Compartir


Datos principales


Desarrollo


Capítulo VI Los relatos acerca del pasado: Crónicas e historia Los antiguos mexicanos desarrollaron una primera fase de crónicas en sus códices, valiéndose de su escritura principalmente ideográfica, es decir, representativa de conceptos. De modo esquemático hacían así el registro, al lado de las fechas calendáricas, de los acontecimientos más importantes, cuyo recuerdo debía preservarse. Pero, asimismo, se conservan otros testimonios en los que se transmiten relatos que permiten conocer más de cerca la vida y actuación de los gobernantes y el pueblo en distintas épocas. La selección que aquí he formado incluye varias muestras de considerable interés. Una es la procedente de la Crónica Mexicáyotl compilada por Tezozómoc. El relato habla del modo como el señor azteca Huitzílihuitl hizo suya a la hija del gobernante de Cuauhnáhuac (la actual Cuernavaca). En la narración se mezclan recordaciones del pasado y supuestos aconteceres portentosos. También se reúnen aquí otros textos que hablan de un lugar, bien conocido dentro y fuera de México. Dicho sitio es Chapultepec, con su cerro y bosque, donde existe actualmente el parque más extenso y hermoso de la ciudad de México. Otro relato sobre la lucha entre los hombres de México-Tenochtitlan y sus vecinos, los de Tlatelolco, lo proporciona el Códice Cozcatzin. Este manuscrito fue testimonio que se presentó en un litigio sobre la propiedad de tierras. Sin embargo, para justificar una serie de afirmaciones, en él quedó incluida esta significativa relación que recoge varias anécdotas legendarias y es, en sí misma, buena muestra del dramatismo que puede hallarse en composiciones literarias de contenido histórico.

Textos como éste dan prueba de que la historiografía indígena sobrepasó la etapa de las meras crónicas en las que, al lado de las fechas, se indicaban simplemente los acontecimientos principales. Finalmente aduciré otros testimonios referentes a las actividades de los mercaderes que efectuaban su comercio con pueblos de lejanas tierras. Se trata de textos que muestran aspectos de lo que era la vida económica en el ámbito de Mesoamérica. DEL MODO COMO OBTUVO ESPOSA HUITZILÍHUITL Huitzilíhuitl solicitó asimismo a una princesa Cuaunáhuac, llamada Miahuaxíhuitl, hija del llamado Ozomatzinteuctli, rey de Cuauhnáhuac. Según expresaron los ancianos, entonces constituían el dominio de Ozomatzinteuctli todos los naturales de Cuauhnáhuac, quienes le entregaban todo el algodón imprescindible, así como los muy variados frutos que allá se daban. De todo lo mencionado nada podía venir ni entrar aquí a México, ni les venía algodón acá a los mexicas, por lo cual andaban en gran miseria: sólo algunos de los mexicas vestían de algodón, y algunos más llevaban "máxtlatl" (braguero) hecho del "amoxtli" que se daba en el agua. A causa de esto fue a solicitar a la princesa de Cuauhnáhuac por esposa de Huitzilíhuitl, rey de los mexicas. Decía: "¿Cómo podremos emparentar con Ozomatzinteuctli?, ¡que vayan a pedirle su hija para mí!" Según se dice, de antemano había hecho Huitzilíhuitl buscar cuidadosamente por todas partes, pero no quiso de ningún otro lado.

