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Datos principales


Desarrollo


CAPÍTULO XIV Partida de Ticul. --La Sierra. --Nohcacab. --Ruinas de Nohpat. --Vuelta a Uxmal. --El camposanto. --Obra de Mr. Waldeck. --Descripción general de las ruinas. --Dos edificios arruinados. --Grandes piedras anulares. --Casa de las monjas. --Dimensiones, etc. --Patio. --Fachadas. --Un edificio elevado. --Adornos complicados. --Fachadas pintadas. --Pórticos esculpidos. --Casa de los pájaros. --Restos de pintura. --Un arco. --Casa del enano. --Edificio recargado de adornos. --Larga y estrecha estructura. --Esmerado arreglo de los adornos. --Sacrificios humanos. --Casa de las palomas. --Línea de terrazas llamada el camposanto. --Casa de la vieja. --Montículo circular de ruinas. --Muralla de la ciudad. --Fin de la descripción. --Títulos de propiedad de la hacienda Uxmal, y papeles que la comprueban. --Su antigüedad El día siguiente era domingo y lo empleamos en arreglar nuestros preparativos para volver a Uxmal. Tuve sin embargo alguna distracción. Durante la mañana la tranquilidad del pueblo fue ligeramente alterada con la noticia de una revolución acaecida en Tekax, población distante de allí unas ocho leguas. Nuestra mansión en el país había sido tan quieta y pacífica, que parecía violenta y era necesaria una pequeña revolución para variar aquella monotonía. Los insurgentes habían depuesto a los alcaldes, nombrado autoridades de su propio bando, decretado contribuciones sobre los habitantes; y se añadía que, en número de trescientos hombres, intentaban marchar contra Mérida, para hacer efectiva la declaración de la independencia.

Ticul estaba situado en su línea de marcha, pero, como no se tenía por muy cierto que aquellos hombres ejecutasen su atrevido proyecto, por mi parte determiné no cambiar el mío. La presencia del doctor en el pueblo era, por supuesto, generalmente conocida; y, sin embargo de que no dejaba de perjudicar algo a su médica reputación el hecho de hallarse él mismo enfermo, no por eso le faltaron pacientes. Su fama, como médico de bizcos, había alcanzado hasta Ticul; pero felizmente para su propia tranquilidad no había más que un solo bizco en el pueblo, con lo cual tenía éste sobrado con qué estar violento. En la tarde de aquel propio día se presentó aquel hombre pidiendo ser operado. El doctor le dijo que aún no tenía el pulso suficientemente seguro, para verificar aquella operación; y que además de eso, yo había determinado partir al siguiente día. Pero esta excusa no satisfizo en manera alguna al interesado. Sucedió sin embargo, que se hallaba presente a la sazón un cierto caballero que había ido a hacer una consulta al doctor, e incidentalmente refirió que uno de los pacientes operados en Mérida había perdido el ojo, si bien agregó que semejante pérdida no se atribuía a la operación, sino al mal tratamiento posterior del operado. El hecho, según averiguamos después, era falso y la tal historia carecía de fundamento; pero produjo el más completo resultado sobre el bizco, quien, apenas hubo oído el cuento, endilgó su oblicuo ojo hacia la puerta con tal prontitud y violencia, que se atrajo en pos todo el resto del cuerpo, y no volvió más a ver al doctor.

La única operación que éste hizo aquel día fue sobre la esposa del propietario de San Francisco, de cuya cabeza extrajo un tremendo lobanillo. He hecho ya mención de la extraordinaria quietud y sosiego de ese pueblo. Todas las noches, sin embargo desde mi llegada a él, aquella tranquilidad se interrumpía con los agudos tonos del muchacho que cantaba los números de la lotería. Estaban haciéndose los preparativos para una fiesta del pueblo que debía verificarse en febrero; estaba ya delineado el terreno enfrente del convento para una plaza de toros, y la lotería se había adoptado como un arbitrio para colectar dinero y acudir a los gastos. Aún no había yo concurrido a ellas, pero la última noche de mi estada en Ticul me determiné a hacerlo. Tenía lugar en el corredor de la audiencia a lo largo del cual había pendientes hojas de palma para proteger la luz. Aquel día era domingo, y, por consiguiente, la concurrencia era más numerosa que de ordinario. A la entrada estaba sentado el muchacho, cuya voz siento todavía resonar en mis oídos, sacudiendo un saco de bolas extrayéndolas y cantando los números. Había a lo largo del corredor una tosca mesa con una hilera de velas en el medio; y los bancos de cada lado se hallaban ocupados por los aldeanos, sin distinción de personas, con cartillas y granos de maíz por delante, lo mismo ni más ni menos que se hacía en Mérida. La mayor suma cantada fue de 29 reales. Deducíase un real de cada peso aplicable al particular, objeto de la lotería; y el fondo que el muchacho había obtenido por el uso de su voz tan poderosa montaba entonces a 63 pesos.

