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CAPITULO IV Que trata de las pláticas que obo entre Cortés y los señores de las cuatro cabeceras y de cómo recibieron el Santo Bautismo Aposentados, como tenemos referido, los nuestros en los palacios de Xicotencatl, con mucho cuidado fueron de él regalados y servidos, donde presentaron a Cortés muchas joyas de oro y pedrería de gran precio y valor, muchedumbre de ropa de algodón muy ricamente labrada de labor tejido y otras ropas de plumas de estima, y gran suma de bastimentos de aves, gallinas y codornices, liebres, conejos, venados y otros géneros de caza, que son y eran de las carnes que usaban comer los señores de esta tierra, sin el maíz y frijol y otras legumbres de la tierra. Finalmente, se le dio todo lo necesario para el sustento de los nuestros. Luego a los principios, en el lugar y pueblo de Tecohuatzinco, en la provincia de Tlaxcalla, entendieron los naturales que el caballo y el que iba encima era todo una cosa, como los centauros u otra causa monstruosa, y ansí daban ración a los caballos, como si fuesen hombres, de gallinas y cosas de carne y pan. El cual engaño duró muy poco, porque luego entendieron que eran animales irracionales que se sustentaban de yerbas y en el campo, aunque también estuvieron mucho tiempo en opinión de ser animales fieras que se comían a las gentes, y por esta causa decían que los hombres blancos les echaban frenos en las bocas atrailladas contra ellos. Cuando acaso algún caballo traía ensangrentada la boca, decían que se había comido algún hombre.

Por manera que sospechaban que eran de tanto entendimiento que los mandaban los dioses para lo que habían de hacer, sin entender el secreto del gobierno del freno y espuelas. Y ansí, cuando relinchaba un caballo decían que pedía de comer y que se lo diesen luego, no se enojase. De esta manera procuraban de tener contentos a los caballos, en darles de comer y de beber muy cumplidamente. De estas novedades y casos no vistos, venían gentes forasteras y extrañas secretamente a saber lo que pasaba, y qué gentes eran éstas que habían venido, de dónde y de qué parte y qué cosas las que traían. Los de Tlaxcalla les decían muchas más cosas de las que pasaban para ponelles temor y espanto y que publicasen todas estas cosas en toda la tiera, como en efecto se puso, y se decía afirmativamente que los nuestros eran dioses, o que no había poder humano que pudiese pugnar contra ellos, ni quien los pudiese ofender en el mundo ni enojallos. Estando pues los nuestros en este buen alojamiento, prestaron a Cortés más de trescientas mujeres hermosas de muy buen parecer y muy bien ataviadas, las cuales le daban para su servicio, porque eran esclavas que estaban dedicadas para el sacrificio de sus ídolos y estaban presas y condenadas a muerte por excesos y delitos que habían cometido contra sus leyes y fueros. Y pareciendo a los caciques que no había mejor en qué emplearlas, las dieron en ofrenda y sacrificio a los nuestros, las cuales iban llorando su gran desventura al padecer crueles muertes, considerando el cruel sacrificio que habían de padecer y que después de muertas habíanlas de comérselas los dioses nuevamente venidos.

Algunos han querido afirmar en este particular que estas mujeres eran hijas de señores y principales. Lo cual no pasó ansí porque de su antigüedad tenían esclavos y esclavas habidas en despojos de guerras y de gentes extranjeras venidas y traídas de otras naciones y esta esclavonía sucedía en los hijos e hijas de los esclavos y esclavas y pasaba muy adelante esta sucesión hasta los bisnietos. Finalmente, aquestas trescientas mujeres se dieron y ofrecieron al capitán Cortés para que le sirviesen a él y a sus compañeros. Y al tiempo que se las presentaron no las quiso recibir, sino que se las tornaron a llevar, respondiéndoles que se lo agradecía mucho y que no las quería recibir porque en su religión cristiana no se permitía aquello, porque si no fuesen cristianas bautizadas no se podía hacer, y cuando esto obiese de ser, sería para tomarlas por su única mujer y compañía por orden de la Santa Madre Iglesia, que no las podía tener porque su ley lo vedaba como adelante, mediante Nuestro Señor, lo verían. Mas con todo esto, viéndo los grandes ruegos y persuasiones, las recibió a título de que se recibían para que sirviesen a Malintzin, advirtiendo de que sienten mucho los indios cuando no les reciben los presentes que dan, aunque sea una flor, porque dicen que es sospecha de enemistad y de poco amor y poca confianza del dante y del que presenta la cosa, que ansí se usaba entre ellos. Cuando tenían una mujer principal, la acompañaban muchas mujeres para que las sirviesen; de manera que para el servicio de Marina se quedaron en servicio del capitán Cortés las trescientas esclavas, como dicho es.

