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Desarrollo


Cómo seguimos nuestro viaje, y lo que en ello nos avino Como salimos del "pueblo cercado", que así le llamábamos de allí adelante, entramos en bueno y llano camino, y todo sabanas y sin árboles, y hacía un sol tan caluroso y recio, que otro mayor resestero no habíamos tenido en el camino. E yendo por aquellos campos rasos, había tantos de venados y corrían tan poco, que luego los alcanzábamos a caballo, por poco que corríamos tras ellos, y se mataron sobre veinte; y preguntando a las guías que llevábamos que cómo corrían tan poco aquellos venados, y no se espantaban de los caballos ni de otra cosa ninguna, dijeron que en aquellos pueblos, que ya he dicho que se decían los mazatecas, que los tienen por sus dioses: porque les ha aparecido en su figura, y que les mandó su ídolo que no les maten ni espanten, y que así lo han hecho, y que a esta causa no huyen, y en aquella caza, a un pariente de Cortés, que se decía Palacios Rubios, se le murió un caballo porque se le derritió la manteca en el cuerpo con el gran calor y corrió mucho. Dejemos la caza, y digamos que luego llegamos a las poblaciones quemadas, que era mancilla verlo todo destruido e quemado. E yendo por nuestras jornadas, como Cortés siempre enviaba adelante corredores del campo a caballo y sueltos peones, alcanzaron dos indios naturales de otro pueblo que estaba adelante, por donde habíamos de ir, que venían de caza y cargados de un gran león y muchas iguanas, que son de hechura de sierpes chicas: que en estas partes así las llaman, iguanas, que son muy buenas de comer; y les preguntaron que si estaba cerca su pueblo, y dijeron que sí y que ellos guiarían hasta el pueblo, y estaba en una isleta cercada de agua dulce, que no podíamos pasar por la parte que íbamos sino en canoas, y rodeamos poco más de media legua; y tenían paso, que daba el agua hasta la cinta, y hallámosle poblado con la mitad de los vecinos, porque los demás se habían dado buena prisa a esconder con sus haciendas entre unos carrizales, donde tenían cerca sus sementeras, donde durmieron muchos de nuestros soldados que se quedaron en los maizales, y tuvieron bien de cenar y se abastecieron para otros días; y llevamos guías hasta otro pueblo, que estuvimos en llegar a él dos días, y hallamos en el pueblo un gran lago de agua dulce, y tan lleno de pescados grandes, que parecían como sábalos, muy desabridos, que tienen muchas espinas, y con unas mantas viejas y con redes rotas que hallamos en aquel pueblo, porque ya estaba despoblado, se pescaron todos los peces que había en el agua, que eran más de mil; y allí buscamos guías, las cuales se tomaron en unas labranzas; y de que Cortés les hubo hablado con doña Marina que nos encaminasen a los pueblos adonde había hombres con barbas y caballos, se alegraron cómo no les hacíamos mal ninguno; y dijeron que ellos nos mostrarían el camino de buena voluntad, que de antes creían que los queríamos matar; y fueron cinco dellos con nosotros por un camino bien ancho, y mientras más adelante íbamos se iba enangostando, a causa de un gran río y estero que allí cerca estaba, que parece ser en él se embarcaban y desembarcaban en canoas, e iban por agua al pueblo donde habíamos de ir, que se dice Tayasal, el cual está en una isleta cercada de agua, e si no es en canoas, no pueden entrar en él por tierra, y blanqueaban las casas y adoratorios de más de dos leguas que se parecían, y era cabecera de otros pueblos chicos que allí cerca están.