Había algunos aficionados dando una especie de música equívoca, sin la que nada puede llevarse a cabo en aquel país, y de cuando en cuando recibían dichos aficionados dos reales sacados de la bolsa común. Entraban allí todos los que querían. No había ninguna regla en la etiqueta, sino solamente una muda cortesía en los modales, y se consideraba aquello como una mera conversación, o un modo de pasar el rato. Estuve dentro cerca de una hora. Cuando cruzamos la plaza, la luna iluminaba la venerable fachada del convento, siendo aquélla la última noche que dormí dentro de sus muros. En la mañana siguiente despedime cordialmente del cura, en la inteligencia de que, tan pronto como el Dr. Cabot estuviese en aptitud de regresar, lo verificaría en compañía del buen padre, a fin de que éste terminase la visita que nos fue a hacer a Uxmal. Yo no había perdido mi tiempo en Ticul; pues, además de explorar las ruinas de San Francisco, el cura me dio noticia de otras varias que prometían hacer mayor el interés de nuestra expedición. A efecto de echar una ojeada a una de estas plazas de ruinas de paso para Uxmal, determiné regresar por un camino diferente a través de la sierra, que se levanta a corta distancia del pueblo de Ticul. La subida era áspera, quebrada y pedregosa; y toda la cordillera era una masa de piedra calcárea cubierta de unos cuantos árboles que casi no daban sombra, y blanqueando a la reflexión de los rayos solares. Al cabo de una hora llegué a la cima de la sierra desde cuyo punto, culminante sobre todos los demás objetos adyacentes, vi atrás la iglesia que había dejado, y hacia adelante la iglesia de Nohcacab, que, destacándose como un coloso en las florestas, era el único indicio de la presencia del hombre.

Bajando a la llanura ya no vi nada sino árboles, hasta que, casi al entrar en el pueblo, la gran iglesia volvió a levantarse delante de mí, descollando sobre todas las casas, que aún permanecían invisibles. El pueblo se hallaba bajo el cuidado pastoral del cura de Ticul; y en los suburbios encontré a su ministro a caballo, que estaba esperando, conforme a las instrucciones del primero, para escoltarme a las ruinas de Nohpat. A distancia de una legua separámonos del camino principal, y, siguiendo una vereda a través de algunas milpas, vimos descollar ante nosotros los elevados y derruidos edificios, que mostraban las reliquias de otra ciudad arruinada. A la simple vista conocí que sería indispensable la presencia de Mr. Catherwood; pero sin embargo pasé tres horas allí, trabajando en medio del rigor del sol, y a las cuatro de la tarde volví a montar a caballo para continuar mi jornada, no sin sentir una poderosa aprensión que me hacía temer un nuevo ataque de fiebre. Poco antes de oscurecer salí del bosque y vi en pie sobre la plataforma de la casa del gobernador a Mr. Catherwood, que era el único habitante de las ruinas de Uxmal. Los indios habían concluido su trabajo del día, Bernardo y Chepa Chí se habían marchado, y desde la partida del doctor dormía solo en nuestro departamento. Poseía un tal sentimiento de seguridad por el estado tranquilo del país, el carácter inofensivo de los indios, las ideas supersticiosas de éstos con respecto a las ruinas, que creía muy fácil, con una pistola a mano y un cordel atravesado en la puerta, repeler a cualquiera que intentase penetrar de noche.

Felizmente para nuestras operaciones, Mr. Catherwood se había encontrado en esta posición, sin otra cosa en qué distraerse más que en el trabajo, había hecho demasiado y, hallándose mejor provisto que nunca de cuanto podía necesitar para las comodidades de la vida, había continuado en buena salud y mejor espíritu. Al anochecer llegó el indio conductor de mi equipaje, sudando a mares, habiendo traído a cuestas la carga por una distancia de siete leguas, y por el precio de tres reales y medio que le pagué. Al tiempo de partir le di un trozo de pan de trigo, y preguntó por señas si era para llevárselo al cura; pero, habiendo comprendido que se le daba para comer, sentose al punto y comenzó la obra, y probablemente jamás había comido durante su vida una porción tan grande de aquella clase de pan. Dile en seguida medio vaso de habanero, algunos plátanos y un tabaco, y como el rocío era fuerte le dije que se sentase junto al fuego. Cuando hubo acabado esta segunda ración, dile otro trago y se le hacía duro creer en la realidad de tan buena fortuna. Sin embargo él se consideraba bien allí, y fuese por ser forastero en Uxmal y estar libre, por tanto, de las aprensiones que experimentaban los indios de allí acerca de las ruinas, o por cualquier capricho que tuviese acerca de nosotros, lo cierto es que pidió un costal para echarse en él a dormir. Dímosle uno, en efecto, y acostose junto al fuego. Por un largo rato procuró preservar su desnudo cuerpo de la molestia de los mosquitos, dando manotadas a derecha e izquierda, más o menos fuertes según la gravedad del caso, cambiando de postura y verificando varias evoluciones; pero todo fue en vano.

Por último, haciendo un esfuerzo triste para sonreírse, pidió otro trago de habanero y otro cigarro, y se marchó de allí. El 24 de diciembre regresó el Dr. Cabot de Ticul, trayendo consigo a Albino, que se hallaba aún en una deplorable situación. Por desgracia, el cura Carrillo se hallaba indispuesto y no pudo acompañarlo, si bien le ofreció seguirlo dentro de pocos días. En la víspera de Navidad nos encontrábamos ya reunidos otra vez, y el día siguiente, a despecho nuestro, fue un día de fiesta, porque ningún indio vino al trabajo. Chepa Chí, que era tan puntual como la salida del sol, faltó por vez primera. Sin embargo, tuvimos por vía de visitas algunas mujeres del pueblo de Muna. Desde la parte superior de la casa del enano las vimos dirigirse hacia el convento de las monjas, y bajamos a recibirlas. Las únicas personas masculinas que las acompañaban eran un mozo como de catorce años, que venía en unión de su novia, y el marido de la mujer que yo había visto enterrar en Uxmal, que o no tenía espíritu para tomar parte en las fiestas de la hacienda, o se estaba colocando en buen camino para reparar la pérdida sufrida. No pudiendo hacer cosa alguna en las ruinas, dirigime a la hacienda para ver a uno de nuestros caballos, que tenía una matadura. La casa principal estaba desierta, pero el sonido de los violines me guió al sitio en que se hallaban reunidos los indios. Grandes preparativos se hacían para la fiesta de la noche. Aquel lugar parecía un matadero, pues se habían degollado ocho pavos, dos cerdos y que sé yo cuantas gallinas.

