese de campo, quejándose el adelantado por cosas que doña Isabel había hablado de él. El adelantado se amoinó esta vez más que las otras. Fuese el maese de campo, y el adelantado se entró en el cuerpo de guardia: acostóse sobre una caja, mostrando gran sentimiento; y estaba tal, que para subir los pies en ella, le ayudaron. Llegó el piloto mayor y algunos otros diciéndole, no tuviese pena y estuviese cierto que todos le eran servidores y le habían de seguir. Habiendo descansado un poco, se fue a la nao y sonóse que había dicho el maese de campo. --De mano armada venía el general para mí; y que dijo más; --que cosa era no haber ido apercibido, como era de razón, y ya que les había engañado, no traer siquiera doscientas hachas y trescientos machetes; y que lo llevó a una tierra a donde Dios ni el Rey se había de servir de la venida; que si en otra parte tuviera aquella gente, le fuera de mucho provecho.

Estas cosas del maese de campo las digo ayudado de otros, porque no estoy de todas ellas muy acordado. La última vez que el adelantado salió a tierra, fue a tratar con el maese de campo la traza y el lugar de una estacada que había de servir de fuerte, y sobre esto y sementeras, y otras cosas tocantes al buen gobierno, hubo que averiguar y hartas vanidades que notar. ¡Qué de mayorazgos, parentescos, títulos o cuando poco privados de ellos! ¡Qué de mandas, respuestas y satisfacciones! ¡Qué gastaderos de tiempo y quebraderos de cabeza! Y en suma, no se fiaban unos de otros. Este día se dispararon desde el campo dos arcabuces, y la bala del uno pasó zumbando por encima del piloto mayor, que estaba en la capitana: la otra bala pasó por encima de la fragata, y no se a qué pájaros tiraban. La noche siguiente, el piloto mayor, que tenía su orden en la guarida de la nao, la veló con cuidado, y a su cuarto, que era el del alba, vino en una canoa don Diego Barreto a hablar a su cuñado; y habiéndole hablado, me dijo que las cosas del campo andaban tales, que no prometían menos que su muerte, y las de sus hermanos y cuñado, con que habrían cumplido con sus obligaciones. A este tiempo estaba el maese de campo diciendo en tierra: Arma, arma. El piloto mayor mandó al punto que el condestable pegase fuego a una pieza, que estaba asestada al pueblo, y que fuese la bala por alto, o para espantar los indios o para que se entendiese que no dormían sin perro. Cesó el ruido de todos, y sonó la voz de uno, diciendo al general les enviase pólvora y cuerda: hízose sordo por entonces, y ya que rompía el alba les envió lo pedido y juntamente a preguntar la causa del alboroto; y respondióse que las postas de cierta parte sintieron bullir unas ramas, y creyendo que eran indios, habían tocado arma.

Este mismo día salió el vicario a tierra a decir misa, como lo acostumbraba, porque también estaba en la nao por falta de casa en el pueblo, y cuando a la tarde volvió le dijo al piloto mayor: --Irase sin falta aquella gente. Preguntóle el piloto mayor: --¿A dónde se han de ir? Respondióle el vicario: --Sólo sé lo que digo. Y el piloto le dijo: --¿Qué gente de mar han de llevar?, ¿han de matar o hacer fuerzas Dijo el vicario, que sí: que a todo eso estaban determinadios. Rogóle el piloto mayor que procurase que los soldados. Rogóle el piloto mayor que procurase que los sollos perdidosos. Encogió los hombros, diciendo: --De muy buena gana gastara aquí cuatro años en dotrinar a los indios. Y el piloto le dijo: --Aún no ha un mes que llegamos; ¿cómo se ha de sufrir tan poca firmeza en hombres de honra?

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