Volvamos a nuestra relación: que como vimos que el camino ancho que de antes traíamos se había vuelto en vereda muy angosta, bien entendimos que por el estero se mandaban, e así nos lo dijeron las guías que traíamos; acordamos de dormir cerca de unos altos montes, y aquella noche fueron cuatro capitanías de soldados por las veredas que salían al estero, a tomar gulas, y quiso Dios que se tomaron dos canoas con diez indios y dos mujeres, y traían las canoas cargadas con maíz y sal, y luego los llevaron a Cortés, y les halagó y habló muy amorosamente con la lengua doña Marina, y dijeron que eran naturales del pueblo que estaba en la isleta, y que estaría de allí, a lo que señalaban, obra de cuatro leguas; y luego Cortés mandó que se quedase con nosotros la mayor canoa y cuatro indios y las dos mujeres, y la otra canoa envió al pueblo con seis indios y dos españoles, a rogar al cacique que traiga canoas al pasar del río, y que no se le haría ningún enojo, y le envió unas cuentas de Castilla, y luego fuimos nuestro camino por tierra hasta el gran río, y la una canoa fue por el estero hasta llegar al río; e ya estaba el cacique con otros muchos principales aguardando al pasaje con cinco canoas, y trajeron cinco gallinas y maíz y Cortés les mostró gran voluntad; y después de muchos buenos razonamientos que hubo de los caciques a Cortés, acordó de ir con ellos a su pueblo en aquellas canoas, y llevó consigo treinta ballesteros; y llegado a las casas, le dieron de comer y poco oro bajo y de poca valía, y unas mantas, y le dijeron que había españoles así como nosotros en dos pueblos, que el un ya he dicho que se decía Nito, que es el San Gil de Buena-Vista, junto al Golfo-Dulce; y ahora le dan nuevas que hay otros muchos españoles en Naco, y que habrá del un pueblo al otro diez días de camino, y que el Nito es en la costa del norte y el Naco en la tierra adentro; y Cortés nos dijo que por ventura el Cristóbal de Olí había repartido su gente en dos villas; que entonces no sabíamos de los de Gil González de Ávila, que pobló a San Gil de Buena-Vista.

Volvamos a nuestro viaje, que todos pasamos aquel gran río en canoas, y dormimos obra de dos leguas de allí, y no anduvimos más porque aguardamos a Cortés que viniese del pueblo, y como vino, mandó que dejásemos en aquel pueblo un caballo morcillo, que estaba malo de la caza de los venados, y se le había derretido el unto en el cuerpo y no se podía tener; y en este pueblo se huyó un negro y dos indias naborías, y se quedaron tres españoles, que no se echaron menos hasta de ahí a tres días; que más querían quedar entre enemigos que venir con tanto trabajo con nosotros. Este día estuve yo muy malo de calenturas y del gran sol que se me había entrado en la cabeza, porque ya he dicho otra vez que entonces hacía recio sol: y bien se pareció, porque luego comenzó a llover tan recias aguas que en tres días con sus noches no dejó de llover y no nos paramos en el camino, porque aunque quisiéramos aguardar que hiciera buen tiempo, no teníamos bastimento de, maíz, y por temor no faltase íbamos caminando. Volvamos a nuestra relación: que desde a dos días dimos en una sierrezuela de unas piedras que cortaban como navajas; y puesto que fueron nuestros soldados a buscar otros caminos (para dejar aquella sierra de los pedernales) más de una legua a una parte e a otra no hallaron otro camino, sino pasar por el que íbamos; e hicieron tanto daño aquellas piedras a los caballos, que como llovía resbalaban y caían, y cortábanse piernas y brazos y aun en los cuerpos, y mientras más abajábamos, peor era, porque ya era la bajada de la sierrezuela; allí se nos quedaron ocho caballos muertos, y los más que escaparon desjarretados; y se le quebró una pierna a un soldado que se decía Palacios Rubio, deudo de Cortés; y cuando nos vimos fuera de la sierra "de los Pedernales", que así la llamábamos desde allí adelante, dimos muchas gracias y loores a Dios.