Las mujeres estaban activamente ocupadas, y nuestra Chepa Chí, que era la directora de los trabajos, se hallaba embadurnada de masa de maíz hasta los codos. Dirigime al camposanto, con el fin de llevarme aquellas dos calaveras que había escogido y separado en el harnero el día del funeral. Yo había tomado algunas precauciones, porque la noticia de la substracción de los huesos que hallamos en San Francisco había producido cierta sensación entre los indios de la comarca; y, como me era preciso atravesar por una hilera de chozas, procureme dos calabazos, que envolví en mi pañuelo, con la mira de arrojarlos en el camposanto y sustituir en su lugar las calaveras. Al llegar al harnero, observé que otras manos se me habían adelantado, y que, removidas las calaveras del sitio en que yo las había puesto, estaban ya mezcladas con las otras, en términos de no ser ya posible identificarlas. Púseme a examinar todo el montón y sólo pude reconocer la enorme calavera de un africano y la de aquella mujer que vi exhumar. La última pertenecía a una india de raza pura; pero estaba lastimada por la barreta; y, además de esto, yo vi extraer todos sus huesos, y aun parte de su carne, de la sepultura, habiendo oído hablar tanto de ella, que podía ser considerada como una conocida mía, y tuve por lo mismo algún remordimiento de conciencia en llevarme su calavera. Como me hallaba solo, en medio del silencio y sombría tranquilidad de un cementerio, confieso que me asaltó cierta cosa parecida a un sentimiento supersticioso para no perturbar los huesos de los muertos, substrayéndolos de su última morada.

Sin embargo, yo hubiera vencido mis escrúpulos, tomando al azar una de aquellas calaveras, si no hubiese venido a redoblar mis sentimientos la vista de dos mujeres indias que se hallaban acechándome a través de unos árboles; y, como yo no quería correr el riesgo de excitar disturbios en la hacienda, dejé el camposanto con las manos vacías. El mayoral me dijo después que había sido una fortuna el que yo me hubiese manejado con aquella prudencia, pues que, de otra suerte, la substracción de una calavera habría conmovido a los indios y causado tal vez alguna mala consecuencia. El relato de nuestra residencia en Uxmal está a punto de determinarse, y ya es tiempo de presentar al lector lo que aún queda de aquellas célebres ruinas; pero antes de verificarlo haré una observación respecto de la obra de Mr. Waldeck, publicada in folio en París el año de 1835 y que, a excepción del breve relato que yo hice en mi visita anterior, es el único libro que se ha publicado sobre las ruinas de Uxmal. En mi última visita llevé y tuve conmigo este libro. Hallarase que nuestros planos y dibujos difieren materialmente de los suyos; pero debe saberse que Mr. Waldeck no era un dibujante arquitectural, y que se queja contra el Gobierno mexicano por haberle tomado sus dibujos. También difiero algo de él en el modo de fijar los hechos, y casi del todo, de sus opiniones y conclusiones. Pero esto es muy natural, y probablemente el próximo viajero que visite las ruinas diferirá también, en varios respectos, de él y de mí.

Debe decirse, además, que Mr. Waldeck encontró mayores dificultades que yo, porque, cuando él hizo su visita, el terreno no estaba despejado para una milpa, y se hallaba erizado de árboles; y sobre todo tiene un pleno título a reputársele como el primer extranjero que visitó las ruinas de Uxmal y dio conocimiento de ellas al público. Volvamos al asunto. He mencionado ya la casa del gobernador y la casa de las tortugas, de las cuales esta última se halla en la gran plataforma de la segunda terraza del primer edificio, hacia el ángulo del norte. Bajando de este edificio y sobre la misma línea con la puerta de la casa de las monjas, en dirección al norte, a una distancia de doscientos y cuarenta pies, se encuentran otros dos edificios arruinados el uno enfrente del otro, y separados por un espacio de setenta pies. Cada uno de ellos mide ciento veintiocho pies de largo y, según lo que está en pie todavía, parece haber sido ambos exactamente iguales en el plan y en los adornos. Los lados, que hacen frente el uno al otro, se hallan embellecidos de esculturas y se ven en ambos los fragmentos de colosales serpientes entrelazadas, que corren por toda la extensión de las paredes. En el centro de cada fachada, en puntos directamente opuestos el uno del otro, se hallan los fragmentos de un anillo de piedra. Cada anillo de éstos era de cuatro pies de diámetro y estaba asegurado en la pared por un puyón de piedra de correspondientes dimensiones. Parece que los tales anillos han sido destrozados de intento: la parte más cercana de cada uno de ellos al puyón proyecta todavía de la pared, y la superficie exterior está cubierta de caracteres esculpidos.

