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Desarrollo


Cómo Gonzalo de Sandoval llegó con su ejército a un pueblo que se dice Tustepeque, y lo que allí hizo, y después pasó a Guazacualco, y todo lo más que le avino Llegado Gonzalo de Sandoval a un pueblo que se dice Tustepeque, toda la provincia le vino de paz, excepto unos capitanes mexicanos que fueron en la muerte de sesenta españoles y mujeres de Castilla que se habían quedado malos en aquel pueblo cuando vino Narváez, y era en el tiempo que en México nos desbarataron; entonces los mataron en el mismo pueblo; e dende obra de dos meses que hubieron muerto los por mí dichos, porque entonces fui con Sandoval, yo pasé en una como torrecilla, que era adoratorio de ídolos, adonde se habían hecho fuertes cuando les daban guerra, y allí los cercaron, y de hambre y de sed y de heridas les acabaron las vidas; y digo que posé en aquella torrecilla a causa que había en aquel pueblo de Tustepeque muchos mosquitos de día, e como está muy alto e con el aire no había tantos mosquitos como abajo, y también por estar cerca del aposento donde posaba el Sandoval. Y volviendo a nuestra plática, procuró el Sandoval de prender a los capitanes mexicanos que les dieron la guerra y les mataron los sesenta soldados que dicho tengo, y prendió el más principal dellos e hizo justicia, y por justicia lo mandó quemar; otros muchos había juntamente con él que merecían pena de muerte, y disimuló con ellos, y aquel pagó por todos. Y cuando fue hecho envió a llamar de paz unos pueblos zapotecas, que es otra provincia que estará obra de diez leguas de aquel pueblo de Tustepeque, y no quisieron venir, y envió a ellos para los traer de paz a un capitán que se decía Briones (otras muchas veces ya lo he nombrado), que fue capitán de bergantines y había sido buen soldado en Italia, según él decía, y le dio sobre cien soldados, y entre ellos treinta ballesteros y escopeteros y más de cien amigos de los pueblos que habían venido de paz; e yendo que iba el Briones con sus soldados y con buen concierto, pareció ser los zapotecas supieron que iba a sus pueblos, y échanle una celada en el camino, que le hicieron volver más que de paso rodando unas cuestas y laderas abajo, y le hirieron más de la tercia parte de los soldados que llevaba, e murió uno de las heridas, porque aquellas sierras donde están poblados aquellos zapotecas son tan agrias y malas, que no pueden ir por ellas caballos, y los soldados habían de ir a pie por unas sendas muy angostas, por contadero uno a uno y siempre hay neblinas y rocíos y resbalaban en los caminos; y tienen por armas unas lanzas muy largas, mayores que las nuestras, con una braza de cuchilla de navajas de pedernal, que cortan más que nuestras espadas, e unas pavesinas, que se cubren con ellas todo el cuerpo, y mucha flecha y varas y piedra, y los naturales muy sueltos y cenceños a maravilla, y con un silbo o voz que dan entre aquellas sierras resuena y retumba la voz por un buen rato, digamos ahora como ecos.