Hasta que adelante, viendo que algunas se hallaban bien con los españoles, los propios caciques y principales daban sus hijas propias con el propósito de que si acaso algunas se empreñasen, quedase entre ellos generación de hombres tan valientes y temidos. Y ansí fue que el buen Xicotencatl dio una hija suya hermosa y de buen parecer a D. Pedro de Alvarado por mujer, que se llamó Doña María Luisa Tecuelhuatzin, porque en su gentilidad no había más matrimonio que el que se contraía por voluntad de los padres, y ansí daban sus hijas a otros señores, que aunque se usaban muchas ceremonias de sus ritos y gentílicos, como atrás lo dejamos declarado, los señores absolutamente tomaban las mujeres que querían y se las daban como a los hombres poderosos; y por esta orden se dieron muchas hijas de señores a los españoles para que quedase de ellos casta y generación, por si fuesen de esta tierra. Llamaron los naturales a Hernando Cortés chalchiuh capitán que quiere decir tanto como si dijéramos "capitán de gran estima y valor", y este es el natural sentido que se le daba, porque el chachihuitl es de color de esmeralda, y las esperaldas son tenidas en mucho entre los naturales, son muy preciadas, y ansí compararon la persona de Cortés con estas piedras, llamándole chalchihuitl capitán, comparando al buen español con los chachihuites y esmeraldas, o como si agora dijésemos "esmeralda capitán o muy preciado caballero", llamándole ansí por excelencia chalchihuitl capitán.

Por lo consiguiente llamaron a D. Pedro de Alvarado el Sol, porque decían que era hijo del sol por ser rubio y colorado, de muy lindo rostro, donaire y disposición y buen parecer, y ansí entre los naturales no le daban otro renombre, porque después del capitán Hernando Cortés no obo otro más querido ni amado de los naturales que D. Pedro de Alvarado, especialmente de los de Tlaxcalla. Como estuvieron los españoles en este buen acogimiento en las casas y palacios de gran Xicotencatl, procuró Maxixcatzin, con grandes ruegos, que Cortés y toda su gente se pasasen a su barrio y cabecera y a sus casas, y que allí le serviría y regalaría, que es en el barrio y cabecera de Ocotelulco. Lo cual Cortés le agradeció mucho y se pasó a su señorío y cabecera él y sus compañeros, ansí por dalle gusto y contentalle, como también porque ansí le convenía dar contento a todos y ganalles la voluntad, particularmente a Maxixcatzin. Tuvieron allí descanso algunos días con mucho regalo y regocijo, con buenos entretenimientos de fiestas a su usanza. Al cabo de todo esto y pasadas sus fiestas, habiéndose congregado los cuatro señores de las cuatro cabeceras y demás principales y caciques, procuraron de tratar con Cortés con palabras blandas, y le rogaron y suplicaron con mucho encarecimiento, diciendo de esta manera: "Pedímoste por mercer, Valeroso Capitán, único señor de los hombres blancos y barbudos, que ya que os tenemos por hermanos y muy verdaderos amigos, que os declaréis con nosotros en decirnos y declararnos sin doblez ninguno, sino sencillamente y con abierto pecho y claras entrañas ¿qué es lo que buscáis y lo que queréis? ¿cuál es vuestro disinio y principal propósito? y ¿a qué habéis venido a nuestras tierras? Porque ya nosotros aquí estamos y aquí nos tenéis en paz a vuestra voluntad y limpia y segura amistad, con fe y palabra inviolable de que os tenemos por amigos con presupuesto de jamás quebrantarla nosotros, ni los nuestros, ni nuestros hijos.

