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CAPÍTULO XVI De los monasterios de religiosos que tiene el demonio para su superstición Cosa es muy sabida por las cartas de los padres de nuestra Compañía escritas de Japón, la multitud y grandeza que hay en aquellas tierras, de religiosos que llaman bonzos, y sus costumbres y superstición y mentiras; y así de éstos no hay que decir de nuevo. De los bonzos o religiosos de la China refieren padres que estuvieron allá dentro, haber diversas maneras u órdenes, y que vieron unos de hábito blanco y con bonetes, y otros de hábito negro sin bonete ni cabello, y que de ordinario son poco estimados; y los mandarines o ministros de justicia, los azotan como a los demás. Estos profesan no comer carne ni pescado, ni cosa viva, sino arroz y yerbas, mas de secreto comen de todo y son peores que la gente común. Los religiosos de la corte que está en Paquín, dicen que son muy estimados. A. las varelas o monasterios de estos monjes, van de ordinario los mandarines a recrearse, y cuasi siempre vuelven borrachos. Están estos monasterios de ordinario fuera de las ciudades; dentro de ellos hay templos, pero en esto de ídolos y templos hay poca curiosidad en la China, porque los mandarines hacen poco caso de ídolos y teniéndolos por cosa de burla; ni aun creen que hay otra vida ni aun otro paraíso, sino tener oficio de mandarín, ni otro infierno sino las cárceles que ellos dan a los delincuentes. Para el vulgo dicen que es necesario entretenelle con idolatría, como también lo apunta el filósofo, de sus gobernadores; y aun en la Escritura fue género de excusa, que dio Aarón del ídolo del becerro que fabricó.

Con todo eso usan los chinos en las popas de sus navíos, en unas capilletas, traer allí puesta una doncella de bulto asentada en su silla, con dos chinas delante de ella, arrodillados a manera de ángeles y tiene lumbre de noche y de día, y cuando han de dar a la vela, le hacen muchos sacrificios y ceremonias, con gran ruido de atambores y campanas, y echan papeles ardiendo por la popa. Viniendo a los religiosos, no sé que en el Pirú haya habido casa propria de hombres recogidos, mas de sus sacerdotes y hechiceros, que eran infinitos. Pero propria observancia en donde parece habella el demonio puesto, fue en México, porque había en la cerca del gran templo, dos monasterios, como arriba se ha tocado: uno de doncellas, de que se trató; otro de mancebos recogidos de diez y ocho a veinte años, los cuales llamaban religiosos. Traían en las cabezas, unas coronas como frailes; el cabello poco más crecido, que les daba a media oreja, excepto que al colodrillo dejaban crecer el cabello cuatro dedos en ancho, que les descendía por las espaldas, y a manera de tranzado, los atababan y trenzaban. Estos mancebos que servían en el templo de Vitzilipuztli, vivían en pobreza, castidad y obediencia, y hacían el oficio de levitas, administrando a los sacerdotes y dignidades del templo el inciensario, la lumbre y los vestimentos; barrían los lugares sagrados; traían leña para que siempre ardiese en el brasero del dios, que era como lámpara, la cual ardía continuo delante del altar del ídolo.

Sin estos mancebos había otros muchachos que eran como monacillos, que servían de cosas manuales, como era enramar y componer los templos con rosas y juncos, dar agua a manos a los sacerdotes, administrar navajuelas para sacrificar, ir con los que iban a pedir limosna, para traer la ofrenda. Todos estos tenían sus prepósitos, que tenían cargo de ellos, y vivían con tanta honestidad, que cuando salían en público donde había mujeres, iban las cabezas muy bajas, los ojos en el suelo, sin osar alzarlos a mirarlas; traían por vestido unas sábanas de red. Estos mozos recogidos tenían licencia de salir por la ciudad de cuatro en cuatro y de seis en seis, muy mortificados, a pedir limosna por los barrios, y cuando no se la daban, tenían licencia de llegarse a las sementeras y coger las espigas de pan o mazorcas que habían menester, sin que el dueño osase hablarles ni evitárselo. Tenían esta licencia porque vivían en pobreza, sin otra renta más de la limosna. No podía haber más de cincuenta; ejercitábanse en penitencia y levantábanse a media noche, a tañer unos caracoles y bocinas con que despertaban a la gente. Velaban al ídolo por sus cuartos, porque no se apagase la alumbre que estaba delante del altar; administraban el inciensario con que los sacerdotes inciensaban el ídolo a media noche, a la mañana y al medio día, y a la oración. Estos estaban muy sujetos y obedientes a los mayores, y no salían un punto de lo que les mandaban. Y después que a media noche acababan de inciensar los sacerdotes, éstos se iban a un lugar particular y sacrificaban, sacándose sangre de los molledos con unas puntas duras y agudas, y la sangre que así sacaban, se la ponían por las sienes hasta lo bajo de la oreja; y hecho este sacrificio, se iban luego a lavar a una laguna.

No se untaban estos mozos con ningún betún en la cabeza ni en el cuerpo, como los sacerdotes; y su vestido era una tela que allá se hace, muy áspera y blanca. Durábales este ejercicio y aspereza de penitencia, un año entero, en el cual vivían con mucho recogimiento y mortificación. Cierto es de maravillar que la falsa opinión de religión pudiese en estos mozos y mozas de México, tanto, que con tan gran aspereza hiciesen en servicio de Satanás, lo que muchos no hacemos en servicio del Altísimo Dios, que es grave confusión para los que con un poquito de penitencia que hacen, están muy ufanos y contentos, aunque el no ser aquel ejercicio perpetuo sino de un año, lo hacía más tolerable.

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