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CAPÍTULO V CÓMO GUACHOYA VISITA AL GENERAL Y AMBOS VUELVEN SOBRE ANILCO El gobernador, que estaba alojado en la casa de Guachoya, sabiendo que venía cerca, salió a recibirle hasta la puerta de ella. Al cacique, y a todos los suyos, habló amorosamente, de que ellos quedaron muy favorecidos y contentos. Luego se entraron en una gran sala que en la casa había, y el general, mediante los muchos intérpretes puestos como atenores, habló con el curaca informándose de lo que en su tierra y en las provincias comarcanas había en pro y contra de la conquista. Estando en esto, el cacique Guachoya dio un gran estornudo. Los gentileshombres que con él habían venido, que estaban arrimados a las paredes de la sala entre los españoles que en ella había, todos a un tiempo, inclinando las cabezas y abriendo los brazos y volviéndolos a cerrar y haciendo otros ademanes de gran veneración y acatamiento, le saludaron con diferentes palabras enderezadas todas a un fin, diciendo: "El Sol te guarde, sea contigo, te alumbre, te engrandezca, te ampare, te favorezca, te defienda, te prospere, te salve", y otras semejantes, cada cual como se le ofrecía la palabra, y por buen espacio quedó el murmullo de aquellas palabras entre ellos. De lo cual, admirado el gobernador, dijo a los caballeros y capitanes que con él estaban: "¿No miráis cómo todo el mundo es uno?" Este paso quedó bien notado entre los españoles, de que, entre gente tan bárbara, se usasen las mismas o mayores ceremonias que al estornudar se usan entre los que se tienen por muy políticos.

De donde se puede creer que esta manera de salutación sea natural en todas gentes y no causada por una peste, como vulgarmente se suele decir, aunque no falta quien lo rectifique. El cacique comió con el gobernador, y sus indios estuvieron todos alrededor de la mesa, que no quisieron, aunque los españoles se lo mandaron, irse a comer hasta que su señor hubiese comido, lo cual también se notó entre los nuestros. Luego les dieron de comer en otro aposento, que para todos ellos tenían aderezada la comida. Para aposento del curaca desocuparon una de las piezas de su propia casa, donde se quedó con pocos criados, y los indios gentileshombres se fueron a puesta de sol de la otra parte del río y volvieron por la mañana, y así lo hicieron los días que los castellanos estuvieron en aquel pueblo. Entretanto persuadió el curaca Guachoya al gobernador volviese a la provincia de Anilco, que él se ofrecía a ir con su gente sirviendo a su señoría, y, para facilitar el paso del río de Anilco, mandaría llevar ochenta canoas grandes, sin otras pequeñas, las cuales irían por el Río Grande abajo siete leguas hasta la boca del río de Anilco, que entraba en el Río Grande, y que por él subirían hasta el pueblo de Anilco, que todo el camino que las canoas habían de hacer por ambos ríos sería como veinte leguas de navegación; y que, entretanto que las canoas bajaban por el Río Grande y subían por el de Anilco, irían ellos por tierra para llegar todos juntos a un tiempo al pueblo de Anilco.

El gobernador fue fácil de persuadir a este viaje porque deseaba saber lo que en aquella provincia hubiese de provecho y socorro para el intento que tenía de hacer los bergantines. Deseaba asimismo atraer de paz y amistad al curaca Anilco a su devoción para que, sin las pesadumbres y trabajos de la guerra, pudiese poblar y hacer su asiento entre aquellas dos provincias que le habían parecido abundantes de comida, donde podría esperar el suceso de los dos bergantines que pensaba enviar por el río abajo. La intención del gobernador para volver al pueblo de Anilco era la que hemos visto; mas la del curaca Guachoya era muy diferente, porque era de vengarse con fuerzas ajenas de su enemigo Anilco, el cual en las guerras y pendencias continuas que tenían, siempre lo había traído, y traía, muy avasallado y rendido, y pretendía ahora, en esta ocasión, satisfacerse de todas las injurias pasadas, para lo cual incitó al gobernador con toda la disimulación posible que volviese al pueblo de Anilco y mandó con gran solicitud y diligencia apercibir las cosas necesarias para el viaje. Luego que fueron aprestadas y hubieron traído las canoas, mandó el general que el capitán Juan de Guzmán con su compañía fuese en ellas para gobernar y dar orden a cuatro mil indios de guerra que en ellas iban, sin los remeros, los cuales también llevaban sus arcos y flechas, y les dio de plazo para su navegación tres días naturales, que parecían término bastante para que los unos y los otros llegasen juntos al pueblo de Anilco.

Con esta orden salió el capitán Juan de Guzmán por el Río Grande abajo, y, a la misma hora, salieron por tierra el gobernador con sus españoles y Guachoya con dos mil hombres de guerra, sin otra gran multitud de indios que llevaban los bastimentos, y, sin que a los unos ni a los otros les acaeciese cosa de momento, llegaron todos a un tiempo a dar vista al pueblo de Anilco, cuyos moradores, aunque el cacique estaba ausente, tocaron arma y se pusieron a la defensa del paso del río con todo el ánimo y esfuerzo posible, mas, no pudiendo resistir a la furia de los enemigos, que eran indios y españoles, volvieron las espaldas y desampararon el pueblo. Los guachoyas entraron en él como en pueblo de enemigos tan odiados y como gente ofendida que deseaba vengarse lo saquearon y robaron el templo y entierro de los señores de aquel estado, donde, sin los cuerpos de sus difuntos, tenía el cacique lo mejor y más rico y estimado de su hacienda, y los despojos y trofeos de las mayores victorias que de los guachoyas había habido, que eran muchas cabezas de los indios más señalados que habían muerto, puestas en puntas de lanzas a las puertas del templo y muchas banderas y gran cantidad de armas de los guachoyas de las que habían perdido en las batallas que habían tenido con los anilcos. Las cabezas de sus indios quitaron de las lanzas y en lugar de ellas pusieron otras de los anilcos; sus insignias militares y sus armas llevaron con gran contento y alegría de verse restituidos en ellas; los cuerpos muertos, que estaban en arcas de madera, derribaron por tierra, y, con todo el menosprecio que pudieron mostrar, los hollaron y pisaron en venganza de sus injurias.

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