Pues ya que llegábamos cerca de un pueblo que se dice Taica, íbamos gozosos creyendo hallar bastimentos, y antes de llegar a él venía un río de una sierra entre grandes peñascos y derrumbaderos, y como había llovido tres días y tres noches, venía tan furioso y con tanto ruido, que bien se oía a dos leguas, por caer entre grandes peñas; y demás desto, venía muy hondo, y pasarle era por demás, y acordamos de hacer una puente desde unas peñas a otras, y tanta priesa nos dimos en tenerla hecha, con árboles muy gruesos, que en tres días comenzamos a pasar para ir al pueblo; y como estuvimos allí los tres días haciendo la puente, los indios naturales del pueblo tuvieron lugar de esconder el maíz y todo el bastimento y ponerse en cobro, que no los podíamos hallar en todos los rededores; y con la hambre, que ya nos aquejaba, estábamos todos como atónitos, pensando en la comida e trabajos. Yo digo que verdaderamente nunca había sentido tanto dolor en mi corazón como entonces, viendo que no tenía de comer ni qué dar a mi gente, y estar con calenturas, puesto que con diligencia lo buscábamos más de dos leguas del pueblo en todos los rededores; y esto era víspera de pascua de la resurrección de nuestro salvador Jesucristo. Miren los lectores qué pascua podíamos tener sin comer, que con maíz fuéramos muy contentos. Pues como aquesto vio Cortés, luego envió de sus criados y mozos de espuelas, con las guías, a buscar por los montes y barrancas maíz; el primer día de pascua trajeron obra de una hanega; y como vio la gran necesidad, mandó llamar a ciertos soldados, todos los más vecinos de Guazacualco, y entre ellos me nombró a mí, y nos dijo que nos rogaba mucho que trastornásemos toda la tierra y buscásemos de comer; que ya veíamos en qué estado estaba todo el real; y en aquella sazón estaba delante de Cortés, cuando nos los mandaba, Pedro de Ircio, que hablaba mucho, y dijo que le suplicaba que le enviase por nuestro capitán, y le dijo Cortés: "Id en buena hora"; y como aquello yo entendí, y sabía que Pedro de Ircio no podía andar a pie, y nos había de estorbar antes que ayudar, secretamente dije a Cortés y al capitán Sandoval que no fuese Pedro de Ircio, que no podía andar por los Iodos y ciénagas con nosotros, porque era paticorto y no era para ello, sino para mucho hablar, y que no era para ir a entradas; que se pararía o sentaría en el camino de rato en rato.

Y luego mandó Cortés que se quedase, y fuimos cinco soldados con dos guías por unos ríos bien hondos, y después de pasados los ríos, dimos en unas ciénagas, y luego en unas estancias, donde estaba recogida toda la mayor parte de gente de aquel pueblo, y hallamos cuatro casas llenas de maíz y muchos frisoles y sobre treinta gallinas, y melones de la tierra, que se dicen en estas tierras ayotes, y apañamos cuatro indios y tres mujeres, y tuvimos buena pascua, y esa noche llegaron a aquellas estancias sobre mil mexicanos que mandó Cortés que fuesen tras nosotros y nos siguiesen porque tuviesen de comer; y todos muy alegres cargamos a los mexicanos todo el maíz que pudieron llevar, y que Cortés lo repartiese, y también le enviamos veinte gallinas para Cortés y Sandoval, y los indios y las indias, y quedamos aguardando dos casas de maíz, no las quemasen o llevasen de noche los naturales del pueblo; y luego otro día pasamos más adelante con otras guías, y topamos otras estancias, y había maíz y gallinas, y otras cosas de legumbres, y luego hice tinta, y en un cuero de atambor escribí a Cortés que enviase muchos indios, porque había hallado otras estancias con maíz; y como le envié las indias y los indios y lo por mí dicho, y lo supieron en todo el real, otro día vinieron sobre treinta soldados y más de quinientos indios, y todos llevaron recaudo, y desta manera, gracias a Dios, se proveyó el real; y estuvimos en aquel pueblo cinco días, y ya he dicho que se dice Taica.

