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Datos principales


Desarrollo


Capítulo CXXXIII Que trata de la salida del gobernador de la provincia de Arauco para la de Tucapel y lo que en este camino le sucedió Habiendo reposado el gobernador diez y siete días como he dicho, y cada día se corría el campo, no pudiéndose informar, ni sabiendo dónde estaban ayuntados los indios de guerra, determinó salir de esta provincia, y caminó aquel día hasta la provincia de Millarapue. A causa de ser la tierra doblada y de profundas quebradas, se asentó el campo en una loma alta. Este día los corredores tomaron indios, de donde tuvo el gobernador noticia que los indios de guerra estaban cerca de allí en un fuerte, y que ya venían marchando hacia los españoles. Y otro día sábado, que se contaron veinte y siete de noviembre, llegaron los indios ya que amanecía y escomenzaron a dar gran grita y tocar sus cornetas, los cuales venían por dos partes. Venía por general de esta gente un señor que se decía Teopolicán, indio muy belicoso y guerrero. Visto por el gobernador, mandó poner su gente en dos haces como los enemigos venían. Diole una haz al capitán Rodrigo de Quiroga, al cual mandó que su compañía y la mitad de la del capitán Rengifo, al que diole veinte arcabuceros y veinte rodeleros, y que con aquella gente diese en la una parte de los indios que más cerca del campo venía. Y el gobernador tomó la otra haz para ir a dar en los otros, que era la mayor haz. Y ansí arremetieron y pelearon con tan buen ánimo los españoles por los vencer, y ellos por defender su patria, que estuvieron más de una hora peleando.

Al fin fue desbaratada aquella haz donde dio el capitán Rodrigo de Quiroga. Murieron ciento y veinte indios, entre los cuales mataron siete prencipales y un hermano de Oteopolicán, que no era menos belicoso. Ya en este tiempo había el gobernador rompido el otro escuadrón y desbaratándole, aunque no se había defendido menos que el otro. Murieron en este escuadrón que el gobernador rompió trescientos indios, y prendiéronse más de quinientos. Eran todos estos indios que vinieron a dar esta batalla quince mil. Salieron de esta batalla heridos muchos españoles y caballos. Contaré de un indio que venía en esta haz que rompió el gobernador, el cual era uno de los que cortaron las manos que he dicho. Venía sargenteando y animando de esta manera: "¡Ea, hermanos míos, mira que todos peleéis muy bien, y no queráis veros como yo me veo sin manos, que no podréis trabajar ni comer, si no os lo dan!" Y alzaba los brazos en alto, enseñándolos para provocarlos a más ánimo y diciéndoles: "Estos con quien vais a pelear me los cortaron, y lo mesmo harán a los que de vosotros tomaren, y nadie permita huir sino morir, pues morís defendiendo vuestra patria". Y adelantábase un trecho del escuadrón solo, y decía esto a grandes voces, y que él moriría primero, y que ya no tenía manos, que con los dientes haría lo que pudiese. Quíselo poner aquí por no me parecer razones de indios, sino de aquellos antiguos numantinos cuando se defendían de los romanos. Y aquí se prendió y le mandó el gobernador aperrear.

Entre los presos se hallaron veinte prencipales, los cuales mandó el gobernador ahorcar, y recebían la muerte con tan lindo ánimo como si fueran a hacer otra cosa de menor importancia que costara menos que la vida, porque ellos mismos pedían la soga y se las ataban y se subían y se dejaban colgar, y aún decían que más valía morir allí como valientes que no servir a los españoles. Diré de otro indio, o por mejor decir, sepulcro que fue de tres hermanos y de su madre y de su padre, que fue en comerlos a todos. No lo digo por su confesión, sino que otros indios lo dijeron, y aún le temían y huían de él. Y decía que no había hallado carne más sabrosa que la de su madre. Y ansí todavía se comen. De aquí salió el gobernador y fue a la provincia de Lebolebo. Y otro día llegó a la provincia de Tocapel y asentó su campo en el asiento donde estaba la casa fuerte del gobernador Pedro de Valdivia como ya he dicho, la cual estaba todavía fuerte, aunque arruinada. Aquí dio licencia el gobernador para que trajesen comida al campo para cuatro días, porque pasados no se había de traer más. Trujéronse en estos cuatro días más de cuatro mil fanegas de comida, que era maíz y papas y frísoles. Sábado a once de diciembre, salió a correr el campo el capitán Rodrigo de Quiroga con treinta y cinco hombres, y fue hasta legua y media, donde salieron hasta tres mil indios a él a un llano, habiéndole tomado los pasos. Y viéndose que no podía hacer otra cosa sino dar en ellos, animó su gente como en tales tiempos lo suelen hacer los buenos capitanes, y mandó apear a ciertos arcabuceros que llevaba, y rompió por los indios con el ánimo que en tal tiempo se requiere tener. Y sin perder español ni caballo quedaron muertos en el campo cien indios. Salieron heridos quince españoles.

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