Por manera que se volvió el capitán Briones con su gente herida, y aun él también trajo un flechazo; llámase aquel pueblo que le desbarató Tiltepeque; y después que vino de paz, el mismo pueblo se dio en encomienda a un soldado que se dice Ojeda, el tuerto, que ahora vive en la villa de San Ildefonso. Pues cuando el Briones volvió a dar cuenta al Sandoval de lo que le había acaecido, y se lo contaba cómo eran grandes guerreros, y el Sandoval, como era de buena condición, y el Briones se tenía por muy valiente, y solía decir que en Italia había muerto y herido y hendido cabezas y cuerpos de hombres, le decía el Sandoval: "¿Parécele, señor Capitán, que son estas tierras otras que las donde anduvo militando?" Y el Briones respondió medio enojado, y dijo que juraba a tal que más quisiera batallar contra tiros y grandes ejércitos de contrarios, así de turcos como de moros, que no con aquellos zapotecas, y daba razones para ello que parecía que cuadraban; y todavía el Sandoval le dijo que no quisiera haberle enviado, pues así fue desbaratado, que creyó que pusiera otras fuerzas: como él se alababa que había hecho en Italia, porque este Briones había poco tiempo que vino de Castilla; y le dijo el Sandoval: "Qué dirán ahora los zapotecas, que no somos tan varones como creían que éramos?" Dejemos desta entrada, pues no aprovechó, antes dañó, y digamos Cómo el mismo Gonzalo de Sandoval envió a llamar de paz a otra provincia que se dice Xaltepeque, que también eran zapotecas, que confinan con otras provincias y pueblos, que se decían los minxes, gentes muy sueltas y guerreros, que tenían diferencias con los de Xaltepeque, que ahora, como digo, son los que enviaba a llamar: y vinieron de paz obra de veinte caciques y principales, y trajeron un presente de oro en grano, que entonces habían sacado de las minas en diez cañutillos, y joyas de muchas hechuras, y traían vestidas aquellos principales unas ropas de algodón muy largas que les daban hasta los pies, con muchas labores en ellas labradas, y eran digamos ahora a la manera de albornoces moriscos; y como vinieron delante el Sandoval, con mucho acato se lo presentaron, y lo recibió con alegría, y les mandó dar cuentas de Castilla, y les hizo honra y halagos, y demandaron al Sandoval que les diese algunos teules, que en su lengua así nos llamaban a los españoles, para ir juntamente con ellos contra los pueblos de los minxes, sus contrarios, que les daban guerra; y el Sandoval, como no tenía soldados en aquella sazón para les dar ayuda, como la demandaban, porque los que llevó el Briones estaban todos heridos, y otros habían adolecido, e cuatro muertos, por ser la tierra muy calurosa e doliente, con buenas palabras le dijo que él enviaría a México a decir a Malinche, que así decían a Cortés, que les enviase muchos teules, e que se reportasen hasta que viniesen, y que entre tanto, que irían con ellos diez de sus compañeros para ver los pasos y tierra, para ir a dar guerra a sus contrarios los minxes; y esto no lo decía el Sandoval sino para que viésemos los pueblos y minas donde sacaban el oro que trajeron; y desta manera los despidió, excepto a tres dellos, que mandó que quedasen para ir con nosotros; y luego despachó para ir a ver los pueblos y minas, como he dicho, a un soldado que se decía Alonso del Castillo, "el de lo pensado"; y me mandó el Sandoval que yo fuese con él, y otros seis soldados, y que mirásemos muy bien las minas y la manera de los pueblos.

Quiero decir por qué se llamaba, aquel capitán que iba con nosotros por caudillo, Castillo "el de lo pensado", y es por esta causa que diré: en la Capitanía del Sandoval había tres soldados que tenían por renombre Castillos: el uno dellos era muy galán, y preciábase dello en aquella sazón, que era yo, y a esta su causa me llamaban Castillo, el galán; los otros dos Castillos, el uno dellos era de tal calidad, que siempre estaba pensativo, y cuando hablaban con él se paraba mucho más a pensar lo que había de decir, y cuando respondía o hablaba era una necedad o cosas que teníamos que reír, y por esto le llamábamos Castillo "de los pensamientos"; y el otro era Alonso del Castillo, que ahora iba con nosotros, que de repente decía cualquiera cosa, y respondía muy a propósito de lo que preguntaban, y se decía Castillo, "el de lo pensado". Dejemos de contar donaires, y volvamos a decir cómo fuimos a aquella provincia a ver las minas, y llevamos muchos indios de los de aquellos pueblos, y con unas como hechuras de bateas lavaron en tres ríos delante de nosotros, y en todos tres sacaron oro, e hincheron cuatro cañutillos dello, que era cada uno del tamaño de un dedo de la mano (el de en medio), y eran poco menos que cañones de patos de Castilla: y con aquella muestra de oro volvimos donde estaba el Gonzalo de Sandoval, y se holgó, creyendo que la tierra era rica; y luego entendió en hacer los repartimientos de aquellos pueblos y provincias a los vecinos que habían de quedar allí poblados; y tomó para sí unos pueblos que se dicen Guazpaltepeque, que en aquel tiempo era la mejor cosa que había en aquella provincia muy cerca de las minas, y aun le dieron luego sobre quince mil pesos de oro, creyendo que tomaba una muy buena cosa; y la provincia de Xaltepeque, donde trajimos el oro, depositó en el capitán Luis Marín, pensaba que le daba un condado, y todos salieron muy malos repartimientos, así de lo que tomó el Sandoval como lo que dio a Luis Marín; y aun a mí me mandaba quedar en aquella provincia, y me daba muy buenos indios y de mucha renta, que pluguiera a Dios que los tomara, que se dice Matlatan y Orizaba, donde está ahora el ingenio "del virrey", y otro pueblo que se dize Ozotequipa, y no los quise, por parecerme que si no iba en compañía del Sandoval, teniéndole por amigo, que no hacía lo que convenía a la calidad de mi persona (y el Sandoval verdaderamente conoció mi voluntad); y por hallarme con él en las guerras, si las hubiese adelante, lo hice.

