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Desarrollo


CAPÍTULO IX Del extraño tributo que pagaban los mexicanos a los de Azcapuzalco Fue la elección del nuevo rey, tan acertada, que en poco tiempo comenzaron los mexicanos a tener forma de república, y cobrar nombre y opinión con los extraños; por donde sus circunvecinos, movidos de envidia y temor, trataron de sojuzgallos, especialmente los tepanecas, cuya cabeza era la ciudad de Azcapuzalco, a los cuales pagaban tributo, como gente que había venido de fuera y moraba en su tierra. Pero el rey de Azcapuzalco, con recelo del poder que iba creciendo, quiso oprimir a los mexicanos, y habida su consulta con los suyos, envió a decir al rey Acamapixtli, que el tributo que le pagaban era poco, y que de ahí adelante le habían también de traer sabinas y sauces para el edificio de su ciudad, y ultra de eso le habían de hacer una sementera en el agua, de varias legumbres; y así nacida y criada, se la habían de traer por la misma agua, cada año sin faltar; donde no, que los declararía por enemigos y los asolaría. De este mandato recibieron los mexicanos terrible pena, pareciéndoles cosa imposible lo que les demandaba, y que no era otra cosa sino buscar ocasión para destruillos. Pero su dios Vitzilipuztli les consoló apareciendo aquella noche a un viejo, y mandole que dijese a su hijo el rey, de su parte, que no dudase de aceptar el tributo; que él le ayudaría y todo sería fácil. Fue así que llegado el tiempo del tributo, llevaron los mexicanos, los árboles que les había mandado, y más la sementera hecha en el agua y llevada por el agua, en la cual había mucho maíz (que es su trigo) granado, ya con sus mazorcas; había chili o ají, había bledos, tomates, frisoles, chía, calabazas y otras muchas cosas, todo crecido y de sazón.

Los que no han visto las sementeras que se hacen en la laguna de México, en medio de la misma agua, tendrán por patraña lo que aquí se cuenta, o cuando mucho creerán que era encantamiento del demonio, a quien esta gente adoraba. Mas en realidad de verdad es cosa muy hacedera, y se ha hecho muchas veces hacer sementera movediza en el agua, porque sobre juncia y espadaña se echa tierra en tal forma, que no la deshaga el agua, y allí se siembra y cultiva, y crece y madura, y se lleva de una parte a otra. Pero el hacerse con facilidad y en mucha cuantidad, y muy de sazón, todo bien arguye que el Vitzilipuztli, que por otro nombre se dice Patillas, anduviese por allí, mayormente cuando no habían hecho ni vista tal cosa. Así se maravilló mucho el rey de Azcapuzalco, cuando vio cumplido lo que él había tenido por imposible, y dijo a los suyos que aquella gente tenía gran dios, que todo les era fácil. Y a ellos les dijo que pues su dios se lo daba todo hecho, que quería que otro año, al tiempo del tributo, le trajesen también en la sementera un pato y una garza con sus huevos empollados, y que había de ser de suerte que cuando llegasen habían de sacar sus pollos, y que no había de ser de otra suerte, so pena de incurrir en su enemistad. Siguiose la congoja en los mexicanos, que mandato tan soberbio y difícil requería. Mas su dios, de noche (como él solía), los conformó por uno de los suyos, y dijo que todo aquello tomaba él a su cargo; que no tuviesen pena, y que estuviesen ciertos que vernía tiempo en que pagasen con las vidas los de Azcapuzalco, aquellos antojos de nuevos tributos; pero que al presente era bien callar y obedecer.

Al tiempo del tributo, llevando los mexicanos cuanto se les había pedido de su sementera, remaneció en la balsa (sin saber ellos cómo), un pato y una garza empollando sus huevos, y caminando, llegaron a Azcapuzalco, donde luego sacaron sus pollos; por donde admirado sobremanera el rey de Azcapuzalco, tornó a decir a los suyos que aquellas cosas eran más que humanas, y que los mexicanos llevaban manera de ser señores de todo. Pero en fin, el orden de tributar no se aflojó un punto, y por no hallarse poderosos, tuvieron sufrimiento y permanecieron en esta sujeción y servidumbre, cincuenta años. En este tiempo acabó el rey Acamapich, habiendo acrecentado su ciudad de México de muchos edificios, calles y acequias, y mucha abundancia de mantenimientos. Reinó con mucha paz y quietud cuarenta años, celando siempre el bien y aumento de su república. Estando para morir, hizo una cosa memorable, y fue que teniendo hijos legítimos a quien pudiera dejar la sucesión del reino, no lo quiso hacer, antes dejó en su libertad a la república, que como a él le habían libremente elegido, así eligiesen a quien les estuviese mejor para su buen gobierno, y amonestándoles que mirasen el bien de su república. Y mostrando dolor de no dejarles libres del tributo y sujeción, con encomendarles sus hijos y mujer, hizo fin, dejando todo su pueblo desconsolado por su muerte.

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