Hicimos excavaciones entre las ruinas a lo largo de las paredes con la esperanza de descubrir las partes perdidas de aquellos anillos, pero todo fue en vano. Aquellas estructuras no tenían entrada ni abertura alguna por ninguna parte. En la creencia de que debían de tener cuartos interiores, abrimos una brecha en una de las paredes del E. hasta una profundidad de ocho a diez pies, pero únicamente sacamos piedras toscas tan estrechamente unidas, que se hizo peligroso para los indios el trabajar en la cavidad y se vieron obligados a dejarlo. Esta excavación, sin embargo, nos condujo a través de una tercera parte de la estructura y nos convenció que aquellos grandes edificios paralelos no contenían ningún cuadro interior, sino que consistían únicamente en cuatro grandes paredes henchidas de una sólida masa de piedras. Nuestra opinión era que habían sido edificados expresamente con referencia a los dos grandes anillos que se presentaban en cada fachada, y que se había dejado un espacio entre ellas para la celebración de algunos juegos públicos, en cuya opinión tuvimos lugar de confirmarnos después. Pasando por entre edificios y continuando en la misma dirección llegamos al frente de la casa de las monjas. Este edificio es cuadrangular y tiene un patio en el centro. Está colocado sobre la parte más alta de tres terrados. El más bajo tiene tres pies de alto y veinte de ancho; el segundo, veinte pies de alto y cuarenta y cinco de ancho, y el tercero, cuatro pies de alto y cinco de ancho, extendiéndose por todo lo largo del frente del edificio.

Este frente tiene doscientos setenta y nueve pies de largo; y sobre la cornisa, de un extremo al otro, está adornado con esculturas. En el medio hay una portada de diez pies y ocho pulgadas de ancho, medida con el arco triangular, y que conduce al patio. De cada lado de esta portada hay cuatro puertas de groseros dinteles, que introducen a otros tantos cuartos de cerca de veinticuatro pies de largo, diez de ancho y diecisiete de alto, hasta la parte superior del arco; y que no tienen comunicación entre sí. El edificio que forma el lado derecho u oriental del cuadrángulo tiene el largo de ciento cincuenta y ocho pies; el de la izquierda, ciento setenta y tres pies, y el de la línea opuesta, que cierra el cuadrángulo, mide doscientos sesenta y cuatro pies. Estas tres líneas de edificios no tienen puertas exteriores; su superficie es una pared bruta; sobre toda la cornisa están adornadas con las mismas ricas y acabadas esculturas. En la parte exterior de la última línea mencionada, los dibujos son simples y entre ellos hay dos rudas figuras desnudas, que han sido considerados como indicios de la existencia del mismo culto oriental ya referido, en el pueblo de Uxmal. Tal es el exterior de este edificio. Pasando por el abovedado pórtico, entramos en un extenso patio, con cuatro grandes fachadas que miran a él, adornadas todas de un extremo al otro con las más ricas y más intrincadas esculturas conocidas en el arte de los arquitectos de Uxmal, presentando una vista de una magnificencia extraordinaria y que sobrepasa a todo lo que hasta aquí se ha dicho de esas ruinas.

Este patio tiene doscientos cuarenta pies de ancho y doscientos cincuenta y ocho de largo. Cuando nuestra primera entrada, estaba demasiado cubierto de arbustos y yerbas; las codornices saltaban por entre nuestros pies, y en ruidosas bandadas pasaban sobre las techumbres de los edificios. Como quiera, entramos en él espantando las manadas de aquellas aves, que durante nuestra residencia en Uxmal fueron las únicas perturbadoras de su silencio y desolación. Entre los varios motivos de pesadumbre que siento por verme obligado a presentar los dibujos en pequeña escala, no es el menor y menos vivo el no poder presentar detalladamente las cuatro grandes fachadas que dan a este patio. Hay una circunstancia que disminuye este pesar, y es que el lado más ricamente esculpido y recargado de adornos se encuentra en un estado de ruina tal, que en ninguna circunstancia podría presentarse entero. Esta fachada se halla a la izquierda del espectador al entrar en el patio. Tiene ciento setenta y tres pies de largo, y se distingue por dos colosales serpientes entrelazadas, que recorren y abrazan, en toda su extensión, los adornos de la fachada entera. La cola de una de las serpientes queda sobre la cabeza de la otra, que tiene un adorno a manera de turbante con plumeros. Los nudos que se encuentran en la extremidad de la cola indican tal vez que aquellas serpientes son de cascabel, especie que abunda en el país. La serpiente inferior tiene unas monstruosas quijadas abiertas, y dentro hay una cabeza humana, cuya fisonomía se distingue perfectamente en la piedra.

D. Simón, de todo lo que había en las ruinas, nada cuidaba tanto como la cabeza de esta serpiente. Él nos había autorizado para arrancar y traernos cualquier otro adorno; pero se reservaba éste para colocarlo en una pared de su casa en Mérida, como un recuerdo de Uxmal. Si hubiésemos tenido la fortuna de ir a Uxmal algunos años antes, podríamos haber visto entera todavía esta admirable fachada, de la cual existen vestigios apenas. D. Simón nos dijo que, todavía, en 1835, todo el frente estaba en pie, viéndose con toda perfección las dos serpientes rodeando los adornos del edificio. En sus ruinas presenta una idea de "los grandes y bien construidos edificios de cal y canto con figuras de serpientes e ídolos pintados en las paredes", que Bernal Díaz del Castillo vio al desembarcar en Campeche. Al fondo del patio, frente a la entrada, se ve la fachada de un bello edificio de ciento sesenta pies de largo, situado en una terraza de veinte pies de elevación. Súbese a él por una grande, pero arruinada escalinata de noventa pies de ancho, flanqueada de cada lado por un edificio de frente esculturado, y con tres puertas que llevan a los departamentos interiores. La elevación de aquel edificio, desde el pavimento hasta la cornisa superior, es de veinte y cinco pies. Tiene trece entradas, sobre cada una de las cuales se eleva una pared perpendicular de diez pisos de ancho y de diecisiete de elevación sobre la cornisa que hacen por todo cuarenta y dos pies de altura sobre el nivel del terreno.

