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Datos principales


Desarrollo


Cómo vinieron cartas a Cortés de España, del cardenal de Sigüenza don García de Loaysa, que era presidente de Indias y luego fue arzobispo de Sevilla, y de otros caballeros, para que en todo caso se fuese luego a Castilla, y le trajeron nuevas que era muerto su padre Martín Cortés; y lo que sobre ello hizo Ya he dicho en el capítulo pasado lo acaecido entre Cortés y el tesorero y el factor y veedor, e por qué causa lo desterró de México, y cómo vino dos veces el obispo de Tlascala a entender en amistades y Cortés nunca quiso responder a cartas ni a cosa ninguna que le dijesen, y se apercibió para ir a Castilla; y le vinieron cartas del Presidente de Indias don García de Loaysa, y del duque de Béjar y de otros caballeros, en que le decían que, como estaba ausente, daban quejas delante de su majestad, y decían en las quejas muchos males y muertes que había hecho dar a los gobernadores que su majestad enviaba, y que fuese en todo caso a volver por su honra; y le trajeron nuevas que su padre Martín Cortés era fallecido; y como vio las cartas, le pesó mucho, así de la muerte de su padre como de las cosas que dél decían que había hecho, no siendo así; y se puso luto, puesto que lo traía en aquel tiempo por la muerte de su mujer doña Catalina Xuárez "la Marcaída", e hizo gran sentimiento por su padre, y las honras lo mejor que pudo; y si mucho deseo tenía de antes de ir a Castilla, desde allí adelante se dio mayor priesa, porque luego mandó a su mayordomo, que se decía Pedro Ruiz de Esquivel, natural de Sevilla, que fuese a la Veracruz, y de dos navíos que habían llegado, que tenía fama que eran nuevos y veleros, que los comprase; y estaba apercibiendo bizcocho y cecina de tocinos y lo perteneciente para el matalotaje muy cumplidamente, como convenía para un gran señor y rico que Cortés era, y cuantas cosas se pudieron haber en la Nueva-España que eran buenas para el mar, y conservas que de Castilla vinieron; y fueron tantas y de tanto género, que para dos años se pudieran mantener otros dos navíos, aunque tuvieran mucha más gente, con lo que en Castilla les sobró.

Pues yendo el mayordomo por la laguna de México en una canoa grande para ir a un pueblo que se dice Ayotzingo, que es donde desembarcan las canoas, que por ir más presto a hacer lo que Cortés le mandaba fue por allí, y llevó seis indios mexicanos remeros y un negro, e ciertas barras de oro para comprar los navíos; y quien quiera que fue, le aguardó en la misma laguna y le mató, que nunca se supo quién ni quién no, ni pareció canoa ni indios ni el negro que le remaba, salvo que desde allí a cuatro días hallaron al Esquivel en una isleta de la laguna, el medio cuerpo comido de aves carniceras. Sobre la muerte deste mayordomo hubo grandes sospechas, porque unos decían que era hombre que se alababa de cosas que decía él mismo que pasaba con damas e con otras señoras, e decían otras cosas malas que dicen que hacía; e a esta causa estaba malquisto, y ponían sospechas de otras muchas cosas que aquí no declaro; por manera que no se supo de su muerte, ni aun se pesquisó muy de raíz quién le mató, perdónele Dios. Y luego Cortés volvió a enviar de presto a otros mayordomos para que le tuviesen aparejados los navíos e metido el bastimento e pipas de vino, y mandó dar pregones que cualesquier personas que quisieren ir a Castilla les dará pasaje y comida de valde, yendo con licencia del gobernador. Y luego Cortés, acompañado de Gonzalo de Sandoval y de Andrés de Tapia y de otros caballeros, se fue a Veracruz, y como se hubo confesado y comulgado se embarcó; y quiso nuestro señor Dios darle tal viaje, que en cuarenta y un días llegó a Castilla, sin parar en la Habana ni en isla ninguna, y fue a desembarcar cerca de la villa de Palos, junto a nuestra señora de la Rábida; y como se vieron en salvamento en aquella tierra, hincan las rodillas en tierra y alzan las manos al cielo, dando muchas gracias a Dios por las mercedes que siempre les hacia; y llegaron a Castilla en el mes de diciembre de 1527 años.