Dejemos desto, y digamos que nombró a la villa que pobló Medellín, porque así le fue mandado por Cortés, porque el Cortés nació en Medellín de Extremadura; y era en aquella sazón el puerto un río que se dice Chalchocueca, que es el que hubimos puesto por nombre río de Banderas, donde se rescataron los dieciséis mil pesos; y por aquel río venían las barcas con la mercancía que venía de Castilla hasta que se mudó a la Veracruz. Dejemos desto, e vamos camino de Guazacualco, que será de la villa de la Veracruz, que dejamos poblada, obra de sesenta leguas, y entramos en la provincia que se dice Citla, la más fresca y llena de bastimentos y bien poblada que habíamos visto, y luego vino de paz; y es aquella provincia que he dicho de doce leguas de largo y otras tantas de ancho, muy poblado todo. Y llegamos al gran río de Guazacualco, y enviamos a llamar los caciques de aquellos pueblos, que era cabecera de aquellas provincias, y estuvieron tres días que no vinieron ni enviaban respuesta; por lo cual creímos que estaban de guerra, y aun así lo tenían consultado, que no nos dejasen pasar el río; y después tomaron acuerdo de venir de ahí a cinco días, y trajeron de comer y unas joyas de oro muy fino, y dijeron que cuando quisiésemos pasar, que ellos traerían muchas canoas grandes; y Sandoval se lo agradeció mucho, y tomó consejo con algunos de nosotros si nos atreveríamos a pasar todos juntos de una vez en todas las canoas; y lo que nos pareció y aconsejamos, que primero pasasen cuatro soldados y viesen la manera que había en un pueblezuelo que estaba junto al río, y que mirasen y procurasen de inquirir y saber si estaban de guerra, y antes que pasásemos tuviésemos con nosotros el cacique mayor, que se dice Tochel; y así, fueron los cuatro soldados y vieron todo a lo que les enviábamos, y se volvieron con relación a Sandoval cómo todo estaba de paz, y aun vino con ellos el hijo del mismo cacique Tochel, que así se decía, y trajo otro presente de oro, aunque no de mucha valía.

Entonces le halagó el Sandoval, y le mandó que trajesen cien canoas atadas de dos en dos, y pasamos los caballos un día después de pascua de Espíritu Santo; y por acortar de palabras, poblamos en el pueblo que estaba junto al río, y era muy bueno para el trato de la mar, porque está el puerto de allí cuatro leguas e pusimos aquel sublimado nombre, lo uno, que en pascua de Espíritu Santo desbaratamos a Narváez, y lo otro, porque aquel santo nombre fue nuestro apellido cuando le prendimos y desbaratamos; lo otro por pasar aquel río mismo mismo día, y porque todas aquellas tierras vinieron de paz sin dar guerra; y allí poblamos toda la flor de los caballeros y soldados que habíamos salido de México a poblar con el Sandoval, y el mismo Sandoval, y Luis Marín, y un Diego de Godoy, y el capitán Francisco de Medina, y Francisco Marmolejo, y Francisco de Lugo, y Juan López de Aguirre, y Hernando de Montes de Oca, y Juan de Salamanca, y Diego de Azamar, y un Mantilla, y otro soldado que se decía Mejía "rapapelo", y Alonso de Grado, y el licenciado Ledesma, y Luis de Bustamante, y Pedro Castellar, y el capitán Briones, e yo y otros muchos caballeros e personas de calidad, que si los hubiese aquí de nombrar a todos, es no acabar tan presto; mas tengo por cierto que solíamos salir a la plaza a un regocijo e alarde sobre ochenta de a caballo, que eran más entonces aquellos ochenta que ahora quinientos; y la causa es esta, que no habían caballos en la Nueva-España, sino pocos y caros, y no los alcanzaban a comprar sino cual o cual.