Decidnos agora bajo de esto vuestra voluntad y de toda la realidad de la verdad, primeramente, si sois hijos de Dios y si sois hombres mortales como nosotros, o si tenéis alguna deidad, o si sois dioses y de qué partes del mundo sois venidos y si es cierto que habéis bajado del cielo como se ha imaginado. Desengañadnos de todo punto, porque queremos estar desengañados, seguros y satisfechos, porque sabido vuestro intento, aquí nos tenéis para todo lo que quisiereis hacer e intentar, y nos hallaréis muy prontos y aparejados para todo. Si habéis de pasar adelante, os daremos favor y todo lo necesario para el matalotaje; si traéis intención de vivir entre nosotros, mirad donde os parece buen sitio para hacer vuestro asiento y donde estaréis mejor acomodados, porque os daremos tierras y montes y aguas, y os ayudaremos a hacer vuestras casas para en las cuales podáis vivir a vuestro contento. Y cuando esto no sea de todo lo que os preguntamos, decidnos si nos traéis alguna embajada de los altos soberanos dioses a cuya deidad estamos sujetos. Decidnos y declaradnos la verdad, que cualquiera cosa que se nos dijese de parte de ellos estamos muy prestos para lo cumplir, ansí por guerras como por sacrificios o cualquiera otro modo y manera que lo tengan ordenado, según fuese su voluntad, que suyos somos y sus vasallos, por tanto, Valeroso Capitán, no nos tengáis ansí suspensos, declaradnos vuestra voluntad, pues la nuestra bien la sabéis y la habéis conocido, que de ilustres y nobles caballeros es declararse con los amigos, y aún con los enemigos".

A las cuales razones que obieron hablado Maxixcatzin y Xicotencatl, respondió Cortés mediante y por lengua de Malintzin y Aguilar, diciendo a los cuatro señores de las cuatro cabeceras: "Yo os agradezco mucho, generosos y amigos míos, vuestra lealtad y amigable voluntad. Bien parece vuestro principado ser de mucha alteza y estima y gran valor, pues ansí es. Queréis saber particularmente de mí y de mis compañeros quiénes somos, y de dónde y de qué parte venimos. Justa razón pedís y es muy bien que se os diga, y estéis desengañados de las dudas en que estáis y de las cosas que ignoráis. Habéis de saber que mis compañeros y yo somos venidos de muy lejanas partes y de tierras muy remotas y apartadas de éstas; nos llamamos cristianos , porque lo somos por ser hijos del verdadero Dios, de aquel que crió el cielo y la tierra, y todas las demás cosas que en el mundo hay y se ven. Y somos venidos de parte del Emperador D. Carlos de Austria, que es muy gran señor, el cual nos ha enviado a visitaros, porque sabe y entiende la necesidad en que estáis, ansí de fuerzas temporales como de fe, para que os demos noticia, dándoos a entender cómo no hay más de un solo Dios verdadero, porque todos los demás que tenéis y adoráis por dioses son dioses falsos y de mentira, llenos de vanidad, obrados y hechos por mano de otros hombres bestiales y torpes, porque al fin son dioses mudos e insensibles que no se mueven, y ansí su ser es compuesto de ninguna fuerza, ni valor, ni de ningún efecto.

Para lo cual soy venido para desengañaros del engaño en que vivís y habéis estado, y traeros y daros otra ley mejor que la vuestra, porque es la del verdadero Dios, limpia y clara sin ningún género de engaño ni duda, fuera de tanta barbarie de sacrificios crueles y abominables como son los que usáis en vuestros ritos. Y, ansimismo, vengo a declarar y decir cómo después de esta vida hay otra que es eterna y sin fin, cuya claridad os será mostrada y enseñada por los Ministros de Dios, para que estéis enterados de las cosas de nuestra Santa Fe Católica, que para ello el gran señor de cuya parte soy venido os enviará muy en breve tiempo. Y ansí os ruego y amonesto que tengáis por bien, sin recibir pesadumbre alguna, pues tanta amistad me tenéis, que quiero derribar estos vuestros ídolos, aquestos que tenéis y adoráis por dioses, que os tienen ciegos y engañados, que esta ha sido mi principal venida. Y, después de esto, vengo a ayudaros y a dar muy cruda guerra a Moctheuzoma vuestro capital enemigo, y vengar vuestras injurias, en cuya venganza y castigo veréis que mi amistad es firme y muy verdadera, para, después de vengaros de vuestros crueles enemigos y crueles adversarios, vivir con descanso entre vosotros, sin jamás desampararos. Quería sacar de esto, generosos señores, que os persuadiésedes a querer seguir ante todas cosas mi sacra religión, mi santísima ley y fe verdadera, que es la del verdadero Dios Jesucristo nuestro señor Unigénito, Hijo de Dios y Salvador del Mundo, y que os bautizáredes con el agua del Espíritu Santo para que quedaseis lavados y limpios de todas vuestras culpas, mancillas y pecados.