Y pareció ser que Gonzalo de Sandoval iba muy doliente, y a grandes alegrías hubo tristezas, que fue Dios servido desde ahí a pocos días de le llevar desta vida en la villa de Palos, y en la posada que estaba era de un cordonero de hacer jarcias y cables y maromas, y antes que muriese le hurtó el huésped trece barras de oro; lo cual vio el Sandoval por sus ojos que se las sacaron de una caja, porque aguardó el cordonero que no estuviese allí persona ninguna en compañía del Sandoval; e tuvo tales astucias, que envió a sus criados del Sandoval que fuesen por la posta de la Rábida a llamar a Cortés; y el Sandoval, puesto que lo vio, no osó dar voces, porque, como estaba muy debilitado y flaco y malo, temió que el cordonero, que le pareció mal hombre, no le echase el colchón o almohada sobre la boca y re ahogase; y luego se fue el huésped a Portugal, huyendo con las barras de oro y no se pudo cobrar cosa ninguna. Volvamos a Cortés, que cuando supo que estaba muy malo el Sandoval vino luego por la posta adonde estaba, y el Sandoval le dijo la maldad que su huésped le había hecho, y cómo le hurtó las barras de oro y se fue huyendo; en lo cual, puesto que pusieron gran diligencia para que se sobrasen, como se pasó a Portugal, se quedó con ello. Y el Sandoval cada día iba empeorando de su mal, y los médicos que le curaban le dijeron que luego se confesase y recibiese los santos sacramentos e hiciese testamento, y él lo hizo con grande devoción y mandó muchas mandas así a pobres como a monasterios, y nombró por su albacea a Cortés y heredera a una hermana o hermanas e la una hermana, el tiempo andando, se casó con un hijo bastardo del conde de Medellín; y como hubo ordenado su alma y hecho testamento, dio el ánima a nuestro señor Dios, que la crió, y por su muerte se hizo gran sentimiento, y con toda la pompa que pudieron le enterraron en el monasterio de nuestra señora de la Rábida; y Cortés, con todos los caballeros que iban en su compañía, se pusieron luto ¡perdónele Dios, amén! Y luego Cortés envió correo a su majestad y al cardenal de Sigüenza, y al duque de Béjar y al conde de Aguilar y a otros caballeros, e hizo saber cómo había llegado a aquel puerto y de cómo Gonzalo de Sandoval había fallecido, e hizo relación de la calidad de su persona y de los grandes servicios que había hecho a su majestad, y que fue capitán de mucha estima así para mandar ejércitos como para pelear por su persona; y como aquellas cartas llegaron ante su majestad, recibió alegría de la venida de Cortés, puesto que le pesó de la muerte del Sandoval, porque ya tenía noticia de su generosa persona, y asimismo le pesó al cardenal don García de Loaysa y al real consejo de Indias.

Pues el duque de Béjar y el conde de Aguilar y otros caballeros se holgaron en gran manera, puesto que a todos les pesó de la muerte del Sandoval; y luego fue el duque de Béjar, juntamente con el conde de Aguilar, a dar más relación dello a su majestad, puesto que ya tenía la carta de Cortés, y dijo que bien sabía la gran lealtad de quien había fiado y que caballero que tan grandes servicios le había hecho, que en todo lo demás lo había de mostrar en lealtad, como era obligado a su rey y señor, lo cual se ha parecido bien por la obra; y esto dijo el Duque porque en el tiempo que ponían las acusaciones y decían muchos males contra Cortés delante de su majestad, puso tres veces su cabeza y estado por fiador de Cortés y de los soldados que estábamos en su compañía, que éramos muy leales y grandes servidores de su majestad y dignos de grandes mercedes, porque en aquel tiempo no estaba descubierto el Perú ni había la fama de lo que después hubo. Y luego su majestad envió a mandar que por todas las ciudades y villas por donde Cortés pasase le hiciesen mucha honra, y el duque de Medina-Sidonia le hizo gran recibimiento en Sevilla y le presentó caballos muy buenos; y después que reposó allí dos días, fue a jornadas largas a nuestra señora de Guadalupe para tener novenas, y fue su ventura tal, que en aquella sazón había allí llegado la señora doña María de Mendoza, mujer del comendador mayor de León don Francisco de los Cobos, y había traído en su compañía muchas señoras de grande estado, y entre ellas una señora doncella, hermana suya, que de ahí a dos años casó con el adelantado de Canarias; y como Cortés lo supo, hubo gran placer, y luego como llegó, después de haber hecho oración delante de nuestra señora y dado limosna a pobres y mandar decir misas, puesto que llevaba luto por su padre y su mujer y por Gonzalo de Sandoval, fue muy acompañado de los caballeros que llevó de la Nueva-España y con otros que se le habían allegado para su servicio, y fue a hacer gran acato a la señora doña María de Mendoza y a la señora doncella, su hermana, que era muy hermosa, y a todas las demás señoras que con ellas venían.