Dejemos desto, y diré cómo repartió Sandoval aquellas provincias y pueblos en nosotros, después de las haber enviado a visitar e hacer la división de la tierra y ver las calidades de todas las poblaciones; y fueron las provincias que repartió lo que ahora diré. Primeramente a Guazacualco, Guazpaltepeque e Tepeca e Chinanta e los zapotecas; e de la otra parte del río la provincia de Copilco e Cimatan y Tabasco y las sierras de Cachula, todos los zoques hasta Chiapa e Cinacatan e todos los quilenes, y Papanaguasta: y estos pueblos que he dicho teníamos todos los vecinos que en aquella villa quedamos poblados en repartimiento; que valiera más que allí yo no me quedara, según después sucedió, la tierra pobre y muchos pleitos que trajimos con tres villas que después se poblaron: la una fue la Villa-Rica de la Veracruz, sobre Guazpaltepeque y Chinanta y Tepeca; la otra con la villa de Tabasco, sobre Cimatan y Copilco; la otra con Chiapa, sobre los quilenes y zoques; la otra con Santo Ildefonso, sobre los zapotecas; porque todas estas villas se poblaron después que nosotros poblamos a Guazacualco, y a nos dejar todos los términos que teníamos, fuéramos ricos; y la causa por que se poblaron estas villas que he dicho fue, que envió a mandar su majestad que todos los pueblos de indios más cercanos y en comarca de cada villa le señaló por términos; por manera que de todas partes nos cortaron las aldas, y nos quedamos en blanco, y a esta causa el tiempo andando, se fue despoblando Guazacualco y con haber sido la mejor población y de generosos conquistadores que hubo en la Nueva-España, es ahora una villa de pocos vecinos.

Volvamos a nuestra relación; y es, que estando Sandoval entendiendo en la población de aquella villa y llamando otras provincias de paz, le vinieron con cartas cómo había entrado un navío en el río de Ayagualulco, que es puerto, aunque no bueno, que estaba de allí quince leguas, y en él venía de la isla de Cuba la señora doña Catalina Xuárez "la Marcaida", que así tenía el sobrenombre, mujer que fue de Cortés, y la traía un su hermano Juan Xuárez, el vecino que fue, el tiempo andando, de México, y venía otra señora, su hermana, y Villegas el de México, y su mujer la Zambrana, y sus hijas, y aun la abuela, y otras muchas señoras casadas; y aun me parece que entonces vino Elvira López "la Larga", mujer que entonces era de Juan de Palma; el cual Palma vino con nosotros, que murió ahorcado, que después esta Elvira fue mujer de un Argueta; y también vino Antonio Diosdado, el vecino que fue de Guatemala, y vinieron otros muchos que ya no se me acuerdan sus nombres. Y como el Gonzalo de Sandoval lo alcanzó a saber, él en persona, con todos los más capitanes y soldados, fuimos por aquellas señoras y por todas las más que traía en su compañía. E acuérdome que en aquella sazón llovió tanto, que no podíamos ir por los caminos ni pasar ríos ni arroyos, porque venían muy crecidos, que salieron de madre; y había hecho grandes nortes, y con el mal tiempo, por no andar al través, entraron con el navío en aquel puerto de Ayagualulco, y la señora doña Catalina Xuárez "la Marcaida" y toda su compañía se holgaron con nosotros; luego las trajimos a todas aquellas señoras y su compañía a nuestra villa de Guazacualco, y lo hizo saber el Sandoval muy en posta a Cortés de su venida, y las llevó luego camino de México, y fueron acompañándolas el mismo Sandoval y Briones y Francisco de Lugo y otros caballeros.

Y cuando Cortés lo supo, dijeron que le habla pesado mucho de su venida, puesto que no lo demostró y les mandó salir a recibir; y en todos los pueblos les hacían mucha honra hasta que llegaron a México, y en aquella ciudad hubo regocijos y juegos de cañas; y dende a obra de tres meses que hubieron llegado olmos decir que esta señora murió de asma; y que habían tenido un banquete el día antes, y en la noche, y muy gran fiesta; y porque yo no sé más desto que he dicho no tocaré más en esta tecla. Dejemos hablar desto, pues ya pasó. Y digamos de lo que le acaeció a Villafuerte, el que fue a poblar a Zacatula, y a un Juan álvarez Chico, que también fue a Colima; y al Villafuerte le dieron mucha guerra y le mataron ciertos soldados, y estaba la tierra levantada, que no les quería obedecer ni dar tributos, y al Juan álvarez Chico ni más ni menos; y como lo supo Cortés, le pesó dello; y como Cristóbal de Olí había venido de lo de Michoacan, y venía rico y la había dejado de paz, y le pareció a Cortés que tenía buena mano para ir a asegurar y pacificar aquellas dos provincias de Zacatula y Colima, acordó de le enviar por capitán, y le dio quince de a caballo y treinta escopeteros y ballesteros; e yendo por su camino, ya que llegaba cabe Zacatula, le aguardaron los naturales de aquella provincia muy gentilmente a un mal paso, y le mataron dos soldados y le hirieron quince, e todavía les venció, y fue a la villa donde estaba Villafuerte con los vecinos que en ella estaban poblados, que no osaban ir a los pueblos que tenían en encomienda, porque no los acapillasen; y le hablan muerto cuatro vecinos en sus mismos pueblos.