Y con esto tendré por cierto que me queréis bien, y con este vínculo de amor quedará confirmada nuestra amistad para siempre jamás. Y llamaros cristianos, como yo me llamo y se llaman y apellidan todos mis compañeros, que es el más alto blasón, renombre y apellido que podemos tener, porque es derivado y tomado del Santísimo Nombre del Hijo de Dios verdadero, Jesucristo, Nuestro Señor y Redentor del género humano. Que, con esto, cesen los crueles y horrendos sacrificios y endemoniados ritos que tenéis y que, con esto, diésedes de mano al demonio, que os tiene ciegos y engañados, dando al través con todas estas cosas que el enemigo del género humano con sus malicias y astucias os ha incitado, que no viviereis más en el engaño en que vosotros y vuestros antepasados vivían y hasta agora habéis vivido. Olvidad y desarraigad de vuestros corazones tan gran engaño y torpeza y error, destruyendo totalmente el nombre que tenéis de idólatras sacrificadores y comedores de carne humana y de vuestras propias carnes y sangre, cuyos nefandos y aborrecibles pecados e infernales hechos son reprobados entre hombres de razón y de ley de naturaleza, porque un crimen tan atroz y uso tan cruelísimo y abominable entre todas las generaciones del mundo, pésimo, detestable y de tan horrenda abominación, jamás se ha visto, ni oído, ni hallado en todas las naciones del Universo, pues hasta los fieros animales aborrecen comerse unos a otros, siendo gobernados tan solamente por instinto natural, como más largamente os podría decir, y traer otros muchos más ejemplos con urgentísimas razones, las cuales omito hacer por dar fin a mi respuesta.

Por tanto, señores y amigos míos generosos, pues me habéis pedido razón de mi venida y os he querido satisfacer, ya os la he dado muy por extenso sin haberos ocultado cosa alguna, sino que clara y abiertamente os he descubierto mi pecho. Y ansí, podréis decir e informar a todas vuestras gentes y a aquellos que quisiesen seguir mi amistad y venirse de paz y tornarse cristianos y ser del gremio de nuestra Santa Madre Iglesia de Roma y recibir el verdadero bautismo, que serán libres del demonio y que seremos todos unos, incorporados en un gremio. En lo que toca a decir que si somos dioses, somos hombres humanos y mortales como vosotros; pero la ventaja que tenemos sobre los otros hombres sólo está en ser cristianos, en servir, como servimos, a un solo Dios verdadero; y la diferencia que hay entre nosotros y vosotros es que vosotros servís a las estatuas e ídolos semejantes del demonio, y nosotros servimos a Dios, que crió el cielo y la tierra, como os lo tengo significado desde el principio de mi plática" y con esto acabó el Valeroso Capitán con semblante muy severo. Y ansí quedaron y estuvieron los cuatro señores de las cuatro cabeceras de la Señoría de Tlaxcalla absortos, admirados y suspensos de las cosas que el Buen Capitán les había dicho y respondido. Habiendo estado muy atentos a todo y habiendo oído tan blandas y amorosas palabras, tan vivas y de tan grande eficacia, que les penetraban los corazones, infundiendo en ellos milagrosamente la gracia del Espíritu Santo y estando llenos de esta plenitud, respondieron muy tiernamente y lagrimosos a estas profundas palabras, diciendo de esta manera: "¡Oh Valeroso Capitán y más que hombre!, verdaderamente no podemos creer sino que sois hijo de los dioses y el más valiente y esforzado príncipe de la tierra y gran señor de los hombres blancos y barbudos, y el más temido varón que hasta hoy hemos visto los nacidos, ni oído en el mundo.

