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Desarrollo


Capítulo LXXVI De cómo el adelantado don Pedro de Alvarado y el mariscal don Diego de Almagro se vieron; y del concierto que entre ellos se hizo, guiado y encaminado por el licenciado Caldera, y por otros varones cuerdos de los que venían con el adelantado Habiendo pasado las cosas que se han contado, y el adelantado aposentádose en el lugar dicho (para lo cual salió un alcalde de la ciudad de Riobamba con Caldera y Moscoso), el mariscal hablaba siempre a los que con él estaban, para que si algo intentase el adelantado estuviesen avisados y con buen ánimo; certificándoles que cuando a tal término viniesen las cosas él tenía palabra de muchos de los suyos que se le habían de pasar: en todos ellos se conoció voluntad entera para morir por lo que les mandase. Y el adelantado tenía varios pensamientos, parecíale por una parte que era mengua suya, teniendo tanta gente y tan principal, hacer caudal de Almagro, sino a su pesar pasar adelante y hacer lo que bien le tuviese; por otra, consideraba que estaba en gobernación ajena y que el emperador se tendría por deservido de cualquier cosa que sucediese. Parecíale también que había gastado mucha suma de pesos de oro en los navíos, y gastos de la armada, y que lo mismo habían hecho los que ventan con él; y si quería volver a la mar para embarcarse en naves y descubrir la costa adelante era cosa infinita, porque los navíos habían vuelto a los puertos de Nicaragua, a Tierra Firme; y volver, aunque estuvieran en la costa, por las nieves acabarían todos de morir y de se perder; pues caminar de luengo de la sierra hasta salir de los límites de la gobernación de Pizarro parecíales otro mayor trabajo, y que no le darían lugar allá.

En los suyos habían grandes pláticas y juntas sobre esta materia. Porfiaban unos, uno, y otro, otro, por una parte, le aconsejaban los que eran más mancebos, y tenían la sangre hirviente que para qué aguardaba a cumplimiento con Almagro: que amaneciesen sobre él y prendiesen a él y a los que con él estaban, y que poblase de su mano aquella tierra, y descubriese el tesoro de Quito; por otra, contradiciendo esto, otros de éstos le animban a que, a pesar de Almagro y Pizarro, fuese por la tierra comiendo de lo que hallase sin hacer más daño hasta salir de la gobernación de Pizarro, que se acababa en Chincha, de donde para adelante podía él poblar y conquistar; mas los cuerdos y buenos hombres, que entre ellos venían muchos y muy honrados, afeaban estos dichos, diciéndole que no diese lugar a ningún escándalo ni a que su majestad fuese deservido en la nueva ciudad y en su campo. Pasaron aquella noche con gran recato sin ser parte el embelesamiento del sueño a les impedir que no estuviesen en vela, recelándose los unos de los otros. Mas como fue venido el día, el adelantado, acompañado de algunos caballeros fue a la ciudad de Riobamba a verse con el mariscal, estando todos armados con armas secretas. Abrazáronse como se vieron, y el adelantado hizo una oración larga, diciendo que público era en todos los reinos de las indias los servicios que él había hecho al emperador y con cuánta lealtad; y que, puesto que su majestad se los había pagado con los repartimientos que le había dado y merced de que gobernase en su nombre tan gran reino como él de Guatimala, no le parecía honesto el estarse ocioso ni que cumplía con su pundonor sino emplearse en nuevos trabajos para que la fama tuviese más que contar; y para salir con su intención había ganado de su majestad nueva provisión para descubrir por mar, y que teniendo determinado de ir al descubrimiento de las islas de Tarsis, lo dejó por lo que supo de haber tan gran tierra y tan rica en este mar del Sur, donde tuvo por cierto con su gente descubrir lo de adelante de lo que Pizarro gobernaba; y que se habían guiado las cosas muy diferentes de lo que él pensó y que, pues Dios así lo había permitido, que él, pues lo hallaba poblado y tomado posesión en nombre de la corona de Castilla de aquella tierra, se metía debajo de su jurisdicción porque no quería, ni fuera su voluntad, dar lugar a que Dios nuestro señor y su majestad fuesen deservidos.

Respondió Almagro al adelantado: le respondió que no se presumía otra cosa de él sino que siempre haría lo que fuese servicio de Dios y del rey. Y estando en estas pláticas, llegaron Belalcázar, Vasco de Guevara, Diego de Agüero, Pacheco, Girón y otros de los que estaban en Riobamba a le besar las manos. Recibióles muy bien, tratándoles con mucha cortesía y asimismo los que habían venido con el adelantado se humillaron al mariscal, hablando a los caballeros que con él estaban. Antonio Picado pareció delante del adelantado, y lo perdonó sin mostrar mal rostro; Felipillo fue vuelto a Almagro, a quien tampoco riñó ni castigó por lo que había hecho. Vuelto el adelantado a su campo, hubo muchas pláticas y consideraciones sobre lo que les convenía hacer. No se concluyó nada de ello, y por eso no trataré sino la definición del negocio, que fue entreviniendo en ello el licenciado Hernando de Caldera, y otros varones cuerdos de aquellos caballeros, que allí estaban, se determinó de que el adelantado dejase la gente y navíos en el Perú y se volviese a su gobernación con que le pagasen los grandes gastos que en el armada había hecho. Pesó a muchos esta determinación y otros se alegraban, pareciéndoles que les era mejor quedarse en tal tierra y tan rica que no volver a descubrir de nuevo. Fueron y vinieron de Riobamba al campo y del campo a Riobamba hasta que vino en la conclusión final: fue que se le diesen al adelantado cien mil o ciento y veinte mil castellanos para recompensa de lo mucho que gastó en la armada, los cuales se le habían de pagar en donde Pizarro estuviese, y el adelantado había de entregar los navíos y gente, sin tener mando ni poder ninguno en ello.

El adelantado, con las más amorosas palabras que pudo, dio a entender a los suyos haber hecho aquella conveniencia por no deservir al rey y que ellos quedasen en tan próspera tierra, rogándoles que lo tuviesen por bien y fuesen a hablar al mariscal donde estaba. Entendido claramente, algunos lo sintieron diciendo que si eran ellos negros que los habían vendido por dinero. Diego de Alvarado, con grande saña arrojó las armas, diciendo: "Gran mengua ha sido ésta para los Alvarados". El adelantado procuraba de lo amansar, diciendo, sin lo que había dicho, que él se vería con Francisco Pizarro y haría que les diese de comer y tuviese en lo mucho que merecían, y que debían de ir a hablar al mariscal. Respondió Vitores de Alvarado "y le iré yo a ver para lo conocer por señor, pero no por cumplir el mandado de vuestra señoría". Estas cosas pasaron, y otras, en el campo de Alvarado, mas como ya estaba capitulado y jurado, los más principales fueron a le hablar y a se conocer con él; el cual los recibió muy bien dando grande esperanza de que todos brevemente serían ricos y prósperos en el Perú. Y luego enviaron Alvarado y Almagro mensajeros a don Francisco Pizarro de estas cosas: de quien diremos lo que hizo después que reedificó la ciudad del Cuzco.

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