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Datos principales


Desarrollo


De cómo, queriéndose volver cristiano, un cacique comarcano de la villa de Ancerma veía visiblemente a los demonios, que con espantos le querían quitar de su buen propósitos En el capítulo pasado escrebí la manera cómo se volvió cristiano un indio en el pueblo de Lampaz; aquí diré otro extraño caso, para que los fieles glorifiquen el nombre de Dios, que tantas mercedes nos hacen, y los malos y incrédulos teman y reconozcan las obras del Señor. Y es que siendo gobernador de la provincia de Popayán el adelantado Belalcázar, en la villa de Ancerma, donde era su teniente un Gómez Hernández, sucedió que casi cuatro leguas desta villa está un pueblo llamado Pirsa, y el señor natural dél, teniendo un hermano mancebo de buen parescer que se llama Tamaracunga, y inspirando Dios en él, deseaba volverse cristiano y quería venir al pueblo de los cristianos a recibir baptismo. Y los demonios, que no les debía agradar el tal deseo, pesándoles de perder lo que tenían por tan ganado, espantaban a aqueste Tamaracunga de tal manera que lo asombraban, y permitiéndolo Dios, los demonios, en figura de unas aves hediondas llamadas auras, se ponían donde el cacique sólo las podía ver; el cual, como se sintió tan perseguido del demonio, envió a toda priesa a llamar a un cristiano que estaba cerca de allí; el cual fue luego donde estaba el cacique, y sabida su intención, lo siguió con la señal de la cruz, y los demonios lo espantaban más que primero, viéndolos solamente el indio, en figuras horribles.

El cristiano vía que caían piedras por el aire y silbaban; y viniendo del pueblo de los cristianos un hermano de un Juan Pacheco, vecino de la misma villa, que a la sazón estaba en ella en lugar del Gómez Hernández, que había salido, a lo que dicen, de Caramanta, se juntó con el otro, y vían que el Tamaracunga estaba muy desmayado y maltratado de los demonios; tanto, que en presencia de los cristianos lo traían por el aire de una parte a otra, y él quejándose, y los demonios silbaban y daban alaridos. Y algunas veces, estando el cacique sentado y teniendo delante un vaso para beber, vían los dos cristianos cómo se alzaba el vaso con el vino en el aire y dende a un poco parescía sin el vino, y a cabo de un rato vía caer el vino en el vaso, y el cacique atapábase en mantas el rostro y todo el cuerpo por no ver las malas visiones que tenía delante; y estando así, sin se tirar ropa ni desatapar la cara, le ponían barro en la boca como que lo querían ahogar. En fin, los cristianos, que nunca dejaban de rezar, acordaron de se volver a la villa y llevar al cacique para que luego se baptizase, y vinieron con ellos y con el cacique pasados de docientos indios; mas estaban tan temerosos de los demonios, que no osaban llegar al cacique; y yendo con los cristianos, llegaron a unos malos pasos, donde los demonios tomaron al indio en el aire para despeñarlo, y él daba voces diciendo: "Váleme, cristianos, váleme"; los cuales luego fueron a él y le tomaron en medio, y los indios ninguno osaba hablar, cuanto más ayudar a éste, que tanto por los demonios fue perseguido para provecho de su ánima y mayor confusión y envidia deste cruel enemigo nuestro; y como los dos cristianos viesen que no era Dios servido de que los demonios dejasen a aquel indio y que por los riscos lo querían despeñar, tomáronlo en medio, y atando unas cuerdas a los cintos, rezando y pidiendo a Dios los oyese, caminaron con el indio en medio, de la manera ya dicha, llevando tres cruces en las manos; pero todavía los derribaron algunas veces, y con trabajo grande llegaron a una subida, donde se vieron en mayor aprieto.

Y como estuviesen cerca de la villa, enviaron a Juan Pacheco un indio para que viniese a los socorrer, el cual fué luego allá, y como se juntó con ellos, los demonios arrojaban piedras por los aires, y desta suerte llegaron a la villa, y se fueron derechos con el cacique a las casas deste Juan Pacheco, adonde se juntaron todos los más de los cristianos que estaban en el pueblo, y todos vían caer piedras pequeñas de lo alto de la casa y oían silbos. Y como los indios, cuando van a la guerra, dicen "Hu, hu, hu", así oían que lo decían los demonios muy apriesa y recio. Todos comenzaron a suplicar a nuestro Señor que, para gloria suya y salud del ánima de aquel infiel, no permitiese que los demonios tuviesen poder de lo matar; porque ellos, por lo que andaban, según las palabras que el cacique les oía, era porque no se volviese cristiano. Y como tirasen muchas piedras, salieron para ir a la iglesia; en la cual, por ser de paja, no había Sacramento, y algunos cristianos dicen que oyeron pasos por la misma iglesia antes que se abriese, y como la abrieron y entraron dentro, el indio Tamaracunga dicen que decía que vía los demonios con fieras cataduras, las cabezas abajo y los pies arriba. Y entrado un fraile llamado fray Juan de Santa María, de la orden de nuestra Señora de la Merced, a le baptizar, los demonios, en su presencia y de todos los cristianos, sin los ver mas que sólo el indio, lo tomaron y lo tuvieron en el aire, poniéndolo como ellos estaban, la cabeza abajo y los pies arriba.

Y los cristianos, diciendo a grandes voces: "Jesucristo, Jesucristo sea con nosotros", y signándose con la cruz, arremetieron al indio y lo tomaron, poniéndole luego una estola, y le echaron agua bendita; pero todavía se oían aullidos y silbos dentro de la iglesia, y Tamaracunga los vía visiblemente, y fueron a él y le dieron tantos bofetones, que le arrojaron lejos de allí un sombrero que tenía puesto en los ojos por no los ver, y en el rostro le echaban saliva podrida y hedionda. Todo esto pasó de noche, y venido el día, el fraile se vistió para decir misa, y en el punto que se comenzó, en aquel no se oyó cosa ninguna, ni los demonios osaron parar ni el cacique recibió más daño; y como la misa santísima se acabó, el Tamaracunga pidió por su boca agua del baptismo, y luego hizo lo mismo su mujer y hijo, y después de ya baptizado dijo que, pues ya era cristiano, que lo dejasen andar solo, para ver los demonios si tenían poder sobre él; y los cristianos lo dejaron ir, quedando todos rogando a nuestro Señor y suplicándole que, para ensalzamiento de su santa fe y para que los indios infieles se convirtiesen, no permitiese que el demonio tuviese más poder sobre aquel que ya era cristiano. Y en esto salió Tamaracunga con gran alegría, diciendo: "Cristiano soy"; y alabando en su lengua a Dios, dió dos o tres vueltas por la iglesia, y no vió ni sintió más los demonios; antes se fué a su casa alegre y contento, obrando el poder de Dios; y fué este caso tan notado en los indios, que muchos se volvieron cristianos y se volverán cada día. Esto pasó en el año de 1549 años.

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