Y como Cortés en todo era muy cumplido y regocijado, y la fama de sus grandes hechos volaba por toda Castilla, pues plática y agraciada expresiva no le faltaba, y sobre todo, mostrarse muy franco y tener riquezas de que dar, comenzó a hacer grandes presentes de muchas joyas de oro de diversas hechuras a todas aquellas señoras, y después de las joyas, dio penachos de plumas verdes llenas de argentería de oro y de perlas, y en todo lo que dio fue muy aventajada la señora doña María de Mendoza y a la señora su hermana; y después que hubo hecho aquellos ricos presentes, dio por sí sola a la señora doncella ciertos tejuelos de oro muy fino para que hiciese joyas, y tras esto, mandó dar mucho liquidámbar y bálsamo para que se sahumasen; y mandó a los indios maestros de jugar el palo en los pies, que delante de aquellas señoras les hiciesen fiesta y trajesen el palo de un pie al otro, que fue cosa de que se contentaron y aun se admiraron de lo ver; y demás de todo esto, supo Cortés que de la litera en donde había venido la señora doncella se le mancó una acémila, y secretamente mandó comprar dos muy buenas y que las entregasen a los mayordomos que traían cargo de su servicio; y aguardó en la villa de Guadalupe hasta que partiesen para la corte, que en aquella sazón estaba en Toledo, y fueles acompañando y sirviendo e haciendo banquetes y fiestas, y tan gran servidor se mostró, que lo sabía muy bien hacer y representar, que la señora doña María de Mendoza le trató casamiento con su hermana; y si Cortés no fuera desposado con la señora doña Juana de Zúñiga, sobrina del duque de Béjar, ciertamente tuviera grandísimos favores del comendador mayor de León y de la señora doña María de Mendoza, su mujer, y su majestad le diera la gobernación de la Nueva-España.

Dejemos de hablar en este casamiento, pues todas las cosas son guiadas y encaminadas por la mano de Dios, y diré cómo escribió la señora doña María de Mendoza al comendador mayor de León, su marido, sublimando en gran manera las cosas de Cortés, y que no era nada la fama que tiene de sus heroicos hechos para lo que ha visto y conocido de su persona y conversación y franqueza, y le representó otras gracias que en él había conocido y los servicios que le había hecho, y que le tenga por su muy gran servidor, y que a su majestad le haga sabidor de todo y le suplique que le haga mercedes. Y como el comendador mayor vio la carta de su mujer, se holgó con ella; y como era el más privado que hubo en nuestros tiempos del emperador, llevóle la misma carta a su majestad, y de su parte le suplicó que en todo le favoreciese, y así su majestad lo hizo, como adelante diré; e dijo el duque de Béjar y el almirante al Cortés, como por pasatiempo, cuando hubo llegado a la corte, que habían oído decir a su majestad, cuando supo que había venido a Castilla, que tenla deseo de ver y conocer a su persona, que tantos y tan buenos servicios le ha hecho, y de quien tantos males le han informado que hacía con mañas e astucias. Pues llegado Cortés a la corte, su majestad le mandó señalar posada: pues por parte del duque de Béjar y del conde de Aguilar y de otros grandes señores, sus deudos, le salieron a recibir y se le hizo mucha honra. Y otro día, con licencia de su majestad, fue a le besar sus reales pies, llevando en su compañía por sus intercesores, por más le honrar, al almirante y al duque de Béjar y al comendador mayor de León; y Cortés, después de demandar licencia para hablar, se arrodilló en el suelo, y su majestad le mandó levantar, y luego representó sus muchos y notables servicios, y todo lo acontecido en las conquistas e ida de Honduras, y las tramas que hubo en México del factor y veedor; y recontó todo lo que llevaba en la memoria; y porque era muy larga relación, y por no embarazar más a su majestad, entre otras pláticas, dijo: "Ya vuestra majestad estará cansado de me oír, y para un tan gran emperador y monarca de todo el mundo, como vuestra majestad es, no es justo que un vasallo como yo tenga tanto atrevimiento, y mi lengua no está acostumbrada a hablar con vuestra majestad, y podría ser que mi sentido no diga con aquel tan debido acato que debo todas las cosas acaecidas; aquí tengo este memorial, por donde vuestra majestad podrá ver, si fuere servido, todas las cosas muy por extenso cómo pasaron"; y entonces se hincó de rodillas para besarle los pies por las mercedes que fue servido hacerle en le haber oído.