Estas elevadas estructuras se erigieron, sin duda, para dar un golpe de grandeza al edificio; y a cierta distancia parecen unas torrecillas; pero de todas ellas sólo quedan cuatro en pie. Toda la gran fachada, con inclusión de las torres, está cubierta de complicadísimas y laboriosas estructuras, entre las cuales hay algunas figuras humanas ejecutadas con cierta rudeza: dos de ellas son representadas como tocando instrumentos músicos; uno semejante al arpa y otro por el estilo de una guitarra. Otra tercera figura aparece sentada con los brazos cruzados sobre el pecho y sujetos con ciertas ataduras, cuyas extremidades pasan por sobre los hombros. De todo lo demás nada puede distinguirse ni entenderse; y aquel recargado conjunto produce la idea de la grandeza y de la magnificencia, pero no del buen gusto y refinamiento. Este edificio tiene una circunstancia curiosa: está erigido sobre otro más pequeño y probablemente más antiguo, encerrándolo completamente. Las puertas, paredes y dinteles de madera de este último subsisten todavía, mientras que los del edificio exterior se han desplomado. La ornamentada cornisa del interior también está visible. Desde la plataforma de la escalinata de este edificio, mirando a través del patio, se presenta una vista magnífica, que abraza todos los edificios principales que descuellan sobre la llanura, a excepción de la casa del enano. La última de las cuatro fachadas que dan sobre el gran patio se encuentra al lado derecho del espectador.

Es la más entera de todas; y, en efecto, sólo le falta los dinteles de madera y algunas piedras que se le han arrancado, para que aparezca completa. Es también la más pura y simple en el diseño y en los adornos, y descansaba la vista al fijarse sobre esta curiosísima y bella combinación, después de estar contemplando las complicadas masas de adornos que decoran las otras fachadas. El adorno que descuella en la puerta central es el más importante, el más complicado y minucioso y señala aquel cierto estilo peculiar que caracteriza los más vigorosos esfuerzos de los antiguos constructores de edificios. Los adornos que decoran las puertas restantes son menos notables, más simples y más agradables a la vista. En todos ellos hay en el centro un gran mascarón, con la lengua fuera y un minucioso adorno en la cabeza. Entre las barras horizontales hay una hilera de adornos de punta de diamante, en los cuales todavía se ven algunos vestigios de pintura encarnada; y en la extremidad de cada barra está la cabeza de una serpiente con la boca abierta. Paréceme conveniente omitir la descripción de los departamentos que caen al patio. Hicimos los planos de todos ellos; pero son en general absolutamente semejantes, si no es en las dimensiones, en que hay alguna variedad. Son ochenta y ocho por todo. Sin embargo hay una hilera de ellos diferente del resto. Éntrase a esta serie de habitaciones por la puerta principal del centro, y consiste en dos cámaras paralelas, cada una de treinta y tres pies de largo y trece de ancho.

En la extremidad de ellas hay una puerta que comunica con otras cámaras de nueve pies de largo y trece de ancho. Las puertas están todas adornadas de esculturas, y son los únicos adornos de esta clase que se encuentran en el interior de los edificios de Uxmal. La hilera consiste en seis piezas; y hay un cierto refinamiento en su arreglo bastante conforme a los hábitos de lo que podríamos llamar una vida civilizada. En la estación de la seca, y cayendo sobre un patio majestuoso y libre de toda humedad y vegetación, debería ser la residencia más cómoda para un futuro explorador de las ruinas de Uxmal; y cuantas veces entraba yo allí sentía una especie de pesar por no habernos aprovechado de las ventajas que presentaba. Con estas pocas palabras me despido de la casa de las monjas, añadiendo únicamente que en el centro existe el fragmento de una gran piedra, semejante a la que se ve en la terraza de la casa del gobernador, llamada picota; y que, engañado por el relato de Waldeck, que dice hallarse todo aquel pavimento esculpido de tortugas, consumí una mañana en hacer excavaciones para limpiar el piso de la tierra allí acumulada, y no hallé cosa alguna de aquella especie. La capa interior consistía en piedras toscas que sin duda sirvieron de fundamento a un piso de mezcla, que ha desaparecido ya en lo absoluto, por su larga exposición a las lluvias. A espaldas de éste hay otro edificio, o mejor dicho otra línea de varios edificios, más bajos que la casa de las monjas, situados en orden irregular y muy arruinados ya.

A la primera porción de estos edificios dimos el nombre de casa de los pájaros, por la circunstancia de que su parte exterior se encuentra adornada de representaciones de plumas y pájaros rudamente esculpidos. La porción restante consiste en algunas piezas muy grandes, entre las cuales hay dos de cincuenta y tres pies de largo, catorce de ancho y como veinte de alto, y son las mayores, o por lo menos las más anchas que hay en Uxmal. En una de ellas se ven los vestigios de una pintura muy bien conservada; y en la otra hay un arco que se aproxima más de cerca al principio de la verdadera clave, que ningúnotro de cuantos vimos en toda nuestra exploración de las ruinas. Es muy semejante a los primitivos arcos, si podemos llamarlos así, de los etruscos y griegos, tales como se encuentra en Arpino, del reino de Nápoles, y en Tiryus de Grecia. Desde estos edificios se baja a la casa del enano, conocida también con el nombre de casa del adivino, por la circunstancia de poderse contemplar desde ella toda la ciudad y hacer capaz a su habitante de saber cuanto pasa alrededor. El patio de este edificio es de ciento treinta y cinco pies de largo sobre ochenta y cinco de ancho. Está limitado por hileras de montículos de veinte y cinco a treinta pies de espesor, cubiertos ya de una tupida capa de maleza, pero que seguramente formaron antiguamente hileras de edificios. En el centro existe una piedra cilíndrica semejante a las que habíamos visto en los otros patios y que llamaban picotas.