Su corazón se fue solamente a Cuauhnáhuac, por lo cual inmediatamente envió a los ancianos a pedirla por esposa. Según se dice, Ozomatzinteuctli era brujo, "nahualli": llamaba a todas las arañas, así como al ciempiés, la serpiente, el murciélago y el alacrán, ordenándoles a todos que guardasen a su hija doncella, Miahuaxíhuitl, que era muy bella, para que nadie entrase donde ella, ni nadie la deshonrara. Estaba encerrada y muy guardada la doncella, hallándose toda clase de fieras resguardándola por todas las puertas del palacio a causa de esto había muy gran temor, y nadie se acercaba al palacio. A esta princesa Miahuaxíhuitl la solicitaban los reyes de todos los lugares porque querían casarla con sus hijos, pero Ozomatzinteuctli no aceptaba ninguna petición. Ya se dijo que Huitzilíhuitl hacía que los ancianos buscaran cuidadosamente por todas partes en Chalco, en el Tepanecapan, aunque allá sí eligió (a otra de sus mujeres); en Aculhuacan, en Culhuacan, en Cuitláhuac, en Xochimilco. Durante la noche, le habló Yoalli (el dios Tezcatlipoca) en sueños a Huitzilíhuitl diciéndole: "Entraremos en Cuauhnáhuac a despecho de la gente, iremos a casa de Ozomatzinteuctli, y tomaremos a su hija, a la llamada Miahuaxíhuitl." En cuanto despertó Huitzilíhuitl envió inmediatamente a Cuauhnáhuac a solicitarla por esposa. Al oír Ozomatzinteuctli la exhortación con la que los mexicas solicitaban a su hija, tan sólo se llegó a ellos y les dijo: "¿Qué es lo que dice Huitzilíhuitl? ¿Que podrá él darle? ¿Lo que se da en el agua, de modo que, tal como él se viste con "máxtlatl" de lino acuático y de "amoxtli", así la vestirá? ¿Y de alimentos qué le dará? ¿O acaso es aquel sitio como éste, donde hay de todo, viandas y frutas muy diversas, el imprescindible algodón, y las vestiduras? ¡Id a decir todo esto a vuestro rey Huitzilíhuitl antes de que volváis aquí!" Debido a esto vinieron inmediatamente los casamenteros a decirle a Huitzilíhuitl que Ozomatzinteuctli no consentía en dar a su hija.

Mucho se angustió éste al saber que no se aceptaba su petición. Yoalli le habló nuevamente en sueños, le dijo: "No te aflijas, que vengo a decirte lo que habrás de hacer para que puedas tener a Miahuaxíhuitl. Haz una lanza y una redecilla, con las cuales irás a flechar a casa de Ozomatzinteuctli, donde está enclaustrada la doncella su hija, así como una caña muy hermosa; ésta adornada cuidadosamente y píntala bien, plantándole además en el centro una piedra, muy, muy preciosa, de muy bellas luces. Irás a dar allá por sus linderos, donde flecharás todo, e irá a caer la caña, en cuyo interior irá la piedra preciosa, allá donde está enclaustrada la hija de Ozomatzinteuctli, y entonces la tendremos". Hízolo así el rey Huitzilíhuitl, yéndose a los linderos de los Cuauhnáhuac, e inmediatamente flechó, usando la caña muy bien pintada y admirablemente hecha, en cuyo interior iba la mencionada piedra preciosa, de bellísimas luces. Fue a caer ésta a mitad del patio donde se hallaba enclaustrada la doncella Miahuaxíhuitl. Cuando cayó la caña a medio patio y la doncella Miahuaxíhuitl la vio bajar del cielo --según se indica--, al punto la tomó con la mano, maravillándose luego, mirando y admirando sus variados colores cual nunca vieron otros. Inmediatamente la rompió por el medio y vio dentro de ella la mencionada piedra hermosísima y de muy bellas luces, la cual tomó diciéndose: "¿Será fuerte?" Plantándosela en la boca, se la tragó, se la pasó y ya no pudo sacarla, con lo cual dio principio su embarazo y concepción de Motecuhzoma Ilhuicaminatzin.