¿Cómo deshaces y tienes en poco con tan gran atrevimiento la deidad de nuestros dioses y la suma alteza de aquellos que desde el cielo gobiernan la tierra? ¿Por ventura nos habláis por engaño y cautela para que ignoremos que sois vosotros los que habéis bajado del cielo para remedio de los hombres que vivimos en la tierra? Declaraos ya con nosotros y no queráis que con torpe engaño caigamos en otros mayores errores; porque si ansí es como decís, que no hay más de un solo Dios y que todos los demás son compuestos y fabricados por manos de hombres, que no hablan ni se mueven y que son estatuas sin sentido, ansí es verdad, te lo concedemos y confesamos; mas estos bultos y estatua a quienes servimos y adoramos son imágenes, figuras y modelos de los dioses que en la tierra fueron hombres y que por sus hechos heroicos y famosos subieron allá, donde viven en eterno descanso, como agora vosotros, que sois como dioses, que, quedando acá sus estatuas entre nosotros, se fueron a residir a sus lugares y moradas de gozo, donde viven con descanso, y desde allá nos envían a la tierra con sus divinas influencias, con su virtud y gran poder todo lo necesario, viendo que sus bultos y figuras son adoradas de las gentes. Y ansí, no sabemos, capitán, cuál sea la causa que traéis inclinado contra ellos, porque nos dices y amonestas que no hay más de un Dios, que éste es criador del cielo y de la tierra, que es el verdadero y que a éste servís y adoráis tú y tus compañeros, y a éste nos persuades que creamos, y dices que creyendo en él seremos todos unos, echándonos agua en las cabezas en nombre y virtud del mismo Dios, y que nos llamaremos cristianos, quedando con esto limpios y lavados de nuestras culpas y pecados, que seremos hijos suyos, y esto tenga efecto y sea válido, que ante todas cosas hemos de consentir que nos derribes y desbarates nuestros ídolos, que son semejanza de nuestros dioses, a los cuales adoramos y reverenciamos de tantos siglos atrás nosotros y nuestros antepasados, que con tanta religión observaron y guardaron en el culto dellos.

¿Cómo quieres tú que con tanta facilidad los dejemos y consintamos que con tus violentas y sacrílegas manos te dejemos profanar los dioses que en tanto tenemos y estimamos? ¡Valeroso Capitán! ¿Para qué queréis mover agora negocio tan intratable, alterando los corazones de los nuestros al querer intentar un caso tan duro y tan dudoso como éste, quebrantando un fuero tan inviolable? Si con tan denodado atrevimiento y tan temerario lo hicieses, los hombres, que vivimos en la tierra y tan sujetos a la voluntad de los dioses, no lo habrían comenzado a poner por obra cuando todos ellos se indignarían contra el mundo y lo destruirían y tornarían por su propia causa y deidad; cuando viesen que los hombres los menospreciábamos en la tierra, nos enviarían hambres, pestilencias y otros desastres, infortunios y calamidades, desechándonos y expeliéndonos como a hombres malditos y apartados de su amistad, y no nos hablarían más, ni nos responderían como nos responden; el sol y la luna y demás estrellas relumbrantes se enfadarían contra nosotros y ya no nos mostrarían más su luz ni claridad. Mira pues, señor y muy temido caballero de los dioses blancos y barbudos, lo que quieres emprender; mira que te queremos mucho y te rogamos que no lo hagas, no te suceda algún trabajo, porque tenemos por experiencia que cuando algunos de nosotros llegamos con insolencia a algunas de estas reliquias indignamente, caen sobre nosotros grandes relámpagos, rayos y truenos del cielo en castigo de tan grande osadía y atrevimiento.

