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Capítulo LXXI Que trata de cómo fue el secretario Joan de Cardeña a la ciudad a los negocios que convenían para seguir el viaje Despachado Joan de Cardeña y salido a tierra, luego que fue puesto en camino y allegado a la ciudad, visto los despachos del general, entraron en cabildo y recibieron al capitán Francisco de Villagran para el gobierno de toda la tierra, en nombre de Su Majestad y del general Pedro de Valdivia, y por su provisión en su cesáreo nombre, y se publicó con pregón público en la plaza de la ciudad. Hecha esta solemnidad, envió al cabildo una carta para Su Majestad y otra escribió el procurador de la ciudad con acuerdo y voluntad de todo el pueblo. Por las cartas dichas suplicaban el cabildo y toda la república a la Audiencia Real que fuese servido mandar despachar al general, porque viniese breve a la gobernación de la tierra por ser amado y querido de todos, y que por ser su ida tan importante al servicio de Su Majestad, fueron todos muy contentos que saliese, poniendo todo calor en su ida, y que si para otro efecto intentara salirse de la tierra, no le dejaran, y conociendo del general cuán verdadero y leal vasallo era de Su Majestad y lo mucho que en su cesáreo servicio había trabajado, y cómo conocían de él tener en su voluntad. Estas y otras razones como éstas fueron escritas en las cartas, y fueron dadas al secretario. Y con ellas se partió, y fue en muy breve tiempo hasta la mar, de que el general tomó muy gran contento cuando le vido y supo que el capitán Francisco de Villagran era recebido por el cabildo al gobierno de la tierra.

Hizo esta jornada el secretario en menos término que el general le había dado. Otro día después, que se contaron trece días del mes de diciembre, día de la bienaventurada Señora Santa Lucía, de mil y quinientos y cuarenta y siete años, salió el navío del puerto de Valparaíso, y en dos días con sus noches, con prospero viento cual en este tiempo suele haber, allegó al puerto de la villa de la Serena, en donde estuvo un día, en el cual dio orden al capitán que allí estaba y a la demás gente, de la suerte que se habían de gobernar para se sustentar y tener pacífica la tierra. Y les dijo cómo iba al Pirú a servir a Su Majestad contra la rebelión de Gonzalo Pizarro, y cómo dejaba en su lugar en esta tierra al capitán Francisco de Villagran, y les mandó que le obedeciesen como a su mesma persona, porque así convenía al servicio de Su Majestad. Hecho esto se embarcó en el navío y se hizo a la vela a dieciséis de septiembre, y allegaron al puerto de Iqueique, en los términos y minas de plata del valle de Tarapacá en los reinos del Pirú, doscientas y cincuenta leguas de la ciudad de los Reyes, víspera de la Natividad de Cristo nuestro Señor, en el año ya dicho. Y mandó el general a Gerónimo de Alderete que fuese en el batel del navío con doce españoles, y que tuviese avisado porque no era tierra que se habían de descuidar, lo uno, por ser los indios cautelosos, y lo otro, por tener noticia de la tierra estar alterada con Gonzalo Pizarro.

En la tierra halló un español y dos esclavos, al cual preguntó cómo estaba el reino del Pirú, si acaso tenía nueva y noticia. Dijo el español que había un mes que en el Collao, en un pueblo pequeño de indios que se dice Guarina, había desbaratado y vencido Gonzalo Pizarro con cuatrocientos hombres a Diego Centeno que traía mil y cien hombres, y cómo estaba más poderoso Gonzalo Pizarro que nadie en la tierra. Juntamente con esto dijo cómo tenía por nueva, y que era público en toda la tierra, cómo ha llegado a Panamá un caballero de parte de Su Majestad para poner orden en aquellas provincias, y que se llamaba el presidente Pedro de la Gasca, y cómo Pedro de Hinojosa y los demás capitanes de Gonzalo Pizarro le habían entregado una armada de mar, que en tierra firme tenía, pero que se decía que no tenía gente ni quien lo siguiese, y que había jurado Gonzalo Pizarro por Santa María de no consentirle entrar en la tierra, sino matarle, y que para el día de nuestra Señora de la Candelaria estaría en la ciudad de los Reyes para defenderle la entrada. Luego mandó el general que se hiciese el navío a la vela, y siguió su viaje hacia los Reyes. Otro día cuando amaneció entró en el puerto que se dice Ilo, veinte y cinco leguas de la ciudad de Arequipa. Estuvo sobre una amarra seis horas, donde supo de dos españoles que allí habían llegado dos días había que eran venidos de la villa viciosa de Arequipa, en cómo había pocos días que vino por nueva de la ciudad de los Reyes cómo el presidente Pedro de la Gasca estaba en el valle de jauja reforzándose, y que al puerto de los Reyes había llegado su armada, y que estaba la ciudad por Su Majestad. Luego el general escribió una carta al presidente, haciéndole saber de su venida y llegada en aquella costa y a lo que venía, suplicándole que donde quiera que él tomase, le esperase algún día, porque en allegando a la ciudad de los Reyes, se partiría en su seguimiento. Y dio la carta a su secretario Joan de Cardeña, por ser hombre de toda confianza, y sabia toda aquella tierra. De esta suerte caminó el secretario con todo aviso. Y mandó el general hacerse a la vela con toda diligencia, y salió de aquel puerto.

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