.." TEXTO ACERCA DE LOS MERCADERES Aquí está cómo estuvo establecido en tiempos antiguos el arte de traficar, en qué modo comenzó En tiempos de Cuacuaauhpitzaua comenzaron el arte de traficar los jefes de los comerciantes: Itzcohuatzin, Tziuhtecatzin. Lo que era materia de tráfico, lo que vendían era puramente plumas rojas y verdes de la cola (de ave), y plumas de ave roja. Solamente estas tres cosas eran con que hacían mercadería. Y en segundo lugar vino a regir Tlactéotl y en su tiempo se instalaron jefes de tráfico. Ellos: Cozmatzin, Tzompantzin. En tiempo de éstos se dio a conocer la pluma de quetzal, aún no la larga, y la de zacuan, y turquesas y jades y mantas suaves y pañetes suaves: lo que se vestía la gente hasta entonces todo era de fibra de maguey: mantas, camisas, faldellines de hombre, de fibra de maguey. Y en tercer lugar se vino a poner como rey Cuauhtlatohua y también en su tiempo se pusieron jefes de los traficantes; ellos: Tulan, Mimichtzin, Miexochitzin, Yaotzin. En su tiempo se dio a conocer el bezote de oro y la orejera de oro y la pulsera: se llama "sujeta mano" (anillo), y collares de cuentas gordas de oro, turquesas y grandes jades y plumas de quetzal largas y pieles de tigre, y plumas largas de zacuan y de azulejo y de guacamaya. Y en cuarto lugar se vino a poner como rey Moquíhuix. Y en su tiempo también se pusieron jefes de los traficantes; ellos Popoyotzin, Tlacochintzin. Y también en su tiempo se dieron a conocer las mantas finas, las muy hermosas, con el joyel del viento labrado de rojo, y las mantas de pluma de pato y mantas de cazoletas de pluma y hermosos pañetes finos, con bordados en la punta, y muy largas las puntas del pañete.

También faldellines bordados, camisas bordadas y lienzos de ocho brazas, mantas de grecas retorcidas, y cacao. Y todo esto, todo lo mencionado: plumas de quetzal, oro, jades, toda clase de pluma fina entonces precisamente se multiplicó, abundó. Pero el Señorío de Tlatelolco llegó a su fin en tiempos de Moquíhuix. Cuando él hubo muerto, ya no se instaló rey en Tlatelolco a nadie. Allí dio principio el regirse no más por jefes militares. Y entonces comienza el puro gobierno de jefes militares en Tlatelolco. Aquí están los jefes militares que tomaron el cargo y se instalaron en el solio y estrado que dejó vacante Moquihuixtzin. Los que tuvieron el mando fueron éstos: un Tlacatécatl de bajo orden, Tzihuacpopocatzin, y un Tlacochcálcatl de bajo orden, Itzcuauhtzin: ambos personas nobles. Y después, como Tlacochcálcatl, Tezcatzin y como Tlacatécatl, Totozacatzin: ambos caballeros águilas, nobles mexicanos. Ahora bien, aquí están los que fueron sucesores de los jefes de los traficantes, los que fueron instalados en el régimen y mando: Cuauhpoyahualtzin, Nentlamatitzin, Huetzcatocatzin, Zanatzin, Ozomatzin el Grande. Y en Tenochtitlan reina Ahuitzotzin: en su tiempo es cuando llegaron los traficantes hasta Ayotla, en la costa. Entonces sobre ellos vino impedimento: cuatro años estuvieron encarcelados en Cuauhtenanco. Allá fueron sitiados en guerra. Los que les hacían la guerra: el habitante de Tecuantepec, el de Izuatlan, el de Xochtlan, el de Amaxtlan, el de Cuauhtzontlan, el de Atlan, el de Omitlan, el de Mapachtépec.

