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Desarrollo


Capítulo LIII De cómo después de repartido el tesoro Pizarro determinó que fuese, con la nueva al emperador, Hernando Pizarro, su hermano Habiendo pasado lo que la historia ha contado en la provincia de Caxamalca, Atabalipa, como viese que habían repartido el tesoro y que no le querían poner en libertad, estaba muy triste. No lo daba a entender, porque confiaba mucho en la palabra que le había dado Pizarro, y en haber él cumplido con los españoles con tanta liberalidad lo que prometiera. Algunos de sus caballeros y capitanes en secreto le pedían licencia para oponerse contra los cristianos y darles guerra; no consintió en tales dichos, antes mandó lo que siempre: que fue que los sirviesen y obedeciesen. Estaban entre los cristianos muchos anaconas sirviéndoles, los cuales se veían llenos de riqueza y de la fina ropa que no era permitido que de ella vistiesen si no incas y de los orejones caciques. Estos bellacos, con los intérpretes, echaban mil nuevas falsas, deseando que los españoles matasen a Atabalipa, para ir adelante en su desenvoltura; y en estos indios andaba en Caxamalca gran rumor de que venían contra los cristianos grandes escuadrones de guerra a los matar y procurar la libertad de Atabalipa; no había autor que tal viese, mas en general se afirmaba ser verdad y que Chalacuchima lo procuraba: testimonio grande que le levantaban porque ni lo procuró ni lo mandó. Pizarro mandó que los que guardaban a Atabalipa mirasen con mucho cuidado por su persona, y que lo mismo se hiciese en el real por las velas y rondas.

Atabalipa procuraba tirarles del pensamiento tal novedad, afirmándoles que la paz y la guerra en su persona estaba. No le creían. Pizarro mostró enojo contra el inocente de Chalacuchima, y con parecer que le dieron algunos determinó de mandarlo quemar; y afirman si no fuera por Hernando Pizarro, que lo estorbó, le dieran cruel muerte de fuego. El pobre capitán se excusaba con palabras, que no había conmovido, por embajada ni plática, a ningún alboroto ni junta de gente. Como esto dijo, se aseguraron; y Pizarro, pareciéndole que sería cosa muy importante al servicio del emperador enviarle aviso y relación de la gran tierra que habían hallado y esperaban hallar en lo de adelante: porque con tales nuevas, teniéndolas por alegres su majestad se tendría por servido, y habiéndolo comunicado con los principales que con él estaban, determinó que fuesen en España a lo publicar su hermano Hernando Pizarro, y que se llevase parte de tan grandes tesoros como Dios había sido servido de depararles. Hernando Pizarro, aceptando el mandado, se aparejó. Envió a pedir el gobernador a su majestad le hiciese merced de acrecentar su gobernación y otras cosas. El mariscal escribió otras cosas al emperador, dándole cuenta de lo mucho que le había servido, y suplicándole le hiciese merced de lo nombrar su gobernador y adelantado de la tierra de adelante que gobernaba don Francisco Pizarro, dando poder bastante a Hernando Pizarro para que lo negociase, prometiéndole más de veinte mil ducados por el trabajo que pondría en lo solicitar.

Los oficiales reales enviaron al emperador la parte que le cupo de los quintos y la joya del escaño. Hernando Pizarro sacó de este reino cantida de oro suyo y de sus hermanos. Pidieron licencia para se ir en España el capitán Saucedo y el capitán Cristóbal de Mena y otros. Uno de los cuales, trayendo en carneros su plata y oro, se le fue un carnero cargado de oro que nunca lo pudo hallar ni pareció. Estos llevaban a cuarenta mil castellanos y a sesenta y a treinta y a veinte y a mas y a menos. Despidiéronse todos del gobernador. Mostró Atabalipa pena con la ida de Hernando Pizarro: opinión de algunos es que no muriera si él no se fuera, y que procurara no darle la vida; mas, si Dios era servido que él muriese, poca parte fuera Hernando Pizarro ni ninguno a estorbarlo. Salieron con él de Caxamalca algunos de a caballo hasta la ciudad de San Miguel y todos los que se habían de ir a España, se embarcaron a Tierra Firme, donde, como vieron tanto oro y plata, se espantaron, y con poca cosa que tenían para vender, quedaban ricos; y solamente por partir barras de plata y de oro, quedó rico extrañamente un herrero de Panamá. Entendían, por donde oían la gran nueva, de llevar mercaderías al Perú. Y porque conviene volver para dar fin a lo de Caxamalca y contar la muerte de Atabalipa, no trataré de esto más de como Almagro no estuviese satisfecho de la amistad de Hernando Pizarro, rogó en secreto a Cristóbal de Mena, que si viese que no lo hacía bien, y a honra suya, que él informase a los señores del consejo real de Indias de la verdad de todo, para que lo supiesen y entendiesen; y dióle poder, sin que lo sintieran ni supieran sino pocos.

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