Y el emperador nuestro señor le mandó levantar: y el almirante y el duque de Béjar dijeron a su majestad que era digno de grandes mercedes; y luego le hizo marqués del Valle y le mandó dar ciertos pueblos, y aun le mandaba dar el hábito de señor Santiago, y como no se lo señalaron con renta, se calló por entonces; que esto yo no lo sé bien de qué manera fue! y le hizo capitán general de la Nueva-España y mar del Sur, y Cortés se tornó a humillar para besarle sus reales pies, y su majestad le mandó que se levantase. Y después de hechas estas grandes mercedes, desde ahí a pocos días que había llegado a Toledo adoleció Cortés, que llegó a estar tan al cabo, que creyeron que se muriera; y el duque de Béjar y el comendador mayor don Francisco de los Cobos suplicaron a su majestad que, pues que Cortés tan grandes servicios le había hecho, que le fuese a visitar antes de su muerte a su posada; y su majestad fue acompañado de duques, marqueses y condes y del don Francisco de los Cobos, y le visité; que fue muy grande favor, y por tal se tuvo en la corte; y después que estuvo Cortés bueno, como se tenía por tan grande privado de su majestad, y el conde de Nasao le favorecía, y el duque de Béjar y almirante de Castilla, un domingo yendo a misa, ya su majestad estaba en la iglesia mayor, acompañado de duques y marqueses y condes, y estaban asentados en sus asientos conforme al estilo y calidad que entre ellos se tenía por costumbre de se asentar, vino Cortés algo tarde a misa, sobre cosa pensada, y pasó por delante de aquellos ilustrísimos señores con su falda de luto alzada, y se fue sentar cerca del conde Nasao, que estaba su asiento el más cercano del emperador; y de que así lo vieron pasar delante de aquellos grandes señores de salva, murmuráronlo de su grande presunción y osadía, y tuviéronlo por desacato, y que no se le había de atribuir a la policía de lo que dél decían; y entre aquellos duques y marqueses estaba el duque de Béjar y el almirante de Castilla y el conde de Aguilar, y dijeron que aquello no se le había de tener a Cortés a mal miramiento, porque su majestad por le honrar le había mandado que se fuese a sentar cerca del conde de Nasao; y que demás de aquello, que su majestad mandó que mirasen y tuviesen noticia que Cortés con sus compañeros, había ganado tantas tierras, que toda la cristiandad le era en cargo; que ellos, los estados que tenían que los habían heredado de sus antepasados por servicio que habían hecho; y que por estar desposado Cortés con su sobrina, su majestad le mandaba honrar.