Estos mencionados todos son grandes pueblos. Pero no sólo éstos los combatían, hacían contra ellos lucha, sino que los cercaban en unión todos los de la costa, cuando luchaban contra ellos estando allá encerrados en Cuauhtenco. Y se lograron cautivos también de parte de cada traficante: no hay cuenta de cuántos aprendieron de los que no tenían insignias militares; no los contaron: solamente se metieron los que tenían banderetas de pluma de quetzal. Los que tenían puestos pieles de pájaro azul, o pieles de pluma de trogo, escudos con mosaico de turquesas, narigueras de oro en figura de mariposa, y arracadas anchas de oro pendientes de las orejas, muy anchas, que bien llegaban a los hombres, y banderolas de plumas de zacuan, o de quetzal, y brazaletes que ceñían lo molledos. A éstos sí los pudieron contar: fueron sus cautivos de ellos: alguno aprehendió veinte, alguno aprehendió quince. Y cuando se acabó el pueblo, cuando desapareció el costeño, luego en su lugar entró el mexicano. Y fue entonces cuando discutieron, al haberse reunido en junta, dijeron: "Mexicanos, traficantes, gente que anda por cuevas: hizo su oficio el portentoso Huitzilopochtli: a su lado, junto a él hemos de llegar hasta nuestra ciudad. Nadie se enorgullezca, nadie haga por esto gala de hombría tocante a todos nuestros dominados, los que fueron hechos cautivos. No hemos hecho más que venir a requerir tierras para el señor portentoso, Huitzilopochtli. Y aquí está nuestra adquisición, lo que hemos logrado, lo que fue el precio de nuestros pechos, de nuestras cabezas: Con esto hacemos ver, con esto llegaremos a dar a México, bezotes de ámbar, y orejeras con plumas de quetzal encasquilladas, y bastones con labores de varios colores, y abanicos hechos de plumas de faisán.

Y aquí están nuestras capas, mantas de nudo torcido; y nuestros pañetes, pañetes de nudo torcido. Todo esto será nuestra propiedad, nuestra adquisición, nuestra fama de hombres: nadie podrá tomarla, de cuantos en México viven traficantes, gente que anda en cuevas, que con nosotros no vinieron, con nosotros no se fatigaron, sino que será cosa exclusiva nuestra". Y en el tiempo que pasaron cuatro años allá en Ayotla bien llegaba su pelo hasta el abdomen cuando acá vinieron. Pues cuando oyó fama de ellos Ahuitzitzin, que ya vienen los traficantes, los que andan en cuevas que fueron de viaje hasta Ayotlan, luego dio orden para que los fueran a encontrar. Todo el mundo enteramente fue a encontrarlos: a esos los guiaban los incensadores, los sacerdotes, y en seguida los jefes, los capitanes. Iban llevando los incensadores incensarios, incienso de la tierra, pericón, caracoles, los iban tañendo e iban cargando morrales: ésos son los morrales del incienso. Y los principales, los magnates llevaban puestas sus chaquetillas, y llevaban cargando sus calabazas para el tabaco. Al ir, van en hileras, van en dos hileras y allá fueron a encontrarlos en Acachinanco. Cuando hubieron llegado luego los inciensan los que fueron a su encuentro: así se hacía antaño. Hecho así, los vienen acompañando, los vienen precediendo; todos los que fueron a encontrar a la gente, van en hileras. ¡Puede que no hubiera quien no quisiera verlos! Cuando han llegado nadie va a su casa, sino que luego los llevaron derecho al palacio de Ahuitzotzin.

