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Desarrollo


Capítulo LIX De cómo el marqués don Francisco Pizarro se vio en el campo con Atao Hualpa y lo prendió Recibió Atao Hualpa los mensajeros del marqués don Francisco Pizarro, que fueron Felipillo y Martín, muy bien y los regaló con mucho amor y humanidad, y como le decían que los españoles eran embajadores del Hacedor, juntó a sus consejeros y les propuso qué debían hacer en ello, y todos le dijeron los fuese a recibir y a verse con ellos, y con esto acordó de venirse a Caja Marca a ver a los españoles. Y para hacerlo mandó pregonar en todo su ejército que ninguna persona dél llevase consigo armas de ningún género, porque para saber nuevas de tanto contento y recibir los mensajeros del Hacedor no eran necesarias armas, y así hizo con mucha diligencia buscar las chuspas, que son unas taleguillas que traen los indios colgadas debajo del brazo izquierdo, porque acaso no llevasen en ellas piedras ocultas y ofendiesen a los embajadores, ni con otras armas ocultosas. Hecha esta prevención, que tan en daño suyo le salió, puesto en ordenanza todo su ejército, que era grandísimo, partió de los baños dichos con una majestad y ostentación nunca vista. Llevábanle en unas andas, que ya dijimos le habían traído del Cuzco, de finísimo oro, cuyo aisento era un tablón de lo mismo y encima un cojín de lana muy preciada, guarnecido de piedras ricas. En la frente llevaba puesta su borla de lana colorada finísima, que era la insignia real, y rodeado de los más principales capitanes suyos, de los caciques y señores de las provincias que con él venían, algunos a pie y otros en andas dadas por gran favor a los principales, porque entre ellos no hubo caballos hasta allí.

Y con mucho espacio vino caminando y llegó a Caja Marca a medio día, donde el marqués don Francisco Pizarro, con la gente que tenía consigo puesta en orden, le estaba aguardando, y ya que llegaba cerca salió a él Fray Vicente de Valverde, religioso de la orden de Santo Domingo, que después fue el primer obispo universal de todo el Pirú y lo mataron los indios de la isla de la Puná y se lo comieron. Llevaba este religioso una cruz y misal o breviario, y con él iba Phelipillo, indio lengua del marqués, y otros algunos soldados. Y allí le trató el Padre F. Vicente el fin e intención de su venida a este reino, y cómo venían de parte del Papa y del Emperador a darle noticia de cosas importantísimas para el bien de su alma y salvación della. Y mezclando con estas razones, otras para la primera visita de un rey, impertinentes y fuera de propósito, pues no luego había de creer lo que se proponía un entendimiento bárbaro e inculto y que nunca había tenido noticia de cosas sobrenaturales, ni que exceden la capacidad humana, no estando ilustrada con los rayos de la fe divina, pues creer ligeramente es señal de liviandad de corazón. De muchas cosas que allí pasaron, aunque se ha tenido alguna noticia, no ha sido tan cierta que no se hayan dicho unas contra otras, conforme la afición que los que las refieren tienen, y aun la culpa de que hubieron muchos de los que allí se hallaron, y así no las diré. Sólo que habiéndole dicho el padre Fr. Vicente a Atao Hualpa que lo que le enseñaba lo decía aquel libro, y ello mirase y ojease para oírselo, y no le oyese palabra, mohíno y enfadado dello, y ver cuán diferentes razones le proponían de lo que él había esperado y concebido en su entendimiento de los mensajeros que él pensaba ser del Hacedor y Viracocha, arrojó el libro en el suelo, sentido de no hallar lo que esperaba y que se le pidiese luego tributo y reconocimiento a quien no conocía, arrojó el libro en el suelo con desdén, a lo cual dando voces el padre Fr.

Vicente de Valverde y diciendo: ¡cristianos, los evangelios de Dios por tierra! arremetió don Francisco Pizarro con los suyos. Y llegando a las andas donde estaba Atao Hualpa, embistió con él y lo derribó dellas. Visto por los indios a su rey en el suelo caído y que los españoles meneaban las manos y se aprovechaban de sus armas y especial de los arcabuces, nunca hasta allí vistos ni oídos dellos, parecióles que rayos de fuego bajaban del cielo a abrasarlos, y como venían sin armas ningunas, como está dicho, todos se pusieron en huida, dejando al desdichado de su rey y Señor desamparado y en poder de los españoles, que contentísimos del buen suceso y tan sin peligro ni muerte de ninguno, le prendieron y llevaron consigo a Caja Marca. Y en una sala que hasta hoy está en pie le pusieron con prisiones y grillos y guardas que con cuidado le velasen. El triste de Atao Hualpa, que a la mañana se vio tan poderoso y obedecido y con tanto señorío, rodeado de la multitud de su ejército que le guardaban y respetaban, a la tarde se halló en poder de quien le trató con ninguna cortesía, y no tenía a quien mandar con una tan súbita mudanza, para ejemplo de los grandes potentados y monarcas del mundo, que con soberbia y arrogancia le huellan y mandan, sin consideración de las mudanzas del mundo. Constituido el valeroso y mal afortunado Atao Hualpa en prisión, no supo qué medio tenerse para salir libre della, porque veía la ferocidad y braveza de aquella gente que había reputado por mensajeros del Hacedor.

Y así lo que más acertado le pareció fue tratar de rescate, diciendo que lo pagaría abundantísimo, y poniéndose en pie en la sala donde estaba preso, hizo una raya en la pared, diciendo que hasta allí henchiría de oro y plata, y se lo daría si le soltaban y daban libertad, porque realmente conoció el humor y codicia tan insaciable de los españoles, y con este medio la quiso apagar y satisfacer si pudiese. Aceptáronlo todos con el marqués don Francisco Pizarro y su hermanos. Concertado el rescate y prometido que le darían libertad traído lo que ofrecía, con buena o mala intención del marqués don Francisco Pizarro, Atao Hualpa despachó a Quisquis, su General, que estaba en el Cuzco con su ejército, haciéndole saber su desdicha y siniestra suerte y cómo le habían preso los españoles que él juzgaba embajadores del Viracocha, y que estaba en su poder, con gran trabajo y aflición detenido, y que su libertad de aquella esclavitud solamente pendía de sus manos, y que así, con la mayor diligencia que le fuese posible, hiciese juntar toda la mayor cantidad de plata y oro que hallase y toda la vajilla que había recogido en el Cuzco, y todos los vasos, cántaros y ollas de oro y plata que para él tenía junto y guardado, porque aquello era lo que estimaban en más sobre todas las cosas del mundo aquellos españoles, y aquello procuraban hacer, y que si no se lo enviaba luego con gran presteza corría peligro su vida a manos de los españoles, y así lo quedaba aguardando en Caja Marca, y que Huascar Ynga, su hermano, y los demás presos fuesen a gran prisa, que convenía mucho llegasen donde él estaba.

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