Dejando aparte este negocio que toca a los dioses, todas las demás cosas que nos has dicho, que es ir contra culhua a asolar y destruir por fuerza de armas con cruda y fuerte guerra todo nos parece poco ponello debajo de tu señorío y el mando no lo estimamos y tenemos en nada en comparación de lo que nos has dicho, ni el tenerte por amigo, ni el reconocer por tal al gran señor que te envía, que es el que nos dices que se llama Emperador monarca del mundo, aquel que de tan lejas partes nos envía a saludar y visitar. Para corresponder a tan gran merced como ésta, nos obliga a que le sirvamos y agradezcamos, ayudándole con todo lo que se le ofreciese, teniéndolo siempre por verdadero señor y amigo nuestro. Mira lo que ha menester de nosotros, dinos si quiere algo de las cosas de nuestra tierra que por la amistad que le tenemos y a ti te hemos cobrado, lo haremos muy de veras y cumplidamente, porque esta nuestra paz y amistad ha de ser para siempre eterna y perdurable hasta la fin de los siglos futuros y advenideros. Por tanto, mira lo que quieres, que aquí estamos muy prontos para todas las ocasiones que se te ofrecieren a ti y tus valerosos compañeros, ansí en la paz como en la guerra, como se lo puedes decir al gran señor que te ha enviado". Este razonamiento propuso en nombre de todos el poderoso gran Señor Maxixcatzin, que era muy discreto y el más mozo de los cuatro caciques. A las cuales palabras, nuestro animoso e invencible español Cortés respondió replicando con cristianísimo y católico pecho y con la mayor osadía que hombres pudieran tener, diciendo de esta manera, constreñido del celo cristiano de que estaba armado: "Breve e visto, leales amigos y muy estimados señores, el amor y amistad que me tenéis sin género de doblez alguno, a lo cual no puedo dejar de acudir de hacer vuestra voluntad, especialmente siendo cosa que conviene a vuestro propio remedio, porque destruir yo y asolar este mundo y todas cuantas naciones en él hay no lo estimaría yo en nada por cuanto deseo vuestra salvación y que salgáis del error en que vivís, porque teniéndoos de mi parte y bando todo se me facilita y allana.

Pero es recio caso, amigos y señores míos, que no seáis cristianos y de la cristiana parcialidad, porque siendo yo cristiano e hijo del verdadero Dios, cuya ley y doctrina guardo, viva entre gentes que saben y adoran dioses de falsedad y mentira. En cuanto a esto que decís que han de destruir el mundo mostrando grande ira contra los hombres, que enviarán fuego del cielo, hambres y pestilencias y otras calamidades como habéis referido, es negocio de poco momento e imaginación vana. Lo cual tomo a mi cargo para avenirme con ellos, porque ni son dioses, ni son nada, ni tienen ningún poder. Finalmente, como amigo fiel, os ruego y aconsejo que no creáis en ellos, sino que los derribemos y volemos, despedazándolos y quebrantándolos de manera que no quede nombre ni memoria de ellos en el mundo, porque es muy gran lástima que señores principales, tan claros y generosos, sean sujetos a abominables figuras. Persuadíos por tanto, amigos míos, a ser cristianos y no seáis incrédulos, ni tan obstinados en vuestros errores. Mirad con los ojos del entendimiento lo que os he significado, porque es la pura verdad. Dejad la pertinacia endurecida de vuestros corazones, animaos a ser hijos de Dios, que os infundirá su divina gracia y os dará verdadera claridad y lumbre para que mejor entendáis lo que con palabras no os puedo explicar". Oído negocio tan duro y pesado para un tan arraigado uso y costumbre, quedaron por muy gran rato sin poder hablar ni responder cosa alguna; mas al cabo, habiendo bien considerado lo que con tanto espíritu el capitán Cortés les decía, le respondieron de común consentimiento que pues ellos le habían dado sus corazones y amistad, que era lo mejor de sus personas, ellos en este caso se rendían y no tenían que responder, sino que ejecutara su voluntad, y que hiciese lo que por bien tuviese, derribase los ídolos y los diese por ningunos.