Volvamos a Cortés, y diré que, viéndose tan sublimado en privanza con el emperador y el duque de Béjar y conde Nasao, y aun del almirante, e ya con título de marqués, comenzó a tenerse en tanta estima, que no tenía cuenta, como era razón, con quien le había favorecido y ayudado para que su majestad le diese el marquesado, ni al cardenal fray García de Loaysa ni a Cobos, ni a la señora doña María de Mendoza ni a los del real consejo de Indias, que todo se le pasaba por alto, y todos sus cumplimientos eran con el duque de Béjar y conde Nasao y el almirante. E creyendo que tenía muy bien entablado su juego con tener privanza con tan grandes señores, comenzó a suplicar con mucha instancia a su majestad que le hiciese merced de la gobernación de la Nueva-España, y para ello representó otra vez sus servicios, y que siendo gobernador entendía descubrir por la mar del Sur islas e tierras muy ricas, y se ofreció con otros muchos cumplimientos; y aun echó otra vez por intercesores al conde Nasao y al duque de Béjar y al almirante; y su majestad les respondió que se contentase que le había dado el marquesado de mucha renta, y que también había de dar a los que le ayudaron a ganar la tierra, que eran merecedores dello; que pues lo conquistaron, que lo gocen. Y dende allí adelante comenzó decaer de la grande privanza que tenía; porque, según dijeron muchas personas, el cardenal, que era presidente del real consejo de Indias, y los del real consejo de Indias habían entrado en consulta con su majestad sobre las cosas y mercedes de Cortés, y les pareció que no fuese gobernador; otros dijeron que el comendador mayor y la señora doña María de Mendoza le fueron algo contrarios porque no hacía cuenta dellos: ora sea por lo uno o por lo otro, el emperador no le quiso más oír, por más que le importunaban, sobre la gobernación.

Y en este instante se fue su majestad a embarcar a Barcelona para pasar a Flandes y fueron acompañándole muchos duques y marqueses y siempre él echaba por intercesores aquellos duques y marqueses para suplicar a su majestad que le diese la gobernación; y su majestad respondió al conde Nasao que no le hablase más en aquel caso, que ya le había dado un marquesado que tenía más renta de la que el conde Nasao, tenía con todo su estado. Dejemos a su majestad embarcado con buen viaje, y volvamos a Cortés y las grandes fiestas que le hicieron a sus velaciones, y de las ricas joyas que dio a la señora doña Juana de Zúñiga, su mujer; e fueron tales que, según dijeron quien las vio, y la riqueza dellas, que en toda Castilla no se habían dado más estimadas; y de algunas dellas la serenísima emperatriz doña Isabel, nuestra señora, que tuvo voluntad de las haber, según lo que dellas le contaban los lapidarios, y aun dijeron que ciertas piedras que Cortés le hubo presentado, que se descuidó o no quiso darle de las más ricas, como las que dio a la marquesa, su mujer. Quiero traer a la memoria otras cosas que a Cortés le acaecieron en Castilla el tiempo que estuvo en la corte, y fue, que triunfaba con mucha alegría, y según dijeron muchas personas que vinieron de allá, que estaban en su compañía, que hubo fama que la serenísima emperatriz doña Isabel, nuestra señora, no estaba tan bien en los negocios de Cortés como al principio que llegó a la corte, cuando alcanzó a saber que había sido ingrato al cardenal y al real consejo de Indias, y aun al comendador mayor de León y con la señora doña María de Mendoza, y alcanzó a saber que tenía otras muy ricas piedras, mejores que las que le hubo dado.

Y con todo esto que le informaron, mandó a los del real consejo de Indias que en todo fuese ayudado; y entonces capituló Cortés que enviaría por ciertos años por la mar del Sur dos navíos de armada bien abastecidos, y con setenta soldados y capitanes con todo género de armas, a su costa, a descubrir islas e otras tierras, y que de lo que descubriese le harían ciertas mercedes; a las cuales capitulaciones me remito, porque ya no se me acuerdan. Y también en aquel instante estaba en la corte don Pedro de la Cueva, comendador mayor de Alcántara, hermano del duque de Alburquerque, porque este caballero fue el que su majestad había mandado que fuese a la Nueva-España con gran copia de soldados a cortar la cabeza a Cortés si le hallase culpado, e a otras cualesquier personas que hubiesen hecho alguna cosa en deservicio de su majestad; y como vio a Cortés, y supo que su majestad le había hecho marqués, y era casado con la señora doña Juana de Zúñiga, se holgó mucho dello, y se comunicaba cada día el comendador don Pedro de la Cueva con el marqués don Fernando Cortés; y dijo al mismo Cortés que si por ventura fuera a la Nueva-España y llevara los soldados que su majestad le mandaba, que por más leal y justificado que le hallase, que por fuerza había de pagar la costa de los soldados, y aun su ida, y que fueran más de trescientos mil pesos; y que lo hizo mejor de venir ante su majestad. Y porque tuvieron otras muchas pláticas, que aquí no relato, las cuales de Castilla nos escribieron personas que se hallaron presentes a ellas, y de todo lo demás por mí relatado en el capítulo que dello habla; y demás desto, nuestros procuradores lo escribieron, y aun el mismo marqués escribió los grandes favores que de su majestad alcanzó, y no declaró la causa por qué no le dieron la gobernación.

