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Capítulo LXXXVII De cómo Belalcázar mudó la ciudad de Riobamba al Quito, y de lo que pasó en aquella tierra Antes que trate el suceso del adelantado Almagro, me pareció convenir escribir algo de lo que pasaba en las partes septentrionales y esto harélo de aquí adelante muy breve, tanto que no será sino digresiones, porque si hubiese de escribir menudamente los casos que pasaron y trances, y entradas que se hicieron, y descubrimientos, sería nunca acabar esta historia. Almagro dejó en el cargo a Belalcázar, con quien quedaron muchos de los que vinieron de Guatimala y Tierra Firme. Dende a pocos días, Pizarro le confirmó el poder, enviándole con un Tapia las provisiones. Parecióle no estar cómodamente la ciudad de Riobamba. Debajo de cierto auto que hizo, la mudó a Quito, nombrándola San Francisco del Quito; quedaba hecha por Almagro la elección. De esta fundación tengo escrito en la primera parte, que es causa que aquí no lo reitere. Salieron diversas veces a hacer entradas para haber a las manos a los señores, que andaban alzados, combatieron peñoles y ganaron albarradas. En el ganado de ovejas entraron con tanta desorden que totalmente apocaron con su mala orden la gran muchedumbre que había de ello. Salió un día por mandado de Belalcázar Juan de Ampudia, natural de Xeres; supo en qué parte estaba Zopezopagua. Envióle mensajeros de sus parientes, amonestándole no se acabase de perder ni diese lugar que los españoles con mano armada lo prendiesen, sino que antes, de su consejo, viniese en amistad de ellos.

Respondió que lo deseaba, mas que temía su crueldad porque mantenían poco la palabra que daban. A esto le replicó Ampudia que no sería así ni se le haría ningún agravio ni fuerza: Zopezopagua temía que le habían de apretar por el oro de Quito porque, estaba claro, los cristianos no buscaban ni pretendían otra cosa que ello, y plata; mas no se hallaba seguro en parte ninguna porque ni guardaban amistad ni parentesco ni querían más que sustentarse con el favor de los nuestros. No se determinaba en lo que haría. Supo Ampudia en la parte cierta que estaba, fueron a lo traer. Dicen que por fuerza, otros cuentan que de su voluntad se vino a ellos. Quingalinbo y otros capitanes de los incas les salieron de paz, con que volvió a Quito trayendo mucho ganado para el proveimiento. Ruminabi andaba barloventeando por huir de los cristianos: habíanlo echado de muchos fuertes y peñoles. Procuraba de buscar movimientos: con su autoridad no bastó, porque todos los naturales estaban muy cansados y trabajados de grandes fatigas; querían, los que habían escapado de las guerras, vivir en tranquilidad y sosiego. No faltó quien dio aviso a Belalcázar en el lugar que estaba; salieron con la guía ciertos caballos, fueron por tales partes y rodeos que dieron en la estancia que tenía, estando con él pocos más de treinta hombres y muchas mujeres con cargas de su bagaje. Y como dieron de súbito, huyeron algunos, y el señor se escondió muy triste, en una pequeña choza.

La guía lo conoció y de ello dio aviso a un cristiano llamado valle, que lo prendió, sin que se demudase ni perdiese la gravedad suya. Con estas prisiones cesó los alborotos de guerra que siempre hubieran si no se prendiera. Belalcázar se hubo después con ellos con tanta crueldad que les dio grandes tormentos porque no le decían del oro que habían sacado del Quito. Ellos tuvieron tanta constancia en el secreto que no te dieron el alegrón que él creyó y sin tener otra culpa hizo de ellos justicia permitiendo que fuese áspera y muy inhumana. En este tiempo salió el capitán Tapia de la provincia de Chinto por mandado de Belalcázar a descubrir lo que hubiese a la parte norte. Fueron con él treinta caballos y treinta peones. Fue por Cotocollao y Aguayla, Charancique, y pasó a Carangua y Acoangue, Mira, Tuza, Guaca, y otros pueblos, descubriendo hasta que llegaron al río de Angasmayo, de donde volvió a Quito con memoria de los nombres de los pueblos que había descubierto. En Tuza le dieron los indios batalla, mas no fue reñida ni peligrosa. En Latacunga se tomó un indio, por mano de un español llamado Luis Daza, extranjero, porque luego se conoció serlo; preguntáronle de qué tierra era natural; respondió que era de una gran provincia llamada Cundarumarca, sujeta de un señor muy poderoso, el cual tuvo en los años pasados grandes guerras y batallas con una nación que llamaban los Ahícas, muy valientes, tanto que pusieron al señor ya dicho en grande aprieto y con necesidad de buscar favores, el cual envió a él y a otros a Atabalipa a le suplicar le diese ayuda, pues era tan gran señor, para pelear contra aquellos sus enemigos, y que, por tener la guerra que tenía con Guascar, su hermano, no envió: lo que prometió hacer en acabando aquel debate; y que les mandó a éste y a otros que anduviesen en sus reales hasta que volviesen con lo que deseaban y que haciéndolo así fueron hasta Caxamalca, donde de todos sus compañeros él sólo había escapado y venídose con Ruminabi a aquella tierra.

Preguntáronle muchas preguntas de la suya. Dijo tales cosas, y tan afirmativamente, que hacía "in creyente" de manar todo en oro, y que los ríos llevaban gran cantidad de este metal, y las cosas que este indio dijo, aunque salieron inciertas, se han extendido por todas partes buscando lo que llaman "El Dorado", que tan caro a muchos de los nuestros ha costado. Mandó Belalcázar a Pedro de Añasco que fuese con cuarenta caballos y otros tantos Peones con aquel indio, que decía su tierra estar diez o doce jornadas de allí, señalando los que habían de ir. Como habían oído al indio lo que había dicho, buscaban almocafres, barretas y algunos azadones, para coger de aquel oro que creían haber en los ríos. Pasaron por Guallabamba y caminaron entre los pueblos de los quillazangas. Atravesaron por montes cerrados, temerosos, y no hallaron nada de lo que pensaban. Dende algunos días salió de Quito por mandado del mismo Belalcázar el capitán Juan de Ampudia con cantidad de españoles para ir en seguimiento de Añasco, llevando poder para descubrir. Y anduvo hasta que se juntó con el dicho capitán Añasco y tomó la gente a su cargo. Salió Belalcázar a poblar a Guayaquil procurando tener paz con los de aquella costa y en la parte que le pareció fundó un pueblo donde dejó por capitán a uno de los alcaldes y fueron tan molestos a los indios, ahincándolos por oro y mujeres hermosas, que se apellidaron y mataron a los más de los cristianos; los que escaparon fueron con harto riesgo al Quito donde estaba por teniente el capitán Juan Díaz Hidalgo. Después pasaron algunos trances en aquella provincia, hasta que el capitán Zaera pobló por comisión de Pizarro, según que tengo escrito en la primera parte.

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