La base del edificio se encuentra hoy tan escombrada, que es muy difícil fijar con precisión sus dimensiones. Sin embargo, conforme a nuestras medidas, es de doscientos treinta y cinco pies de largo, y ciento cincuenta y cinco de ancho; su altura es de ochenta y ocho pies, y hasta la extremidad superior del edificio hay ciento y cinco pies. Aunque disminuye en proporción que sube, su forma no es exactamente piramidal y sus extremidades son redondas. Todo él está cubierto de piedra y es perfectamente sólido desde la base. A lo largo de éste, o más bien a una altura como de veinte pies a donde seguramente se llegaba por una escalinata que ha desaparecido ya, hay una hilera de curiosos departamentos casi llenos de escombros, pero conservando aún las vigas de zapote sobre las puertas. A la altura de sesenta pies hay una sólida plataforma, que proyecta sobre la cual existe un edificio recargado de adornos más ricos, minuciosos y cuidadosamente esculpidos, que los de ningún otro edificio de Uxmal. Un gran pórtico da sobre la plataforma. Los dinteles de zapote subsisten aún en sus primitivos sitios, y se divide el interior en dos departamentos: el primero es de quince pies de ancho, siete de profundidad y diecinueve de elevación; mientras que el otro tiene doce pies de ancho, cuatro de profundidad y once de elevación. Ambos son enteramente planos, sin adornos de ninguna especie, ni comunicación con parte alguna del montículo. La escalera, bien así como todo otro medio de comunicación con este edificio, ha desaparecido enteramente; y durante nuestra visita nos perdimos en conjeturas para saber cómo se llegaba a él.

Por lo que después observamos, creímos que una gran escalinata construida sobre un plan diverso de lo que hasta allí habíamos examinado, soportada por un arco triangular, debió haber guiado hasta la puerta del edificio; y eso le daría, cuando aun estaba en pie, una extraordinaria apariencia de grandeza. La estructura situada en la cima era un largo y estrecho edificio de setenta pies de frente y sólo doce de profundidad. Ese frente se halla en completa ruina; pero aun en medio de su decadencia presenta una combinación de adornos, los más elegantes y de mejor gusto que hay allí, por lo que sería difícil formarse una idea perfecta, sino por medio de un grabado en escala mayor. Una serie de emblemas de la vida y de la muerte, en contraste perfecto, se ve en toda la extensión de la pared, confirmando la existencia de aquel culto practicado por los antiguos egipcios y otras naciones orientales, y del cual hemos hablado como de un culto que prevalecía en Uxmal. El interior está dividido en tres departamentos, de los cuales, el del centro mide veinticuatro pies sobre siete, y los laterales diecinueve sobre siete también. Carecen de comunicación entre sí: dos tienen sus puertas al oriente, y uno al poniente. Una estrecha plataforma, de cinco pies de latitud, proyecta de los cuatro lados del edificio. Toda la parte del norte está destruida, y un gran trozo del frente oriental se encuentra en el mismo estado. A este frente se sube por una gran escalinata de noventa peldaños, y tiene ciento dos pies de elevación sobre setenta de anchura.

Los peldaños son estrechos y la escalinata es casi perpendicular. Por lo mismo, cuando la despejamos de los árboles y ya no había de qué asirse, la subida y bajada eran tan difíciles como peligrosas. El historiador Cogolludo refiere que una vez subió por esta escalinata, y que cuando quiso bajar se arrepintió de su empresa, pues se le fue la vista y se vio en gran peligro. Añade que en los departamentos de este edificio, que él llama pequeñas capillas, había ídolos y que en ellos se habían hecho sacrificios de hombres, mujeres y niños. Es indudable que este elevado edificio era el gran "Teocali" o el mayor templo de los ídolos a quienes el pueblo de Uxmal tributaba culto, y en él se celebraban sus más santos y misteriosos ritos. "El sumo sacerdote tenía en la mano un largo, ancho y agudo cuchillo de pedernal; otro llevaba un collar de madera en forma de culebra. Las víctimas que debían ser sacrificadas eran conducidas arriba, de una en una, enteramente desnudas;se les echaba boca arriba sobre la piedra, fijábaseles el collar al cuello, y otros cuatro sacerdotes le aseguraban los pies y las manos. Entonces el sumo sacerdote rasgábales el pecho, con prodigiosa destreza, arrancaba el corazón, y presentábalo en alto al Sol. Convertíase después al ídolo, y se lo enviaba a la cara, arrojando el cuerpo desde aquella altura, y no se detenía hasta llegar al fin de la escalera, porque los peldaños eran muy derechos. Y cierto indio recién convertido, que había sido en gentilidad sacerdote, decía que cuando se arrancaba el corazón a las miserables víctimas, quedaba saltando en el suelo tres o cuatro minutos, hasta que se enfriaba gradualmente, y entonces se arrojaba el cuerpo, palpitante aún, desde lo alto".