Pero que si algo sucediese, que no fuese a su cargo, y que fuese visto y entendido que ellos no querían enojar a los dioses, ni era tal su voluntad, ni menos los querían creer, sino al Dios verdadero de los cristianos, que era aquel que había criado los cielos y la tierra, y en aquel en quien creían, y que querían tornarse cristianos y echarse agua en las cabezas, como ellos tenían de costumbre al ser bautizados y guardar su ley y mandamientos, como ellos guardaban. Finalmente, prometieron seguir y guardar sus buenas y santas costumbres. Y porque sus gentes no se alborotasen, dijeron que ellos les querían hablar, dándoles a entender todas aquellas cosas de que habían sido informados, y que en el interín se estuviesen quietos y sosegados y que apaciguasen en sus corazones. Tomando, pues, la mano en esto los cuatro señores, hicieron grandes juntas en sus pueblos, barrios y cabeceras, donde dieron entera noticia de lo que el capitán quería y pretendía hacer en destruir y derribar sus dioses, y que no tan solamente venía a castigar a los injustos hombres, sino que también quería tomar venganza de los dioses inmortales, porque "nos ha dicho que nos quiere dar otra nueva ley, limpia y loable, y que para esto tengamos por bien que recibamos otro Dios". Este modo de hablar y decir, que les quería dar otro Dios, es, a saber, que cuando estas gentes tenían noticia de algún Dios de buenas propiedades y costumbres, le recibían, admitiéndole por tal, porque otras gentes advenedizas trujeron muchos ídolos que tuvieron por dioses, y a este fin y propósito decían que Cortés les traía otro Dios.

Y ansí, decían "de manera que en este hemos de adorar y servir, porque él lo servía y adoraba en muy diferente modo y manera que nosotros servimos a nuestros dioses, pues no le sacrifican corazones de hombres humanos, ni menos con sangre viva, como nosotros lo hacemos con nuestros dioses, sino solamente con oraciones y bautismo de agua". Y decían que esto le habían prometido de seguir, y que ninguno se lo estorbase ni le fuese a la mano, sino que "le dejemos hacer lo que él quisiere, pues viene a ayudarnos y favorecernos, por lo cual no nos conviene que le seamos contumaces, ni rebeldes, ni traidores; haga lo que quisiere y por bien tuviere, que lo tome a su cargo, que es negocio de entre ellos; dioses son los unos y los otros, allá ellos se entenderán, cada uno volverá por sí y por lo que le tocare; mas a nosotros nos conviene su amistad para que nuestras gentes vivan seguras". Oído negocio tan duro por los de la República, volvieron los rostros al cielo en señal de gran dolor y sentimiento, y muy llorosos, que era vellos cosa de espanto y lástima, de tal manera decían algunos a sus señores: "Decid al capitán y respondedle que ¿por qué nos quiere quitar los dioses que tenemos y que tantos tiempos ha que servimos nosotros y nuestros antepasados? Que sin quitallos ni mudallos de sus lugares sagrados pueden poner a su Dios entre los nuestros, a quien también serviremos, le adoraremos, haremos casas y templos aparte y de por sí, y será también el Dios nuestro y le guardaremos el decoro y respeto que su deidad y santidad merece, guardando sus leyes y mandamientos, como lo hemos hecho con otros dioses que nos han traído de otras partes".

A las cuales palabras, torpes y sin fundamento, respondieron sus señores y caciques que ya no había remedio a cosa ninguna de las que pedían, sino que precisamente había de hacerse lo que el capitán quería y que no se tratase más de ello. Y ansí fue que luego callaron y comenzaron a ocultar y esconder secretamente muchos ídolos y estatuas, como después adelante andando el tiempo se vio y ha visto, donde secretamente muchos de ellos los servían y adoraban como de antes, aconsejándoles el demonio que no desmayasen, ni los hombres advenedizos los engañasen, lo cual les decían en sueños y otras apariencias, mayormente cuando tomaban y bebían cosas provocativas a ver visiones, que para semejantes casos las tenían y tomaban, por cuya causa muchos de ellos estuvieron endurecidos, rebeldes y obstinados para su conversión. Y ansí, agora en nuestros tiempos, que fue el año de mil quinientos setenta y seis, muchos principales viejos pidieron agua del Bautismo, porque de vergüenza y empaño no se habían querido bautizar, los cuales habían quedado en aquellos que habían sido duros y pertinaces en dejar los ídolos; y como después vieron que toda la gente de la tierra venía a la conversión, quedáronse muy engañados y después, de pura vergüenza, como eran principales, no se atrevían a venir al Santo Bautismo, por que aunque eran casados en haz de la Santa Madre Iglesia, tenían nombres de cristianos y confesaban y comulgaban cada un año, no osaban decir que no estaban bautizados hasta este año 1576, habiendo sido Alcaldes y Regidores en este República.

