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Desarrollo


Cómo el gran Montezuma preguntó a Cortés que cómo quería ir sobre el Narváez, siendo los que traía doblados más que nosotros, y que le pesaría si nos viniese algún mal Como estaba platicando Cortés con el gran Montezuma, como lo tenían de costumbre, dijo el Montezuma a Cortés: "Señor Malinche, a todos vuestros capitanes e compañeros os veo andar desasosegados, e también he visto que no me visitáis sino de cuando en cuando, e Orteguilla el paje me dice que queréis ir de guerra sobre esos vuestros hermanos que vienen en los navíos, e que queréis dejar aquí en mi guarda al Tonatio, hacedme merced que me lo declaréis, para que si yo en algo os pudiere servir e ayudar, que lo haré de mm, buena voluntad. E también, señor Malinche, no querría que os viniese algún desmán, porque vos tenéis muy pocos teules, y esos que vienen son cinco veces más; e ellos dicen que son cristianos como vosotros e vasallos de ese vuestro emperador, e tienen imágenes y ponen cruz, e les dicen misa, e dicen e publican que sois gentes que vinisteis huyendo de Castilla de vuestro rey y señor, e que os vienen a prender o a matar; en verdad que yo no os entiendo. Por tanto, mirad primero lo que hacéis." Y Cortés le respondió con nuestras lenguas doña Marina e Jerónimo de Aguilar, con un semblante muy alegre, que si no le ha venido a dar relación dello, es como le quiere mucho y por no le dar pesar con nuestra partida, e que por esta causa no le he dejado, porque así tiene por cierto que Montezuma le tiene buena voluntad.

E que cuanto a lo que dice, que todos somos vasallos de nuestro gran emperador, que es verdad, e de ser cristianos como nosotros, que sí son; e a lo que dicen que venimos huyendo de nuestro rey y señor, que no es así, sino que nuestro rey y señor nos envió para verle y para hablarle todo lo que en su real nombre le ha dicho e platicado; e a lo que dice que trae muchos soldados e noventa caballos e muchos tiros e pólvora, e que nosotros somos pocos, e que nos vienen a matar e prender, nuestro señor Jesucristo, en quien creemos e adoramos, e nuestra señora Santa María, su bendita madre, nos dará fuerzas, y más que no a ellos, pues que son malos e vienen de aquella manera. E que como nuestro emperador tiene muchos reinos y señoríos, hay en ellos mucha diversidad de gentes, unas muy esforzadas e otras mucho más, e que nosotros somos dentro de Castilla, que llaman Castilla la Vieja, e nos nombran por sobrenombre castellanos; e que el capitán que está ahora en Cempoal y la gente que trae que es de otra provincia que llaman Vizcaya, e que tienen la habla revesada, como a manera de decir como los otomís de tierra de México; e que él verá cuál se los traeríamos presos; e que no tuviese pesar por nuestra ida, que presto volveríamos con victoria. E lo que ahora le pide por merced, que mire que queda con él su hermano Tonatio, que así llamaban a Pedro de Alvarado, con ochenta soldados; que después que salgamos de aquella ciudad no haya algún alboroto, ni consienta a sus capitanes e papas hagan cosas que sean mal hechas, porque después que volvamos, si Dios quisiere, no tengan que pagar con las vidas los malos revolvedores; e que todo lo que hubiere menester de bastimentos, que se los diesen; e allí le abrazó Cortés dos veces al Montezuma, e asimismo el Montezuma a Cortés; e doña Marina, como era muy avisada, se lo decía de arte que ponía tristeza con nuestra partida.