En todo el largo catálogo de ritos supersticiosos con que están manchadas las páginas de la historia humana no puede imaginarse una pintura más odiosamente horrible que la de un sacerdote indio con su ropaje blanco y el cabello largo, haciendo sus formidables sacrificios humanos desde aquella notable altura, en presencia de todo el pueblo que podía contemplarlo en toda la vasta extensión de la ciudad. Desde la cima de este montículo pasamos por sobre la casa del gobernador a la casa de las palomas, que es de doscientos cuarenta pies de largo. El frente está muy arruinado y las habitaciones escombradas. En el centro de la techumbre, y en una dirección longitudinal, corre una hilera de estructuras piramidales, de la misma forma que el frente de algunas casas holandesas, de que todavía hay vestigios entre nosotros, aunque aquéllas son mayores y más macizas. Son nueve por todas, están hechas de piedra, de cerca de tres pies de espesor, y tienen unas pequeñas aberturas oblongas, que, por la ligera semejanza que tienen con las casillas de las palomas, se ha dado al edificio el nombre con que se le conoce. Todas ellas estuvieron antiguamente cubiertas de figuras y adornos de estuco, de que aún subsisten algunos vestigios. En el centro de este edificio hay un arco de diez pies de ancho, que guía a un patio de ciento ochenta pies de largo y ciento cincuenta de fondo, en cuyo centro, aunque arrancada ya, se ve la misma grande piedra cilíndrica de que hemos hablado tan a menudo.

A derecha e izquierda hay una hilera de edificios arruinados y se ven también en el frente y en el fondo, con otro arco en el centro. Cruzando el patio y pasando bajo de este arco, subimos por un ramal de escaleras, ya arruinadas, y nos encontramos en otro patio de cien pies de largo y ochenta y cinco de ancho. También de cada lado de este patio había hileras de edificios destruidos, y en el otro extremo estaba un gran "Teocali" de doscientos pies de largo, ciento veinte de ancho y como cincuenta de elevación. Una ancha escalinata guía hasta la cima, sobre la cual existe un largo y estrecho edificio de cien pies sobre veinte, dividido en tres departamentos. Se sentía no sé qué solemne y sombrío interés en presencia de esta gran masa de ruinas. Al entrar bajo del ancho arco, cruzar los dos majestuosos patios sembrados de edificios en cabal ruina, y subir la gran escalinata hasta el edificio de la cima, se siente una vigorosa impresión de una grandeza que ha pasado ya; y esa impresión es producida con mayor viveza aquí, que en ninguna otra parte de la desolada ciudad. Tiene una vista dominante sobre todos los demás edificios, y subsiste solo, aislado en su sombría grandeza, turbada rara vez por el eco de los pasos de un hombre. En sus visitas a este edificio, Mr. Catherwood sorprendió una vez a un venado, y otra a un cerdo montés. En el ángulo N. E. de este edificio hay una hilera de altas y arruinadas terrazas con vista al E. y al O. de cerca de ochocientos pies de largo en su base, y cuyo conjunto se llama "El camposanto".

En una de esas terrazas existe todavía un edificio de dos cuerpos, con algunos restos esculpidos. Los indios decían que en un valle profundo y escombrado que se veía al pie estuvo el antiguo sitio en que se hacían los enterramientos de la arruinada ciudad; pero, a pesar de nuestras propias investigaciones y de la promesa que de una recompensa hicimos a los indios, nunca hallamos un solo sepulcro. Además de todo esto, existía la casa de la vieja, en completa ruina. Una vez, en medio de un ventarrón, vimos desplomarse los restos de la pared del frente, que todavía estaban en pie. Está como a quinientos pies de distancia de la casa del gobernador y le viene el nombre de la estatua mutilada de una vieja, que estaba colocada allí. Cerca, había otros monumentos enteramente abatidos, y casi enterrados, los cuales nos fueron designados por los indios en nuestra primera visita. Al N. hay un montículo circular de ruinas, probablemente idéntico al edificio circular que vimos en Mayapán. Una muralla, que se dice haber ceñido la ciudad, podrá verse en nuestro plano hasta donde fue posible hacer la traza. Más allá, y por una gran distancia en todas direcciones, todo el terreno está cubierto de ruinas; pero cierro aquí la breve descripción de ellas, pues que, pudiendo prolongarla indefinidamente, me he encerrado en los más estrechos límites posibles. Tengo esperanza de que alguna vez podré presentar a los anticuarios todo lo que sobre este objeto puede satisfacer su curiosidad; confío, sin embargo, haber dicho lo bastante para dar al lector una idea clara y distinta de lo que son las ruinas de Uxmal.

Tal vez podrá representarse allá en su imaginación, como nos ha sucedido a nosotros, lo sorprendente de la escena cuando todos esos edificios estaban en pie, habitados por un pueblo vestido de una manera tan fantástica y caprichosa como los adornos de sus edificios y poseyendo el conocimiento de todas aquellas pequeñas artes que deben ser coexistentes con la arquitectura y escultura, y a las cuales sólo ha sobrevivido la piedra imperecedera. La pequeña luz histórica que recibimos en Mérida y Mayapán de nada nos debía servir en Uxmal, pues que no se hace mención de esta ciudad en ninguno de los recuerdos de la Conquista. Los nubarrones vuelven a agruparse; pero todavía, a través de ellos, una estrella se columbra. Dice el padre Cogolludo,que en la memorable ocasión en que estuvo a punto de caer de las escaleras del gran "Teocali" halló en una de las piezas, que él llama adoratorios, "ofrendas de cacao y señales de copal, usado por los indios en lugar de incienso, y que se había quemado allí recientemente". Señal cierta, continúa ,"de que los indios de aquel lugar habían cometido allí un acto de superstición idolátrica"; diciendo luego: guiado de su espíritu piadoso, "Dios ayude a estos pobres indios, porque el diablo los engaña con harta facilidad". Cuando regresé a Mérida, facilitome D. Simón sus títulos y papeles de propiedad de la hacienda de Uxmal. Formaban una masa enorme, a cuyo lado habrían parecido un juguete los autos seguidos en un largo pleito; y desgraciadamente muchos de ellos estaban en lengua maya.