Pasó esto que vimos por vista de ojos; mas fue Nuestro Señor servido de que en los últimos días de su vida conocieran su error en que habían estado y vivido, y recibieron el Santo Bautismo y acabaron católicamente dentro de pocos días este año. Tornando a nuestro asunto y principal propósito, estas y otras muchas cosas torpes hacían y decían; y en resolución, Maxixcatzin y Xicotencatl y los demás principales caciques y señores dijeron a Cortés que no reparase en cosa alguna, sino que ejecutase su intento y que absolutamente hiciese lo que le pareciese y le estuviese bien, porque ellos estaban determinados de creer en un Dios y en Santa María, su Santísima Madre, y guardar sus mandamientos sagrados y divinos preceptos, y que, desde luego, daban por ninguna su ley de idolatría y engaño en que vivían y habían vivido, y que en esta ley nueva tan santísima, querían vivir para siempre jamás, y que, desde luego, pedían el agua del Bautismo y que querían ser bautizados, y que para que fuese notorio a todas sus gentes se pusiese luego por obra que en ello no obiese dilación, pues que el tiempo no daba lugar a ello. Visto por Cortés cuán bien se acudía a lo que él tanto deseaba, no podía estar de gozo, dando inmensas gracias a Nuestro Señor por tan grandes y señalados beneficios y mercedes como le hacía, porque este fue el principal fundamento de su venida y el camino y principio de todo su bien, como lo fue, en esta vida y para conseguir y alcanzar la gloria y dejar en esta vida eterna inmortal fama.

Con extenso, solemne y celebrado regocijo fueron luego bautizados los cuatro señores de las cuatro cabeceras por mano de Juan Díaz, presbítero que venía por Capellán de la armada. Hecha esta general y pública conversión a honra y gloria de Nuestro Señor y de su benditísima Madre, la siempre Virgen María y Señora Nuestra, se comenzaron a bautizar luego otros muchos señores y caciques de esta República. Tras lo cual, se comenzaron a derribar por los suelos los ídolos y estatuas de los falsos dioses, y, en presencia de todos, a profanallos y tenellos en poco, como se hizo. Hasta que totalmente cada día se iban y fueron asolando y se ha venido a perder el nombre de ellos, y la pésima idolatría tuvo fin, que tantos siglos de años había que duraba en estas gentes. Fueron padrinos de los cuatro señores, D. Fernando Cortés, Pedro Alvarado, Andrés Tapia, Gonzalo de Sandoval y Cristóbal Olid. Tomó por nombre Xicotencatl llamarse Vicente y después se llamó D. Vicente, Maxixcatzin se llamó Lorenzo, Zitlalpopocatzin y Tlehuexolotzin. Este día de su bautismo y conversión se hicieron muchas fiestas, a modo castellano, con muchas luminarias de noche y carreras de caballos, aunque pocos cascabeles. Los naturales vieron y conocieron estas muestras de alegría y ellos, a su modo, hicieron grandes bailes y danzas, que llaman mitotes, según su antiguo uso y costumbre, con muchas comidas, dádivas y presentes de ropa y esclavos, joyas de oro y piedras de precio que dieron a los españoles aquel día.

No nos pararemos a contar sus géneros y maneras de comidas, cómo y de qué manera las servían y daban, porque otros lo han escrito muy por extenso; y cierto que hay en ello mucho de contar, mas sólo diré una curiosidad y cuidado que se tuvo. Al tiempo de bautizarlos se tenía esta orden: un día en que se bautizaban los varones se llamaban Juanes; otro en que se bautizaban las mujeres se llamaban Anas; otro día, Pedros; otro, Marías. De suerte que venía por días los nombres de los varones. Dábaseles una cedulita en que se escribían, para que no se olvidasen, los nombres de los bautizados aquel día. Ansí se usó en esta provincia de Tlaxcalla muchos años, que llevaban por memoria los hombres, porque muchos nombres se ovidaban y venían a buscarlos en el Padrón del bautismo, y, ansimismo, vi yo en otras provincias de esta tierra hacer la misma diligencia.

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