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Datos principales


Desarrollo


Con qué discursos acostumbraban hablar a los dioses y a los hombres Con preces establecidas y prescriptas los sacerdotes rogaban a Tezcatlipoca que alejara las epidemias y las enfermedades particulares y en esas oraciones lo declaraban omnipotente, incorpóreo y máximo y supremo de los dioses. Si en otras partes confesaban que hubiese sido hombre, como los otros dioses, era porque no satisfacía su ánimo que lo incorpóreo y lo que nunca hubiese estado vestido de carne sobresaliera. Con otras preces se esforzaban en arrancar a los dioses abundancia de patrimonio familiar y que fuera suministrado con más liberalidad lo necesario para vivir bien y felizmente. Con otras pedían durante la guerra la victoria sobre los enemigos, sin persuadirse, sin embargo, de que los dioses quedaban obligados, sino atraídos y doblegados por discursos blandos y elegantes, y así creían fomentar sus píos afectos. Con otras para el rey electo y consagrado y puesto a la cabeza de los pueblos, deprecaban próspera fortuna, largo y feliz reinado y buena disposición para los súbditos que debía gobernar con rectitud. Con otras, el sumo sacerdote, al morir el rey, pedía a los dioses otro que pudiera desempeñar meritísimamente el puesto, y con otras que quitara de enmedio al rey pernicioso. En otras pretendían los sacerdotes que los pecados confesados a ellos eran remitidos por los dioses. Se acostumbraba en efecto que cada quien confesare una vez en la vida, con objeto de conseguir el perdón, los crímenes que había cometido.

También he oído de otros que seguían una costumbre muy diversa para conseguir el perdón de sus pecados a saber: inscribían sus crímenes en papeles, y después quemaban éstos y así los despachaban a Plutón, y creían que de ninguna otra manera les serían perdonados por los dioses tartáreos. También en otro sermón, el sacerdote hablaba a los confesos certificándoles que si descubrían sincera y cándidamente sus iniquidades, se les perdonarían todas a una y serían borradas, porque en verdad las confesaban a Dios y no a un hombre terreno; pero en caso contrario, cometerían un crimen mucho más grave, justamente cuando pretendían que sus pecados les fueran perdonados. Lo exhortaba para que después viviera de una manera más cauta y más inocente, que hiciera obras gratas a los dioses en obsequio de ellos, y que atestiguara con sus excelentes costumbres la expiación de sus crímenes y el horror y arrepentimiento de la vida que había llevado. Así por fin, lo despachaba lleno de grande alegría y como aliviado del peso molestísimo de sus crímenes. También de otra manera pedían a los dioses que tenían a su cargo las lluvias, que lloviera. De otra manera el nuevo rey hablaba a Tezcatlipoca dándole las gracias por tanto beneficio recibido; por la regia dignidad alcanzada y por el cargo que le había encomendado y cometido de gobernar tantas y varias gentes, y le suplicaba que en todo fuera propicio, a quien tenía que llevar todo eso a cabo. En otra forma, alguno de los señores advertía al nuevo rey que se debía al gobierno y al mando que tenía que ejercer.

De manera diversa hablaba otro por toda la plebe, demostrando la alegría que habían concebido por la reciente elección del rey y el deseo ardiente que todos tenían de vida larga y feliz del soberano y de fausta fortuna en la guerra y en la paz, para el engrandecimiento de la patria y de la religión. Existe también otro discurso en el cual el rey respondía a los oradores; además otro del orador y otro de alguno de los próceres en representación del rey, y otro por el cual el rey recién electo exhortaba al pueblo a que se abstuviera de los vicios, y se aficionara al culto de los dioses, a la milicia y a la agricultura y que con mucho empeño desempeñara todos los trabajos propios de estas cosas, y entonces otro señor alababa lo propuesto por el rey, lo recomendaba a la plebe y lo ensalzaba con alabanzas admirables. Uno de la plebe daba gracias al rey por sus advertencias, por su cuidado y solicitud de la virtud de todos y también de aquellas cosas que pertenecían a la administración de la república; por el ánimo con que cultivaba las buenas costumbres y se imbuía en ellas, evitaba los vicios vitandos y abrazaba la virtud. Prometía en nombre de la plebe que seguirían con todas sus fuerzas esos preceptos con que habían sido amonestados. Pero aún hay más: el rey mismo inducía a la virtud a todos sus hijos e hijas y en un fecundo discurso los aterrorizaba de los vicios y los persuadía que se presentaran tales como convenía a hijos reales. Los amonestaba para que no violaran la sangre preclara de sus mayores con el execrable contagio de los vicios, sino que dedicándose a todo género de virtudes no sólo la respetaran, sino que la hicieran cada día más espléndida e ilustre.

La madre también, cuantas veces lo juzgaba conveniente, solía hablar a las hijas alabando las exhortaciones paternas y les rogaba tiernamente que esculpieran en su corazón los salubérrimos consejos del padre. Añadía no pocas enseñanzas relativas a la vida honesta y estudiosa, y en lo privado les enseñaba de qué vestidos, adorno, manera de andar, conversación, semblante y movimiento del cuerpo era oportuno que usaran. Además, cómo convenía huir de la pereza, de la soberbia y de la afectación en todas las cosas y evitarlas y hasta qué punto cualquier cosa, por pequeña que fuera, podía rebajar el honor ante los hombres. También los próceres y otros varones principales recomendaban a sus hijos la humildad y la modestia, y el verdadero y diligentemente investigado conocimiento de sí mismos, cuando no pudiera ser para otra cosa, para que así plugieran a los dioses y a los hombres. Ensalzaban el pudor también con grandes alabanzas como admirable y muy precioso a los dioses y a los hombres. Y les enseñaban en muchas pláticas de qué manera se debían de portar en la comida y la bebida, consumiendo con moderación. Y también había coloquios acerca del sueño, y acerca del ornato y necesidades, sin las cuales la vida no puede pasarse alegremente en manera alguna. Con muchísimo cuidado insistían en que debían ser evitadas cualesquiera cosas de comida o bebida presentadas por mujeres, como que a las cuales a menudo era mezclado veneno por benéficas, de las que andaba gran cantidad entre esa gente. He considerado que no debía omitir por completo estas cosas, con las que muestro cuán virtuosos eran aún cuando idólatras y antropófagos y cuánto cuidado tenían en educar a los hombres y cuánta fuerza en el discurso; mas no he juzgado tampoco debido narrar completamente todo, tanto porque no me parece pertenecer a la historia, como porque lo que podría ser dicho y presentado en alabanza de la virtud y detestación de los vicios por varones prudentes y probos de aquellos tiempos, puede ser conjeturado fácilmente de lo dicho, por quienquiera dotado de ingenio aun cuando mediano.

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