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Desarrollo


Capítulo LXXXVIII De Tupa Amaro hijo de Pachacuti Ynga Yupanqui y de un suceso extraño Este famoso Tupa Amaro fue hijo de Pachacuti Ynga Yupanqui y hermano de Tupa Ynga Yupanqui, famoso capitán y venturoso en sucesos, así en su casamiento, como en el capítulo siguiente se dirá, como por haber acontecido en su tiempo, como lo refieren los indios, el cual andando en la guerra y conquista del Collao con su hermano, y estando en Tiahuanaco, dicen que pasó por el Collao un español, vestido en traje y figura de pobre mendigante, y aunque quieren extenderlo a que predicaba el Santo Evangelio a los indios. Bajando así a Cuzco, donde estaba el Ynga, llegó a un pueblo llamado Cacha, donde los indios dél hacían una solemnísima fiesta y famosa borrachera; y entrando en él el pobre, les empezó a reprender lo que hacían, y emborracharse hasta perder el juicio, tornándose bestias y aun peores, y abominándoles sus vicios que de allí procedían. Pero pareciéndoles a los indios del pueblo cosa nueva aquélla y nunca hasta allí oída, ni visto semejante traje de hombre como aquel que les predicaba, y como el vicio y exceso de comer y beber estuviese en ellos tan asentado y recibido, y en ninguna cosa de mejor gana y voluntad entendiesen que en ello, riéronse del pobre, haciendo burla y escarnio de lo que les decía, y como bárbaros sin razón ni entendimiento, le desecharon y queriéndole apedrear, se salió del pueblo. Apenas hubo puesto los pies fuera dél, cuando, como en otra Sodoma y Gomorra, empezó a llover fuego del cielo que abrasó y quemó todos los que en él estaban, sin que escapase ninguno dellos, que no fuesen consumidos, como hoy día y parece en los edificios dél caídos y abrasados, y en la tierra del pueblo toda de color amarillo como el fuego.

Algunos indios que estaban en las chácaras dél, viendo aquel suceso tan temeroso, vinieron al Cuzco, donde había otros del dicho pueblo en servicio del Ynga, por cuyo mandado tornaron a reedificar el pueblo, no en el lugar y sitio donde antiguamente estuvo, sino apartado de él un cuarto de legua, donde hay Tambo Real ahora para los pasajeros que caminan por allí a Potosí, Chuquisaca y el Collao y otras partes. Esto dicen generalmente los indios y vemos de ello las señales referidas; no hay más autoridad de la que se les puede dar a ellos, o la que manifiestan los vestigios y ruinas y color como hemos dicho del fuego. Muchos habrá que se admiren de haber leído lo referido en este capítulo, y aún a los más parecera ficción, y no es mucho, pues no sabrán lo que en nuestros tiempos sucedió en Carabaya, en las minas de Alpa Cato donde vio (Pedro de Bolumbiscar, hombre de muy gran crédito, casado con Catalina de Urrutia) ir volando un hombre, el cual al parecer venía de hacia levante. Traía tendidos los brazos, como quien se echa a andar. Era barbicano, vestido de negro y calzadas unas botas de camino, con una gorra de las que se usan en la corte. Antes que viese este portento el dicho Pedro de Bolumbiscar, le dijo a su mujer que por qué se metían los gatos, perros y gallinas por los agujeros debajo de la mesa y cama; por lo cual aviso y gran ruido que llevaba, alzó los ojos al cielo y vio a el hombre, de la manera que se ha dicho, y no contento con esto, pareciéndole que el solo para testigo no valdría, aunque era hombre de verdad, llamó a su mujer, la cual lo vio con la gente y servicio de casa, con la misma distinción y aún con más admiración dijéronlo a algunas personas.

Llegó la fama, como quien poco se descuida, a oídos del comisario, el cual le envió luego a llamar y debajo de juramento le contó la verdad del caso. En esta misma provincia y asiento le sucedió a Thomas Pole jinovés, llevando una poca de mercadería a Santiago de Buenavista en carneros de la tierra y a pie por ser grande la aspereza de la tierra, llegando a la cuesta llamada Guariguari, donde jamás se vio cabalgadura, divisó a un hombre que se estaba paseando junto a una mula negra, y admirado de cosa tan extraña, estando cerca le preguntó que de dónde venía y que cómo había subido allí aquella mula, el cual le respondió que acababa de llegar de España de la ciudad de Córdoba y que aquel día había salido de la dicha ciudad a ver la tierra más rica que tenía el mundo, que es el cerro donde estaba, y que para solo eso le había traído aquella mula, que sin duda se debe creer que era el demonio que, habiendo visto codicioso aquel hombre, le puso sobre este cerro, el cual no se puede labrar por ser la tierra tan áspera y desabrida. Acabando de decir estas palabras se despidieron, y el hombre subió en la mula y se desapareció, sin que el otro pudiese ser por dónde fuese. Antes de despedirse le dijo como aquel asiento se llamaba Guariguari, y que el diluvio había juntado en aquel lugar todas las riquezas de la tierra, el cual cerro es muy alto y no habitable por la mucha aspereza que tiene. Este jinovés es hombre de verdad y reside en Sandia, que es abajo en el Valle.

Casi lo mismo sucedió a un religioso en los llanos, en la ciudad de Trujillo, en el convento de San Agustín, que estando en su celda, llegó a la portería un hombre en un caballo morsillo (sic.) y, preguntando por la celda deste religioso, pidió al portero que le tuviese el caballo, y llegando donde el religioso estaba le rogó que le confesase, y lo primero que dijo fue: padre, acúsome que ha una hora que salí de Madrid y vengo con intento de entrar hoy en Potosí (que hay más de 400 leguas). El religioso le dijo que él no confesaba a quien caminaba tan de prisa y el hombre, no queriendo dejar el caballo, se levantó de los pies del confesor desapareciéndose delante de los ojos. Y baste esto para este capítulo, pues en el siguiente se verán otras cosas también de admiración.

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