Dejemos desto, y quiero decir que, como hicimos esta puente, y en todos los caminos hicimos las grandes puentes, y después que aquellas tierras y provincias estuvieron de paz, los españoles que por aquellos caminos estaban y pasaban, y hallaban algunas de las puentes sin se haber deshecho al cabo de muchos años, y los grandes árboles que en ellas poníamos, se admiran dello, y suelen decir ahora. "Aquí son las puentes de Cortés"; como si dijesen, las columnas de Hércules. Dejémonos destas memorias, pues no hacen a nuestro caso, y digamos cómo fuimos por nuestro camino a otro pueblo que se dice Tania, y estuvimos en llegar a él dos días, y hallámosle despoblado y buscamos de comer, y hallamos maíz e otras legumbres, mas no muy abastado; y fuimos por los rededores de él a buscar camino, y no le hallábamos, sino todos ríos y arroyos, y las guías que habíamos traído del pueblo que dejamos atrás se huyeron una noche a ciertos soldados que las guardaban, que eran de los recién venidos de Castilla, que pareció ser se durmieron; y de que Cortés lo supo, quiso castigar a los soldados por ello, y por ruegos los dejó, y entonces envió a buscar guías y camino, y era por demás hallarlo por tierra enjuta, porque todo el pueblo estaba cercado de ríos y arroyos, y no se podían tomar ningunos indios ni indias; y demás desto, llovía a la continua, y no nos podíamos valer de tanta agua, y Cortés y todos nosotros estaban espantados y penosos de no saber ni hallar camino por donde ir, y entonces muy enojado dijo Cortés a Pedro de Ircio y a otros capitanes, que eran de los de México: "Ahora querría yo que hubiese quien dijese que quería ir a buscar guías o camino, y no dejarlo todo a los vecinos de Guazacualco"; y Pedro de Ircio, como oyó aquellas palabras, se apercibió con seis soldados, sus conocidos y amigos, y fue por una parte, y un Francisco Marmolejo, que era persona de calidad, con otros seis soldados, por otra parte, y un Santa Cruz, burgalés, regidor que fue de México, fue por otra con otros soldados; y anduvieron todos tres días, y puesto que fueron a una parte y a otra, no hallaron camino ni guías, sino todo agua y arroyos y ríos y cuando hubieron venido sin recaudo ninguno, quería reventar Cortés de enojo, y dijo al Sandoval que me dijese a mí el gran trabajo en que estábamos, y que me rogase de su parte que fuese a buscar guías y camino; y esto lo dijo con palabras amorosas y a manera de ruegos, por causa que supo cierto que yo estaba malo, como dicho tengo, que aún tenía calenturas, y aun me habían apercibido antes que a Sandoval, me hablase para ir con Francisco Marmolejo, que era mi amigo, y dije que no podía ir por estar malo y cansado, que siempre me daban a mí el trabajo, y que enviasen a otro; y luego vino Sandoval otra vez a mi rancho, y me dijo por ruegos que fuese con otros dos compañeros, los que yo escogiese, porque decía Cortés que, después de Dios, en mi tenía confianza que traería recaudo; y puesto que yo estaba malo, no le pude perder vergüenza, y demandé que fuese conmigo un Hernando de Aguilar y un Hinojosa, hombres que sabía que eran de sufrir trabajo; y salimos, y fuimos por unos arroyos abajo, y fuera de los arroyos, en el monte había unas señales de ramas cortadas, y seguimos aquel rastro más de una legua, y luego salimos del arroyo, y dimos en unos ranchos pequeños, despoblados de aquel día, y seguimos el mismo rastro, y desde lejos en una cuesta vimos unos maizales y una casa, y sentimos gente en ella; y como era ya puesta del sol, estuvimos en el monte hasta buen rato de la noche, que nos pareció que debían de dormir los moradores de aquellas milpas, y muy callando dimos presto en la casa y prendimos tres indios y dos mujeres mozas, y hermosas para ser indias, y una vieja, y tenían dos gallinas y un poco de maíz y trajimos el maíz y gallinas con los indios e indias, y muy alegres volvimos al real; y cuando Sandoval lo supo, que fue el primero, que estaba aguardando en el camino sobre tarde, de gozo no podía caber, y fuimos delante de Cortés, que lo tuvo en más que si le dieran otra buena cosa.