Allí le ofreció que haría todo lo que Cortés le encargaba, y aun prometió que enviaría en nuestra ayuda cinco mil hombres de guerra, e Cortés le dio gracias por ello, porque bien entendió que no los había de enviar; e les dijo que no había menester su ayuda, sino era la de Dios nuestro señor, que es la ayuda verdadera, e la de sus compañeros que con él íbamos; e también le encargó que mirase que la imagen de nuestra señora e la cruz que siempre lo tuviesen muY enramado, e limpia la iglesia, e quemasen candelas de cera, que tuviesen siempre encendidas de noche y de día, e que no consintiesen a los papas que hiciesen otra cosa; porque en aquesto conocería muy mejor su buena voluntad e amistad verdadera. E después de tornados otra vez a abrazar, le dijo Cortés que le perdonase, que no podía estar más en plática con él, por entender en la partida; e luego habló a Pedro de Alvarado e a todos los soldados que con él quedaban, e les encargó que guardasen al Montezuma con mucho cuidado no se soltase, e que obedeciesen al Pedro de Alvarado; y prometióles que, mediante Dios, que a todos les había de hacer ricos; e allí quedó con ellos el clérigo Juan Díaz, que no fue con nosotros, e otros soldados sospechosos, que aquí no declaro por sus nombres; e allí nos abrazamos los unos a los otros, e sin llevar indias ni servicio, sino a la ligera, tiramos por nuestras jornadas por la ciudad de Cholula, y en el camino envió Cortés a Tlascala a rogar a nuestros amigos Xicotenga y Mase-Escaci e a todos los demás caciques, que nos enviasen de presto cuatro mil hombres de guerra; y enviaron a decir que si fueran para pelear con indios como ellos, que sí hicieran, e aun muchos más de los que les demandaban, e que para contra teules como nosotros, e contra bombardas e caballos, que les perdonen, que no los quieren dar; e proveyeron de veinte cargas de gallinas; e luego Cortés escribió en posta a Sandoval que se juntase con todos sus soldados muy prestamente con nosotros, que íbamos a unos pueblos obra de doce leguas de Cempoal, que se dicen Tampanequita e Mitlanguita, que ahora son de la encomienda de Pedro Moreno Medrano, que vive en la Puebla; e que mirase muy bien el Sandoval que Narváez no le prendiese, ni hubiese a las manos a él, ni a ninguno de sus soldados.

Pues yendo que íbamos de la manera que he dicho, con mucho concierto para pelear si topásemos gentes de guerra de Narváez o al mismo Narváez, y nuestros corredores del campo descubriendo, e siempre una jornada adelante dos de nuestros soldados grandes peones, personas de mucha confianza, y estos no iban por camino derecho, sino por partes que no podían ir a caballo, para saber e inquirir, de indios, de la gente de Narváez. Pues yendo nuestros corredores del campo descubriendo, vieron venir a un Alonso de Mata, el que decían que era escribano, que venía a notificar los papeles o traslados de las provisiones, según dije atrás en el capítulo que dello habla, e a los cuatro españoles que con él venían por testigos, y luego vinieron los dos nuestros soldados de a caballo a dar mandado, y los otros dos corredores de campo se estuvieron en palabras con el Alonso de Mata e con los cuatro testigos; y en este instante nos dimos priesa en andar y alargamos el paso, y cuando llegaron cerca de nosotros, y Cortés se apeó del caballo y supo a lo que venían. Y como el Alonso de Mata quería notificar los despachos que traía, Cortés le dijo que si era escribano del rey, y dijo que sí; y mandóle que luego exhibiese el título, e que si le traía, que leyese los recados, e que haría lo que viese que era servicio de Dios e de su majestad; y si no le traía, que no leyese a aquellos papeles; e que también había de ver los originales de su majestad. Por manera que el Mata, medio cortado e medroso, porque no era escribano de su majestad, y los que con él venían no sabían qué se decir; y Cortés les mandó dar de comer, y porque comiesen reparamos allí; y les dijo Cortés que íbamos a unos pueblos cerca del real del señor Narváez, que se decían Tampanequita, y que allí podía enviar a notificar lo que su capitán mandase; y tenía Cortés tanto sufrimiento, que nunca dijo palabra mala del Narváez, e apartadamente habló con ellos y les untó las manos con tejuelos de oro, y luego se volvieron a su Narváez diciendo bien de Cortés y de todos nosotros; y como muchos de nuestros soldados por gentileza en aquel instante llevábamos en las armas joyas de oro, y otros cadenas y collares al cuello, y aquellos que venían a notificar los papeles les vieron, dicen en Cempoal maravillarse de nosotros; y muchos había en el real de Narváez, personas principales, que querían venir a tratar paces con Cortés y su capitán Narváez, como a todos nos veían ir ricos.