Cuando hubieron llegado al medio del patio, luego se quema incienso en el gran brasero. Los vino a encontrar el rey Ahuitzotl, les dijo: "Tíos míos, traficantes, gente de las cuevas: os habéis fatigado; tomad descanso, reposad". Los vino a colocar entre los príncipes, los nobles. Allí estaban en hileras ordenadas los dignos de gloria, los jefes de la guerra, nadie se ha ausentado. Y cuando se hubo sentado Ahuitzotzin, luego le fueron dando las ofrendas: todo cuanto cautivo fue hecho, penachos de plumas de quetzal, banderas de plumas de quetzal o de trogo, pieles de pájaros azules, pieles de tzinitzcan, braceletes para los molledos, escudos de mosaico de turquesa, narigueras de oro en figura de mariposa, arracadas de oro para las orejas: delante de él se lo pusieron como un tributo. Luego le hacen una arenga, le dijeron: "Rey nuestro, que seas feliz: aquí está el precio de la cabeza y del pecho de tus tíos los traficantes, los viajeros, los que se recatan por las cuevas, los que espían a la gente como guerreros. Si fue su aprobación, su angustia, su congoja, si fueron sus logros, ¡dígnate recibirlo!" Y en seguida les dijo: "Tíos míos, os habéis cansado, os habéis afanado: ¡lo quiso el señor portentoso Huitzilopochtli! Hicisteis bien vuestro oficio y ahora pongo los ojos en vuestro rostro y en vuestra cabeza. Aquí está: vuestro caudal, precio de vuestro pecho y de vuestra cabeza. Nadie os lo quitará, que ciertamente es vuestra propiedad, vuestra adquisición: vosotros lo habéis merecido".

Y luego les dio mantas: entreveradas con papel, con (bordado de) mariposa en el borde, y mantas con cazoletas y con husos (bordados), y con flores color de tuna, y de ocho tiras, y pañetes de tuna con largas puntas. Con esto les dio a entender que habían llegado hasta Ayotla. Y les dio también a cada uno un ato de mantas de pelo de conejo. Y a cada uno, una canoa de maíz desgranado, frijol y chia: con lo que fueron llevados cada uno a su casa. Y cuando se hizo guerra allá en Ayotlan, por haber estado cerradas las entradas de los traficantes y comerciantes recatados, por cuatro años, fue precisamente cuando la ciudad se abrió paso con el frente de Águilas y con el frente de Tigres. Y todas las mentadas divisas militares, los penachos de plumas de quetzal, todos se los pusieron a sí mismos los traficantes, como que vencieron y derrotaron a aquéllos. Pues, cuando oyó el rey Ahuitzotl que se había cerrado el cerco contra los traficantes y los comerciantes disfrazados, luego envió gente allá: el que fue enviado fue Motecuzomatzin, que ejercía el oficio de Comandante del Arsenal: aún no había sido puesto como rey en aquel entonces. Y cuando marchó y se fue a cumplir la palabra: va a Ayotla porque han perecido los traficantes. Y luego vinieron a cercarlo los traficantes viajeros, le dijeron a Motecuhzoma: "Señor, te has fatigado, te has afanado: ya no debes llegar a donde te diriges, ya es la tierra del Señor portentoso Huitzilopochtli. Han hecho su oficio tus tíos los traficantes mexicanos, los que andan coerciando recatadamente".

No hizo más que volverse, ya no hizo nada de guerra, su puro oficio fue ir a traerlos. Y fue entonces cuando quedó totalmente abierta la tierra de la costa: ya nadie fue nuestro enemigo, de zapotecas y costeños. En cuanto al penacho de plumas de quetzal, allá en Ayotla quedó cautivo. No había tal cosa aquí en México, hasta entonces se dejó ver; los que lo cautivaron fueron de Tlatelolco, lo tomó como cosa de su uso personal Ahuitzotzin. Y en cuanto a los jefes de los traficantes, a los que andan recatados por cuevas comerciando, los que acechan a la gente, los que entran en plan de guerra, principalmente los honraron: les pusieron en los labios bezotes de oro, con que se diera a conocer que ellos eran correos y espías reales. Y les dio (el rey) mantas preciosas, las mencionadas, y los pañetes de precio se hicieron privilegio de ellos. Hasta entonces se los ponían cuando era la gran fiesta, que iba a salir en el día de Tlacaxipehualiztli. Era en este tiempo cuando se ponía en movimiento general todo el contorno, mucho se concentraba en México en la fiesta que salía cada año: era cuando exhibían sus galardones y, en fin de cuentas, cuando se reunían aquí los señores que gobernaban las ciudades. Entonces fue cuando tuvo principio el beber bebida embriagante al sacrificio de la rueda de piedra: delante de ella se hacia: estaba mirando cuántos cautivos iban a ser sacrificados. Pero lo veían también aquellos que no tienen corazón fuerte; también lo veían algunos que por un poco de tiempo venían a admirar aquello, se mostraban varoniles, algunos aun a bailar venían.