Entonces dijo Sandoval a Pedro de Ircio: si tuvo Bernal Díaz del Castillo razón el otro día cuando fue a buscar maíz, en decir que no quería ir sino con hombres sueltos, y no con quien vaya todo el camino muy de espacio, contando lo que le acaeció al conde de Urueña y a don Pedro Girón, su hijo (porque estos cuentos decía el Pedro de Ircio muchas veces); no tenéis razón de decir que él os revolvía con el señor capitán e conmigo; e todos se rieron dello; y esto dijo el Sandoval porque el Pedro de Ircio estaba mal conmigo. Y luego Cortés me dio las gracias por ello y dijo: "Siempre tuve que había de traer recaudo e yo os empeño estas, y fueron sus barbas, que yo tenga cuenta con vuestra persona." Quiero dejar destas alabanzas, pues son vaciadizas, que no traen provecho ninguno; que otros las dijeron en México cuando contaban deste trabajoso viaje. Volvamos a decir que Cortés se informó de las guías y de las dos mujeres, y todos conformaron que por un río abajo habíamos de ir a un pueblo que está de allí dos días de camino: el nombre del pueblo se decía Ocolizte, que era de más de doscientas casas, y estaba despoblado de pocos días pasados; e yendo por nuestro río abajo, topamos unos grandes ranchos, que eran de indios mercaderes, donde hacían jornada, y allí dormimos; y otro día entramos en el mismo río y arroyo, y fuimos obra de media legua por él, y dimos en buen camino, y a aquel pueblo de Ocolizte llegamos aquel día, y había mucho maíz y legumbres, y en una casa de adoratorios de ídolos se halló un bonete viejo colorado y un alpargate ofrecido a los ídolos; y ciertos soldados que fueron por las barrancas trajeron a Cortés dos indios viejos y cuatro indias que se tomaron en los maizales de aquel pueblo, y Cortés les preguntó, con nuestra lengua doña Marina, por el camino, y qué tanto estaban de allí los españoles, y dijeron que dos días, y que no había poblado ninguno hasta allá, y que tenían las casas junto a la costa de la mar; y luego incontinenti mandó Cortés a Sandoval que fuese a pie con otros seis soldados, y que saliese a la mar, y que de una manera o de otra procurase saber e inquirir si eran muchos españoles los que allí estaban poblados con Cristóbal de Olí, porque en aquella sazón no creíamos que hubiese otro capitán en aquella tierra; y esto quería saber Cortés para que diésemos sobre Cristóbal de Olí de noche si allí estuviese, o prenderle a él o a sus soldados; y el Gonzalo de Sandoval fue con los seis soldados, y tres indios por guías, que para ello llevaba, de aquel pueblo de Ocolizte; e yendo por la costa del norte, vio que venía por la mar una canoa a remo y a la vela, y se escondió de día en un monte, porque vieron venir la canoa con los indios mercaderes, y venía costa a costa, y traían del Golfo-Dulce, y de noche la tomaron en un ancón que era puerto de canoas, y en la misma canoa se metió el Sandoval con dos compañeros y con los indios remeros que traía la misma canoa y con las tres guías, y se fue costa a costa, y los demás soldados se fueron por tierra, porque supo que estaba cerca el río grande, y llegados que hubieron cerca del río grande, quiso la ventura que habían venido aquella mañana cuatro vecinos de la villa, que estaba poblada, y un indio de Cuba, de los de Gil González de Ávila, en una canoa, y pasaron de la parte del río a buscar una fruta que llaman zapotes para comer asados, porque en la villa donde estaban, pasaban mucha hambre y estaban todos los más dolientes, y no osaban salir a buscar bastimentos a los pueblos, porque les habían dado guerra los indios cercanos y muertos diez soldados después que los dejó allí Gil González de Ávila.

