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Datos principales


Desarrollo


Capítulo IV Del gobierno que tenían los Yngas y costumbre de los indios No se les puede negar a lo Yngas, haber sido en el gobierno político de este tan extendido Reino sumamente avisados, y discretos, gobernando estos indios conforme pide su naturaleza y condición, y acomodando las leyes a las tierras y temples de ellas y a las inclinaciones de los indios. Todos confiesan que si el día de hoy fueran regidos conforme lo fueron de los Yngas, trabajaran más los indios y se vieran mayores efectos de su sudor, y se fueran aumentando en infinito número. Son los indios, por la mayor parte, perezosos y que si no es por fueza, o grandísima necesidad, no echaran mano a darse al trabajo, tristes, melancólicos, cobardes, flojos, tibios, viles, mal inclinados, mentirosos, ingratos a quien les hace bien, de poca memoria y de ninguna firmeza en cosa que tratan, y algunos hay ladrones y embaidores, y en general, todos dados a supersticiones y hechicerías, abusioneros, entregados totalmente a dos vicios, lujuria y embriaguez, y deste procede no haber de ellos cosa secreta, ni aun de las que les convienen guardar secreto, especial las mujeres, que es por medio de as cuales se han descubierto y manifestado en este reino guacas, riquezas, enterramientos de tesoros de oro y plata, y aun delitos muy ocultos y guardados entre ellos. Pues siendo de esta naturaleza e inclinación, los indios fueron gobernados en tan largas y distintas provincias por el Ynga, de tal suerte que aun ocultísimamente en las más apartadas regiones deste Reino, no osaban traspasar ni exceder de sus mandatos, como si él estuviese presente, porque, como les conoció el humor, llevólos por allí, enfrenándolos en sus vicios y castigándolos con suma severidad, sin perdonarles ninguno, que fue medio eficacísimo para tener sujetos tanta infinidad de indios.

El modo con que los gobernaba, era que tenía en el Cuzco, junto a su persona, cuatro señores orejones de los más principales, y de más experiencia y entendimiento, sabios en la paz y en la guerra, los cuales eran como cuatro consejeros de Estado, de cuyas manos y prudencia pendía todo el Reino, así en las cosas de policía como de guerra. Estos orejones eran de su linaje del Ynga, y parientes muy cercanos, o hermanos, o tíos, y después dél eran las personas de más autoridad en la corte; despachaban y proveían los negocios, por esta orden: cada uno tenía a su cargo una de las cuatro provincias dichas, de Colla Suyo, Ante Suyo, Conti Suyo y Chinchay Suyo, y los que venían a negociar al Cuzco, acudían al suyo, el cual les oía, y si eran negocios livianos, los proveían y despachaban ellos luego, sin detenerlos. Si eran negocios de más calidad, lo comunicaban entre sí, y si eran cosas arduas y de muchos peso, daban cuenta al Ynga, y entraban en acuerdo, todos juntos con él, y si el que venía a negociar era curaca, o capitán, o indio principal, entraba él también en la consulta, para oírle el Ynga y que diese sus razones. Oídas, si el negocio pedía más acuerdo, llamaba a otros consejeros inferiores, con los cuales se confería y trataba, y con brevedad lo despachaban. Estos cuatro orejones salían algunas veces a visitar el Reino, o algunas provincias dél, donde era necesario por casos que sucedían, y pedían jueces graves y de autoridad y, entrando en las provincias donde eran enviados, hacían Junta General de toda ella y de los pobres que había, para darles de comer y repartir entre ellos los mantenimientos, como el Ynga lo ordenaba y tenía mandado.

En esta visita apartaba, conforme los avisos que tenía, a los delincuentes con sus mandones, que llaman llactacamayoc, y después de la suficiente averiguación y pesquisa que hacían, iban castigándolos a cada uno conforme merecía y había excedido de las órdenes y mandatos del Ynga, y según la calidad de los delitos, sin que ninguno se quedase exento. Con esto temían y no osaban traspasar en nada lo que se les ordenaba. Eran de tanta estimación y honra estos cuatro oficios, que a todos los capitanes y gobernadores, caciques y mandones, sobrepujaban, de suerte que sólo el Ynga les era superior, y así eran temidos y respetados donde quiera que iban y por las grandes justicias que hacían en todo género de gente. Mudaban cada día dos vestidos y no se ponían segunda vez vestido ya puesto, comían con casi tanto aparato y majestad que el Ynga. Las leyes que tenían no eran escritas, porque el uso de las letras no había llegado a ellos, ni las conocían. Todos los delitos y negocios administraban y castigaban de memoria, por la buena razón natural, haciendo luego ejecutar lo que mandaban, sin remisión ninguna. Demás de los cuatro orejones dichos, tenía en cada provincia el Ynga un Auqui, que era como virrey, el cual ordinario era orejón del linaje del Ynga, al cual llamaban tocoricucapu, que es como veedor mayor de todas las cosas. Este era superior en la provincia y gobernación, a los gobernadores, capitanes y curacas; tenía cuenta con todo lo que pasaba y se hacía en la provincia, y la visitaba cuando le parecía, rodeando todo el distrito, y tenía facultad este tocoricuc de entrar en todas las casas, aunque fuesen de los principales, y ver lo que en ellas se hacía.

Tenía éste sus tenientes y mandones en todos sus pueblos de su provincia, los cuales solicitaban y daban prisa a los oficiales de cualquier oficio, y a las obra públicas, y le avisaban de todo lo que pasaba y como se obedecía lo que él mandaba. En habiendo alguna cosa en que poner remedio, él de secreto lo enviaba a decir a uno de los cuatro orejones del Consejo de Estado. Esto era en los negocios arduos y dificultosos, que pertenecían a los gobernadores o curacas, porque los negocios de menos calidad, él los conocía y despachaba, juntamente con el gobernador o curaca principal. Este tocoricuc tenía licencia para andar en la Sierra, por ser tierra áspera y fragosa, en una hamaca, y en los llanos en unas andas; recogía todas las comidas y las metía en los depósitos y trojes del Ynga, que ellos llaman piruas, y proveía, cuando se le ordenaba, la corte del Ynga y los indios soldados, que había en las fortalezas, y estaba a su cargo hacer los templos, fortalezas y repararlas, aderezar los caminos, de suerte que todo estuviese puesto en perfección y no hubiese cosa ninguna en que reparar. Tenían, demás de esto, en los pueblos ciertos diputados, que era su oficio mirar y proveer que los extranjeros, mercaderes y advenedizos no fuesen maltratados, ni molestados de los naturales de la tierra, y si caían malos, ellos tenían cuidado de buscarles médicos, y los hacían curar y regalaban; y si morían; los sepultaban y sus bienes daban a sus hijos, o a los parientes más propincuos que con ellos venían.

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