Dejemos esto, y digo que desde ahí a pocos días después que fue marqués envió a Roma a besar los santos pies de nuestro muy santo padre el papa Clemente; porque Adriano, que hacía por nosotros, ya había fallecido tres o cuatro años había, y envió por su embajador a un hidalgo que se decía Juan de Herrada, y con él envió un rico presente de piedras ricas e joyas de oro, y dos indios maestros de jugar el palo con los pies; y le hizo relación de su llegada a Castilla y de las tierras que había ganado, y de los servicios que hizo a Dios primeramente y a nuestro gran emperador, y le dio toda la relación por un memorial de las tierras, cómo son muy grandes y la manera que en ellas hay, y que todos los indios eran idólatras y que se han vuelto cristianos, y otras muchas cosas que convenían decir a nuestro muy santo padre; y porque yo no lo alcancé a saber tan por extenso como en la carta iba, lo dejaré aquí de decir, y aun esto que aquí digo, después lo alcanzamos a saber del mismo Juan de Herrada, fue un buen soldado que hubo ido en nuese supimos que enviaba a suplicar a nuestro muy santo padre que se quitasen parte de los diezmos. Y para que bien entiendan los curiosos lectores quién es este Juan de Herrada, fue un buen soldados que hubo ido en nuestra compañía a las Honduras cuando fue Cortés; y después que vino de Roma fue al Perú, y le dejó don Diego de Almagro por ayo de su hijo don Diego el mozo; y este fue tan privado de don Diego de Almagro, e fue el capitán de los que mataron a don Francisco Pizarro el viejo, y después maese de campo de Almagro el mozo.

Volvamos a decir lo que le aconteció en Roma al Juan de Herrada que, después que fue a besar los santos pies de su santidad, y presentó los dones que Cortés le envió y los indios que traían el palo con los pies, su santidad lo tuvo en mucho, y dijo que daba gracias a Dios, que en sus tiempos tan grandes tierras se hubiesen descubierto y tantos números de gentes se hubiesen vuelto a nuestra santa fe; y mandó hacer procesiones, y que todos diesen gracias por ello a Dios nuestro señor; y dijo que Cortés y todos sus soldados habíamos hecho grandes servicios a Dios primeramente, y al emperador don Carlos, nuestro señor, y a toda la cristiandad, y que éramos dignos de grandes mercedes; y entonces nos envió bulas para no absolver a culpa y a pena de todos nuestros pecados, e otras indulgencias para los hospitales e iglesias, con grandes perdones; y dio por muy bueno todo lo que Cortés había hecho en la Nueva-España, según y como su antecesor el papa Adriano; y en lo de los diezmos no sé si le hizo cierta merced; y escribió a Cortés en respuesta de su carta, y lo que en ella se contenía yo no lo supe, porque, como dicho tengo, deste Juan de Herrada y de un soldado que se decía Campo, que volvieron desde Roma, alcancé a saber lo que aquí escribo; porque, según dijeron, después que hubo estado en Roma diez días, y habían los indios maestros de jugar el palo con los pies estado delante de su santidad y de los sacros cardenales, de que se holgaron mucho de lo ver, su santidad le hizo merced al Juan de Herrada de le hacer conde palatino y le mandó dar cierta cantidad de ducados para que se volviese, y una carta de favor para el emperador nuestro señor, que le hiciese su capitán y le diese buenos indios de encomienda. Y como Cortés ya no tenía mando en la Nueva-España, y no le dio cosa ninguna de lo que el santo padre mandaba, se pasó al Perú, donde fue capitán.

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