Pues estando derrocando los de Gil González los zapotes del árbol, y estaban encima del árbol los dos hombres, cuando vieron venir la canoa por la mar, en que venía el Gonzalo de Sandoval; y sus compañeros se espantaron y admiraron de cosa tan nueva, y no sabían si huir, si esperar; y como llegó Sandoval a ellos les dijo que no hubiesen miedo; y así, estuvieron quedos y muy espantados; y después de bien informados el Sandoval y sus compañeros de los españoles cómo y de qué manera estaban allí poblados los de Gil González de Ávila, y de mal suceso de la armada del de las Casas, que se perdió, y cómo el Cristóbal de Olí los tuvo presos al de las Casas y al Gil González de Ávila, y cómo degollaron en Naco a Cristóbal de Olí por sentencia que dieron contra él, y cómo eran partidos para México, y supieron quién y cuántos estaban en la villa, y la gran hambre que pasaban, y cómo había pocos días que habían ahorcado en aquella villa al teniente y capitán que les dejó allí el Gil González de Ávila, que se decía Armenta, y por qué causa le ahorcaron, que fue porque no les dejaba ir a Cuba; acordó Sandoval de llevar luego aquellos hombres a Cortés, y no hacer novedad ni ir a la villa sin él, para que de sus personas fuese informado; y entonces un soldado que se decía Alonso Ortiz, vecino que después fue de una villa que se dice San Pedro, suplicó a Sandoval que le hiciese merced de darle licencia para adelantarse una hora para llevar las nuevas a Cortés y a todos los que con él estábamos, porque le diésemos albricias, y así lo hizo; de las cuales nuevas se holgó Cortés y todo nuestro real, creyendo que allí acabáramos de pasar tantos trabajos como pasábamos, y se nos doblaron mucho más según adelante diré; e a Alonso Ortiz, que llevó estas nuevas a Cortés, le dio luego un caballo muy bueno rosillo, que llamaban "Cabeza de Moro", y todos le dimos de lo que entonces teníamos; Y luego llegó el capitán Sandoval con los soldados y el indio de Cuba, y dieron relación a Cortés de todo lo por mí dicho, y de otras muchas cosas que les preguntaba, y cómo tenían en aquella villa un navío que estaban calafateando en un puerto obra de media legua de allí, el cual tenían para se embarcar todos en él e irse a Cuba, y que porque no les había dejado embarcar el teniente Armenta le ahorcaron, y también porque mandaba dar garrote a un clérigo que revolvía la villa, y alzaron por teniente a un Antonio Nieto en lugar del Armenta, que ahorcaron.

Dejemos de hablar de las nuevas de los dos españoles, y digamos los lloros que en su villa se hicieron viendo que no volvían aquella noche los vecinos y el indio de Cuba, que habían ido a buscar la fruta, que creyeron que indios los habían muerto, o tigres o leones, y el uno de los vecinos era casado, y su mujer lloraba por él, y todos los vecinos, y también el clérigo, que se llamaba el bachiller hulano Velázquez; se juntaron en la iglesia, y rogaron a Dios que les ayudase y que no viniesen más males sobre ellos, y no hacía la mujer sino rogar a Dios por el ánima del marido. Volvamos a nuestra relación: que luego Cortés nos mandó a todo nuestro ejército ir camino de la mar, que sería seis leguas, y aun en el camino había un estero muy crecido y hondo, que crecía y menguaba, y estuvimos aguardando que menguase medio día, y lo pasamos a vuelapié e a nado, y llegamos al gran río de Golfo-Dulce, y el primero que quiso ir a la villa, que estaba de allí dos leguas, fue el mismo Cortés con seis soldados, sus mozos de espuelas, y fue, a las dos canoas atadas, que una era en que habían venido los soldados de Gil González a buscar zapotes, y la otra que Sandoval había tomado en la costa a los indios; que para aquel menester las habían varado en tierra y escondido en el monte para pasar en ellas, y las tornaron a echar al agua, y se ataron una con otra de manera que estaban bien fijas, y en ellas pasó Cortés y sus criados, y luego en las mismas canoas mandó que se pasasen dos caballos, y es desta manera, en las canoas remando, y los caballos del cabestro nadando junto a las canoas y con maña y no dar mucho largo al caballo, porque no trastorne la canoa; mandó que hasta que viésemos su carta o mandato que no pasásemos ninguna en las mismas canoas, por el riesgo que había en el pasaje, que Cortés se vio arrepentido de haber ido en ellas, porque venía el río con gran furia. Y dejarlo e aquí, y diré lo que más nos pasó.

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