Pero había un enorme legajo in folio, escrito en castellano, y allí constaba la primera concesión de esas tierras, hecha por el gobierno español, con fecha 12 de mayo de 1673, en favor del regidor D. Lorenzo de Evia, a quien se hizo la merced real de cuatro leguas de terreno desde los edificios de Uxmal hacia el sur, una al oriente, otra al poniente y otra al norte, por los distinguidos méritos y servicios que allí se expresaban. El preámbulo dice que el regidor D. Lorenzo de Evia en un escrito presentado a S. M. expresó que a distancia de dieciséis leguas de Mérida, y tres de la sierra del pueblo de Ticul, había unos terrenos, llamados Uxmal Checaxek, Tzenchan-Cemin, Curea-Kusultzac, Exmune-Hismouuec, incultos y realengos, que no podían aprovechar a los indios para sus siembras y labores, sirviendo únicamente para la cría de ganado vacuno; que el dicho regidor tenía esposa e hijos, a quienes, para el mejor servicio del Rey, le era necesario mantener conforme a su rango y jerarquía; y que deseaba poblar aquellos terrenos de ganado vacuno, pidiendo en consecuencia se le diesen, con tal objeto y en nombre de Su Majestad, toda vez que no resultaba perjuicio de tercero, sino, al contrario, un gran servicio a Dios nuestro Señor, porque dicho establecimiento evitaría que los indios diesen culto al diablo en los edificios viejos que había en aquel sitio, teniendo en ellos sus ídolos a los, cuales quemaban copal y hacían otros detestables sacrificios, según lo verificaban diariamente, como era público y sabido.

Después de éste, aparece otro instrumento más reciente, de 3 de diciembre de 1687, cuyo preámbulo repite la solicitud del capitán D. Lorenzo de Evia; y la merced que se le hizo; y expresa que un indio llamado Juan Can le había importunado reclamando un derecho a dichas tierras, fundado en ser descendiente de los antiguos indios a quienes pertenecían; que el tal Can había exhibido algunos papeles y mapas confusos; y que, aunque no era posible a éste justificar su derecho, el expresado D. Lorenzo, para evitar litigios, convenía en darle setenta y cuatro pesos, como precio y valor de las dichas tierras. La petición expresa el consentimiento de Juan Can, con todas las formalidades requeridas en el caso, y que aparece en el acta original entre los títulos de propiedad y otros papeles, demandando en consecuencia se ratifique la primera concesión y se le ponga en real y corporal posesión de la finca. En el auto de confirmación aparece el relato de haber sido puesto en posesión (D. Lorenzo), y comienza así: "En el sitio llamado Los edificios de Uxmal y sus tierras, a los tres días del mes de enero de 1688, etc., etc." Y concluye con estas palabras. "En virtud del título y autoridad que se me ha dado por dicho gobernador, con sujeción a su tenor, tomé de la mano al dicho D. Lorenzo de Evia y paseó conmigo por todo Uxmal y sus edificios, abrió y cerró varias puertas que tenían algunas piezas, cortó dentro de su recinto algunos árboles, recogió y arrojó varias piedras, sacó agua de una de las aguadas de dicho sitio de Uxmal y ejerció otros varios actos de posesión".

El lector notará que tenemos aquí dos diferentes testigos, independientes el uno del otro, testificando que ciento cuarenta años después de la fundación de Mérida los edificios de Uxmal eran mirados con reverencia por los indios; que éstos formaban el núcleo de una población dispersa, que concurría allí, lejos de la vista de los españoles, a verificar algunos ritos religiosos de su culto. Cogolludo vio en la casa del enano ciertas "señales de copal recientemente quemado", "muestra cierta de haberse ejecutado algún acto idolátrico"; y los títulos de D. Simón, que jamás se habían empleado para ilustrar ningún punto de la historia, además de mostrar cuál era la política del gobierno que para el servicio de Dios destruía las costumbres de los indios y alejaba a los indígenas de los edificios consagrados a su culto, pruebas son, que se calificarían de concluyentes en cualquier tribunal, de que los indios en ese tiempo daban notoriamente culto al demonio y hacían otras detestables ceremonias en aquellos antiguos edificios. ¿Puede suponerse que unos edificios en que se ejercían tales actos del culto religioso de los indios, y a los cuales concurrían éstos con tal asiduidad, que se tuvo por necesario arrojarlos de allí, fuesen edificios de otra raza; o más bien debería decirse que los indios hacían esto, porque aquellos edificios eran adaptados a los ritos y ceremonias que recibieron de sus padres; o porque eran los mismos en que sus antepasados dieron culto a los ídolos? A mi juicio, no hay duda ninguna que esta última interpretación es la más plausible que pueda darse de aquellos actos; y puedo añadir, conforme lo certifica el notario hace apenas ciento cuarenta y cuatro años, que los edificios arruinados de Uxmal tenían puertas que podían abrirse y cerrarse.

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