Por manera que llegamos a Tampanequita, e otro día llegó el capitán Sandoval con los soldados que tenía, que serían hasta sesenta; porque los demás, viejos y dolientes, los dejó en unos pueblos de indios nuestros amigos, que se decían Papalote, para que allí les diesen de comer; y también vinieron con él los cinco soldados parientes y amigos del licenciado Lucas Vázquez de Aillón, que se habían venido huyendo del real de Narváez, y venían a besar las manos a Cortés; a los cuales con mucha alegría recibió muy bien; y allí estuvo contando el Sandoval a Cortés de lo que les acaeció con el clérigo furioso Guevara y con el Vergara y con los demás, Y cómo los mandó llevar presos a México, según y de la manera que dicho tengo en el capítulo pasado. Y también dijo cómo desde la Villa-Rica envió dos soldados como indios, puestas mantillas o mantas, y eran como indios propios, al real de Narváez; e como eran morenos, dijo Sandoval que no parecían sino propios indios, Y cada uno llevó una carguilla de ciruelas a vender, que en aquella sazón era tiempo dellas, cuando estaba Narváez en los arenales, antes que se pasasen al pueblo de Cempoal; c que fueron al rancho del bravo Salvatierra, e que les dio por las ciruelas un sartalejo de cuentas amarillas. E cuando hubieron vendido las ciruelas, el Salvatierra les mandó que le fuesen por yerba, creyendo que eran indios, allí junto a un riachuelo que está cerca de los ranchos, para su caballo, e fueron e cogieron unas carguillas dello: y esto era a hora del Ave-María cuando volvieron con la yerba; y se estuvieron en el rancho en cuclillas como indios hasta que anocheció, y tenían ojo y sentido en lo que decían ciertos soldados de Narváez que vinieron a tener palacio e compañía al Salvatierra.

Diz que les decía el Salvatierra: "¡Oh, a qué tiempo hemos venido, que tiene allegado este traidor de Cortés más de setecientos mil pesos de oro, y todos seremos ricos; pues los capitanes y soldados que consigo trae, no será menos sino que tengan mucho oro! " Y decían por ahí otras palabras. Y desque fue bien escuro vienen los dos nuestros soldados que estaban hechos como indios, y callando salen del rancho, y van adonde tenía el caballo, y con el freno que estaba junto con la silla le enfrenan y ensillan, y cabalgan en él. Y viniéndose para la villa de camino, topan otro caballo maneado cabe el riachuelo, y también se lo trajeron. Y preguntó Cortés al Sandoval por los mismos caballos, y dijo que los dejó en el pueblo de Papalote, donde quedaban los dolientes; porque por donde él venía con sus compañeros no podían pasar caballos, porque era tierra muy fragosa y de grandes sierras, y que vino por allí por no topar con gente de Narváez; y cuando Cortés supo que era el un caballo de Salvatierra se holgó en gran manera, e dijo: "Ahora braveará más cuando lo halle menos." Volvamos a decir del Salvatierra, que cuando amaneció e no halló a los dos indios que le trajeron a vender las ciruelas, ni halló su caballo ni la silla y el freno, dijeron después muchos soldados de los del , mismo Narváez que decía cosas que los hacía reír; por que luego conoció que eran españoles de los de Cortés los que le llevaron los caballos; y desde allí adelante se velaban. Volvamos a nuestra materia; y luego Cortés con todos nuestros capitanes y soldados estuvimos platicando cómo y de qué manera daríamos en el real de Narváez; e lo que se concertó antes que fuésemos sobre el Narváez diré adelante.

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