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Datos principales


Desarrollo


CAPÍTULO XIII El gobernador va a La Habana, y las prevenciones que en ella hace para su conquista A los postreros de agosto del mismo año de mil y quinientos y treinta y ocho, salió el general de la ciudad de Santiago de Cuba con cincuenta de a caballo para ir a La Habana, habiendo dejado orden que los demás caballos, que eran trescientos, caminasen en pos de él en cuadrillas de cincuenta en cincuenta, saliendo los unos ocho días después de los otros, para que fuesen más acomodados y mejor proveídos. La infantería y toda su casa y familia mandó que, bojando la isla, fuese por la mar a juntarse todos en La Habana. Donde habiendo llegado el gobernador y vista la destrucción que los corsarios habían hecho en el pueblo, socorrió de su hacienda a los vecinos y moradores de él para ayudar a reedificar sus casas, y lo mejor que pudo reparó el templo y las imágenes destrozadas por los herejes. Y, luego que llegaron a La Habana, dio orden que un caballero natural de Sevilla, nombrado Juan de Añasco, que iba por contador de la hacienda imperial de Su Majestad, que era gran marinero, cosmógrafo y astrólogo, con la gente más plática de la mar que entre ellos se hallaba, fuese en los dos bergantines a costear y descubrir la costa de la Florida, a ver y notar los puertos, calas o bahías que por ella hubiese. El contador fue, y anduvo dos meses corriendo la costa a una mano y a otra. Al fin de ellos volvió con relación de lo que había visto y trajo consigo dos indios que había preso.

El gobernador, visto la buena diligencia que Juan de Añasco había hecho, mandó que volviese a lo mismo y muy particularmente que notase todo lo que por la costa hubiese para que la armada, sin andar costeando, fuese derechamente a surgir donde hubiese de ir. Juan de Añasco volvió a su demanda y, con todo cuidado y diligencia, anduvo por la costa tres meses y al cabo de ellos vino con más certificada relación de lo que por allá había visto y descubierto y dónde podían surgir los navíos y tomar tierra. De este viaje trajo otros dos indios que con industria y buena maña había pescado, de que el gobernador y todos los suyos recibieron mucho contento, por tener puertos sabidos y conocidos donde ir a desembarcar. En este paso añade Alonso de Carmona que (por haber estado perdidos el capitán Juan de Añasco y sus compañeros dos meses en una isla despoblada donde no comían sino pájaros bobos, que mataban con garrotes, y caracoles marinos, y por mucho peligro que habían corrido de ser anegados cuando volvieron a La Habana), al salir en tierra, dende la lengua de agua fueron todos los que venían en el navío de rodillas hasta la iglesia, donde les dijeran una misa, y, después de cumplida su promesa, dice que fueron muy bien recibidos del gobernador y de todos los suyos, los cuales habían estado muy desconfiados de temor que se hubiesen perdido en la mar, etcétera. Estando el adelantado Hernando de Soto en La Habana aderezando y proveyendo lo necesario para su jornada, supo cómo don Antonio de Mendoza, visorrey que entonces era de México, hacía gente para enviar a conquistar la Florida, y, no sabiendo el general qué parte la enviaba y temiendo no se encontrasen y estorbasen los unos a los otros y hubiese discordia entre ellos, como la hubo en México entre el marqués del Valle, Hernando Cortés, y Pánfilo de Narváez, que en nombre del gobernador Diego Velázquez había ido a tomarle cuenta de la gente armada que le había entregado, y como la hubo en el Perú entre los adelantados don Diego de Almagro y don Pedro de Alvarado a los principios de la conquista de aquel reino.

Por lo cual, y por excusar la infamia del vender y comprar la gente, como dijeron de aquellos capitanes, le pareció a Hernando de Soto sería bien dar aviso al visorrey de las provisiones y conduta de que Su Majestad le había hecho merced para que lo supiese, y juntamente suplicarle con ellas. A lo cual envió un soldado gallego llamado San Jurge, hombre hábil y diligente para cualquier hecho, el cual fue a México y en breve tiempo volvió con respuesta del visorrey que decía hiciese el gobernador seguramente su entrada y conquista por donde la tenía trazada y no temiese que se encontrasen los dos, porque él enviaba la gente que hacía a otra parte muy lejos de donde el gobernador iba; que la tierra de la Florida era tan larga y ancha que había para todos y que, no solamente no pretendía estorbarle, mas antes deseaba y tenía ánimo de le ayudar y socorrer si menester fuese, y así le ofrecía su persona y hacienda y todo lo que con su cargo y administración pudiese aprovecharle. Con esta respuesta quedó el gobernador satisfecho y muy agradecido del ofrecimiento del visorrey. Ya por este tiempo, que era mediado abril, toda la caballería que en Santiago de Cuba había quedado era llegada a La Habana, habiendo caminado a jornadas muy cortas las doscientas y cincuenta leguas, poco más o menos, que hay de la una ciudad a la otra. Viendo el adelantado que toda su gente, así de a caballo como infantes, estaba ya toda junta en La Habana y que el tiempo de poder navegar se iba acercando, nombró a doña Isabel de Bobadilla su mujer e hija del gobernador Pedro Arias de Ávila, mujer de toda bondad y discreción, por gobernadora de aquella gran isla, y por su lugarteniente a un caballero noble y virtuoso llamado Joan de Rojas, y en la ciudad de Santiago dejó por teniente a otro caballero que había nombre Francisco de Guzmán.

Los cuales dos caballeros, antes que el general llegara a esta isla, gobernaban aquellas dos ciudades, y, por la buena relación que de ellos tuvo, los dejó en el mismo cargo que antes tenían. Compró una muy hermosa nao llamada Santa Ana que a aquella sazón acertó a venir al puerto de La Habana. La cual nao, había ido por capitana a la conquista y descubrimiento del Río de la Plata con el gobernador y capitán general don Pedro de Zúñiga y Mendoza, el cual se perdió en la jornada y, volviéndose a España, murió de enfermedad en la mar. La nao llegó a Sevilla de aquel viaje y volvió con otro a México, de donde volvía entonces, cuando Hernando de Soto la compró por ser tan grande y hermosa, que llevó en ella ochenta caballos a la Florida.

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