Y los reyes los gratificaban con mantas regias, con bordados de cazoletas, o de pintura de águilas, y con abanicos de plumas de guacamaya: los gratificaban todos los que regían ciudades. Y cuando se hacía la fiesta de rayar gente ellos estaban colocados bajo unas sombras. Y cuando no era día de fiesta, en tiempo común y corriente, los mantos que se ponían los jefes de los traficantes, los que bañan esclavos para el sacrificio, los que andan recatados por las cuevas, los que venden gente para la ofrenda, no más mantas de fibra de palma, tejidas con finura; en todo tiempo era con lo que andaban vestidos. Pero los nobles también en aquel entonces andaban vestidos con mantas preciosas, hermosas cuando iban pasando las fiestas grandes, con que vamos alcanzando cada año. Y cuando era tiempo común y corriente, que no era día festivo, también se vestían con mantas de fibra de palma, finamente tejidas, no más que las acomodaban en el modo de ajustarlas. Por esta razón, eran muy mirados los nobles, eran muy ostentosos. Pues cuando daba orden el rey Ahuitzotzin de dónde tenían que entrar los jefes de los traficantes, los que andan recatados por las cuevas, los espías de guerra, los llamaban ante sí Ahuitzotzin. Ellos oían su orden para ir como exploradores reales a la costa. Y cuando habían ido a la casa del rey Ahuítzotl, luego él les daba sus bienes: mil seiscientas mantas chicas: las daba para comerciar. Y cuando habían ido a recogerlas, las traían aquí a Tlatelolco.

Y ya que habían venido, luego se sentaban juntos los traficantes tlatelolcas y los traficantes tenochcas. Unidos unos con otros se hacían sus arengas, expresaban su pensamiento y su palabra, sus intenciones y sus consejos. Y hecho así, cuando ya hablaron entre sí, cuando unos con otros se reanimaron, luego se hacen unos a otros el reparto: ochocientas mantas chicas toman los tenochcas, y también ochocientas mantas chicas toman los tlatelolcas. Y con aquellas mantas luego se compra: mantas para príncipes, con cazoletas adheridas, hechas de pluma, y mantas con pinturas de águilas, y con cenefas y orlas de plumas y pañetes propios de príncipes, con puntas largas y camisas y faldellines de mujer bordados. Estos efectos son propiedad o pertenencia de Ahuítzotl; se los llevaban en comisión los traficantes de la costa. Y aquí están los efectos comerciales, las pertenencias de los traficantes con que hacían su tráfico yendo en comisión real: oro real como corona de rey, y ataderos de oro en forma de cinta para la frente, y collares de cuentas gordas pendientes, hechos de oro, y orejeras de oro, y cierres de oro de que tienen necesidad las mujeres de la costa. Las mujeres de nobleza de la costa con estas joyas cierran su cuerpo. Y argollas para las manos que se llaman cierres de mano. Y orejeras de oro, y orejeras de cristal de roca. Los que no son más que gente vulgar necesitan esto: orejeras de obsidiana, orejeras de metal, y de estaño y sostenedores de obsidiana para rasurar, y puntas de obsidiana aguzadas, y pieles de conejo, y agujas y cascabeles. Esto era en lo que consistía totalmente la hacienda y caudal propios de los traficantes, de los que andan a hurtadillas y de los que van en viaje por comisión real.

Obras relacionadas


No hay contenido actualmente en Obras relacionadas con el contexto

Contenidos relacionados