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Datos principales


Desarrollo


CAPÍTULO VII Apercíbense treinta lanzas para volver a la bahía de Espíritu Santo Entretanto que los tres capitanes descubridores fueron y vinieron con la relación de lo que cada uno de ellos había visto y descubierto, el gobernador Hernando de Soto no holgaba ni reposaba, antes, con todo cuidado y vigilancia, entre sí mismo andaba estudiando y previniendo lo que a su ejército convenía. Viendo, pues, que el invierno se acercaba (que esto era ya por octubre), le pareció por aquel año no pasar adelante en su descubrimiento, sino invernar en aquella provincia de Apalache donde había mucho bastimento. Imaginaba enviar por el capitán Pedro Calderón y los demás españoles que con él quedaron en la provincia de Hirrihigua que viniesen a juntarse con él, porque donde estaban no hacían cosa alguna de importancia. Con estos propósitos mandó recoger todo el bastimento que fuese posible. Mandó hacer muchas casas, sin las que el pueblo tenía, para que hubiese alojamiento acomodado para todos sus soldados. Hizo fortificar el sitio, lo que le pareció que convenía, para la seguridad de su gente. No cesó en este tiempo de enviar mensajeros a Capasi, señor de aquella provincia, con dádivas y buenas palabras, rogándole saliese de paz y fuese su amigo. El cual no quiso aceptar partido alguno, antes se hizo fuerte en un monte muy áspero, lleno de ciénagas y malos pasos, que tomó para defensa y guarida de su persona. Ordenadas y proveídas las cosas dichas, mandó el gobernador apercibir al contador Juan de Añasco para que volviese a la provincia de Hirrihigua, por parecerle que este caballero era el capitán más venturoso, que mejores suertes había hecho desde el principio de esta jornada que otro alguno de los suyos, y que hombre tal, con las demás buenas partes que tenía de soldado, era menester para pasar por los peligros y dificultades a que le ofrecía.

Con esta consideración le dio orden para que con otras veinte y nueve lanzas que se apercibieron, y la suya treinta, volviese al pueblo de Hirrihigua por el mismo camino que el ejército había traído para que el capitán Pedro Calderón y los demás soldados que con él estaban supiesen lo que su general les mandaba. Provisión fue muy rigurosa para que los que habían de volver casi ciento y cincuenta leguas de tierra poblada de valientes y crueles enemigos, ocupada con ríos caudalosos, con montes, ciénagas y malos pasos, donde, pasando todo el ejército, se había visto en grandes peligros, cuánto más ahora que no iban más de treinta lanzas y habían de hallar los indios más apercibidos que cuando el gobernador pasó, y, por las injurias recibidas, más airados y deseosos de vengarse. Mas todo esto no bastó para que los treinta caballeros apercibidos rehusasen la jornada, antes se ofrecieron a la obediencia con toda prontitud. Los cuales, porque fueron hombres de tanto ánimo y esfuerzo, y que pasaron tantos trabajos, peligros y dificultades, como veremos, será justo queden nombrados y se pongan los nombres de los que la memoria ha retenido. Los que faltaren me perdonen y reciban mi buena voluntad, que yo quisiera tener noticia no solamente de ellos, sino de todos los que fueron en conquistar y ganar el nuevo mundo, y quisiera alcanzar juntamente la facundia historial del grandísimo César para gastar toda mi vida contando y celebrando sus grandes hazañas, que cuanto ellas han sido mayores que las de los griegos, romanos y otras naciones tanto más desdichados han sido los españoles en faltarles quien las escribiese, y no ha sido poca desventura la de estos caballeros que las suyas viniesen a manos de un indio, donde saldrán antes menoscabadas y aniquiladas que escritas como ellas pasaron y merecen.

Mas, con haber hecho todo lo que pudiere, habré cumplido con esta obligación, pues para servirles me cupo más caudal de deseos que de fuerzas y habilidad. Los caballeros apercibidos fueron: el contador y capitán Juan de Añasco, natural de Sevilla; Gómez Arias, natural de Segovia; Juan Cordero y Álvaro Fernández, naturales de Yelves; Antonio Carrillo, natural de Illescas (éste fue uno de los trece que con Francisco Hernández Girón se alzaron con el Cozco el año de mil y quinientos y cincuenta y tres); Francisco de Villalobos y Juan López Cacho, vecinos de Sevilla; Gonzalo Silvestre, natural de Herrera de Alcántara; Juan de Espinosa, natural de Úbeda; Hernando Atanasio, natural de Badajoz; Juan de Abadía, vizcaíno; Antonio de la Cadena y Francisco Segredo, naturales de Medellín; Bartolomé de Argote y Pedro Sánchez de Astorga, naturales de Astorga; Juan García Pechudo, natural de Alburquerque; Pedro Morón, mestizo, natural de la ciudad de Bayamo, de la isla de Cuba. Este soldado tuvo una gracia rarísima, que venteaba y sacaba por rastro más que un perro ventor, que muchas veces le acaeció en la isla de Cuba, saliendo él y otros a buscar indios alzados o huidos, sacarlos por el rastro de las matas o huecos de árboles o cuevas en que se habían escondido. Sentía asimismo el fuego por el olor a más de una legua, que muchas veces en este descubrimiento de la Florida, sin que hubiese visto candela ni humo, decía a los compañeros: "Apercibíos, que hay fuego cerca de nosotros". Y lo hallaba a media legua y a una legua. Era grandísimo nadador, como atrás dejamos dicho. Fue con él su compañero y compatriota Diego de Oliva, mestizo, natural de la isla de Cuba.

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