Porque comúnmente en todas las provincias y villas que se pueblan, a los principios les dan encomenderos, y cuando les piden tributos se alzan y matan los españoles que pueden; pues cuando el Cristóbal de Olí vio que ya tenía apaciguada aquella provincia y le habían venido de paz, fue desde Zacatula a Colima, y hallóla de guerra, y tuvo con los naturales della ciertos reencuentros y le hirieron muchos soldados, y al fin los desbarató y quedaron de paz. El Juan álvarez Chico, que había ido por capitán no sé qué se hizo de él; paréceme que murió en aquella guerra. Pues como el Cristóbal de Olí hubo pacificado a Colima y le pareció que estaba de paz, como era casado con una portuguesa hermosa, que ya he dicho que se decía doña Felipa de Araujo, dio la vuelta para México, y no se hubo bien vuelto, cuando se torné a levantar lo de Colima y Zacatula; y en aquel instante había llegado a México Gonzalo de Sandoval con la señora doña Catalina Xuárez "Marcaida" y con el Juan Xuárez y todas sus compañías, como ya otra vez dicho tengo en el capítulo que dello habla; acordó Cortés de enviarle por capitán para apaciguar aquellas provincias, y con muy pocos de a caballo que entonces le dio y obra de quince ballesteros y escopeteros, conquistadores viejos, fue a Colima y castigó a dos caciques, y tal maña se dio, que toda la tierra dejó muy de paz y nunca más se levantó, y se volvió a México. Y volvamos a Guazacualco, y digamos cómo luego que se partió Gonzalo de Sandoval para México con la señora doña Catalina Xuárez se nos rebelaron todas las más provincias de las que estaban encomendadas a los vecinos, e tuvieron muy gran trabajo en las tornar a pacificar; y la primera que se levantó fue Xaltepeque: zapotecas que estaban poblados en altas y malas sierras; y tras esto se levantó lo de Cimatán y Copilco, que estaban entre grandes ríos y ciénagas, y se levantaron otras provincias, y aun hasta doce leguas de la villa hubo pueblos que mataron a su encomendero, y lo andábamos pacificando con muy grandes trabajos.

Y estando que estábamos en una entrada con el capitán Luis Marín e un alcalde ordinario y todos los regidores de nuestra villa, viniéronnos cartas que había venido al puerto un navío, y que en él venía Juan Bono de Quexo, vizcaíno, e que había subido el río arriba con el navío, que era pequeño, hasta la villa, e que decía que traía cartas e provisiones de su majestad para nos notificar, que luego fuésemos a la villa e dejásemos la pacificación de la provincia; y como aquella nueva supimos, y estábamos con el teniente Luis Marín, así alcaldes y regidores fuimos a ver qué quería. Y después de nos abrazar y dar el para-bien-venidos los unos a los otros, porque el Juan Bono era muy conocido de cuando vino con Narváez, dijo que nos pedía por merced que nos juntásemos en cabildo, que nos quería notificar ciertas provisiones de su majestad y de don Juan Rodríguez de Fonseca, obispo de Burgos; que traía muchas cartas para todos. Y según pareció, traía el Juan Bono cartas en blanco con la firma del obispo; y entre tanto que nos fueron a llamar en la pacificación donde estábamos, se informó el Juan Bono quienes éramos los regidores, y las cartas que traía en blanco escribió en ellas palabras de ofrecimientos que el obispo nos enviaba si dábamos la tierra a Cristóbal de Tapia, que el Juan Bono no creyó que era vuelto para la isla de Santo Domingo; y el obispo tenía por cierto que no le recibiríamos, e a aquel efecto envió a Juan Bono con aquellos recaudos; e traía para mí, como regidor, una carta del mismo obispo, que escribió el Juan Bono.

Pues ya que habíamos entrado en cabildo y vimos sus despachos y provisiones, que nunca nos había querido decir lo que era hasta entonces, de presto le despachamos con decir que ya el Tapia era vuelto a Castilla, e que fuese a México, adonde estaba Cortés, e allá le diría lo que le conviniese; e cuando aquello oyó el Juan Bono, que el Tapia no estaba en la tierra, se puso muy triste, y otro día se embarcó, e fue a la Villa-Rica, e desde allí a México, y lo que allá pasó yo no lo sé; salvo que oí decir que Cortés le ayudó para la costa y se volvió a Castilla. Y dejemos de contar más cosas, que había bien que decir como siempre que en aquella villa estuvimos nunca nos faltaron trabajos y conquistas de las provincias que se habían levantado; y volvamos a decir de Pedro de Alvarado cómo le fue en lo de Tutepeque y en su población.

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