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CANTO TREINTA Y DOS Como Zutancalpo fue hallado por sus quatro hermanas, y del fin y muerte de Gicombo, y de Luzcoila Que peña lebantada, o fuerte roca, Puede ser del soberuio mar ayrado, Mas braua y atrozmente combatida, Que nuestra vida triste miserable, Si lo miramos bien los mas mortales, A quien la cruel soberuia desmedida, Y ambicion vil, frenetica, furiosa, Iamas pudo hartar al alto ceptro, A la Real corona y brauo trono, Al pobrecillo assiento y bajo estado, O triste condicion de humana vida, Sugeta y puesta à bestias tan sedientas, En cuia abara fuente, vil infame, De su canina sed jamas contenta, Pretende cada qual sacar hartura, Que prestaron al noble Zutancalpo, Auer con tanta fuerça contradicho, Los furiosos intentos paternales, Que tantas vidas tienen acabadas, Y tantos buenos hombres consumidos, Y tantas nobles casas abrasadas, O cruel Zutacapan, porque quisiste, Yr contra la corriente que lleuaua, El sossegado pueblo ya perdido, Y aquel gallardo joben que engendraste. Que prestaron los retos y braueza, Con que turbaste tantos inocentes, Que el brauo y fiero orgullo que pusiste, Para que Castellanos lebantasen, Contra su corto esfuerço armadas, Que presto auer la tregua quebrantado, Palabra y fee de paz auer rompido, De que vil furia fuiste arrebatado, Para que con altiuo pensamiento, Mouiesses tan sin causa injusta guerra, O soberuia que porque siempre sobras, Assi fue bien que el nombre te pusiessen, Y assi como sobrada te lebantas, Y tanto mas te subes y te encumbras, Quanto es mas bajo aquel que te pretende, No siente la ambicion bruta furiosa, Desde atreguado baruaro perdido, La perdida y desgracia miserable, Que por sola su causa le ha venido, Al desdichado pueblo desgraciado, Cuias plaças y muros lebantados, Solos arroyos, charcos, y lagunas, De fresca sangre vemos rebocando, Con gran suma de cuerpos ya difuntos, Por cuias fieras hagas temerarias, Terribles quajarones regoldauan, Tempanos y sangraza nunca vista, A bueltas del sustento mal digesto, Que por alli tambien le despedian, Por do las pobres almas escapauan, Por cuio atroz estrago no hecha menos, Al noble Zutancalpo à quien salieron, No mas que por buscarle de su casa, Quatro hermanas donzellas que tenia, Pressas de mortalissimas congojas, Y desfogando por su ausencia en vano, De lo intimo del alma ya cansada, Entrañables suspiros y gemidos, Reboluiendo los cuerpos desangrados, Por ver si entre ellos y su caro hermano, Acaso ver pudiessen, porque auia, Passado vna gran pieça sin que fuesse, De algun amigo visto, o descubierto, Mocauli, la mayor de todas ellas, Reboluio por seys vezes vn difunto, Y como es cierto que la sangre llama, Otra quiso tomarle y reboluerle, Y viendo ser aquel tesoro grande, Y por quien siempre todas fueron ricas, Sin que pudiessen descubrir qual fuesse, La fuerça del espada rigurosa, Que por tan fieras bocas desmedidas, Le hizo despedir el alma braua, Con presurosos gritos esforçados, A palma auierta, y puño bien cerrado, Començò à lastimar su rostro bello, Y qual vemos que acuden al ladrido, De la presta y solicita podenca, Las demas codiciosas de la caça, Con lebantados saltos alentados, Y vna y otra corrida presurosa, Assi las tres hermanas desbalidas, Partieron con presteza y sin sentido, Con desapoderado curso al puesto, De aquella que pedazos se hazia, Sobre el querido hermano desangrado, Y juntas todas quatro à manos llenas, Las mas crecidas hebras arrancauan, De las pobres cabeças inocentes, Las rosadas megillas golpeando, Con vna y otra mano lebantada, Y despues que le vbieron bien llorado, Sobre vn gran tablon luego le pusieron, Y encima de sus hombros le lleuaron, Con funebre dolor, triste, afligido, Para su antigua casa ya abrasada, Y luego que la madre desdichada, Tuuo delante de sus tristes ojos, El horrendo espectaculo que vido, Sin piedad desgarrandose la cara, Y la madeja suelta de cabellos, Assi empeçó la pobre a lamentarse, Dioses si en flor tan tierna aueis querido, Quitar aquesta pobre desdichada, Vn hijo malogrado que le distes, Dezid si aqueste punto he ya llegado, Y a tan perdido estado he va venido, Qual otro mal podeis tener guardado, Este vltimo quebranto y postrer duelo, Solamente restatia que viniesse, A mi pobre vegez, triste afligida, Y vertiendo de lagrimas gran lluuia, Con el brauo dolor y amor fogoso, Del tragico furor enterniçada, Cien mil gemidos tristes redoblaua, Que del ansiado pecho le salian, Y como la desesperada furia, Es el mas cruel y capital verdugo, De aquel que semejante mal padece, Assi desesperada y con despecho, Sobre vn gran fuego se lanço de espaldas, Y tras della las quatro hermanas tristes, Tambien alli quisieron abrasarse, Sobre el querido hermano ya difunto, Que assi juntas con el se abalançaron, Iunto à la misma madre que se ardia, Y qual suelen grosissimas culebras, O poncoñosas viuoras ayradas, Las vnas con las otras retorcerse, Con apretados ñudos, y enrroscarse, Assi las miserables se enlazauan, Por aquellas cenizas y, rescoldo, Que amollentado y fofo a borbollones, Hiruiendo por mil partes resoplaua, Y restriuando sobre viuas brasas, Con hombros, pies, y manos juntamente, Instauan por salir mas era en varlo, Porque assi como vemos yrse a fondo, A aquellos que en profundo mar se anegan, Que con piernas y braços sin prouecho, Cortan el triste hilo de sus vidas, Y en tiempo desdichado, corto y breue, Las inmortales almas oprimidas, De las mortales carceles escapan, Assi estas malogradas fenecieron, Dando en aquella vltima partida, Los postreros abraços bien ceñidos, y despidiendo assi la dulze patria, Dieron el longum vale à las cenizas, En que todas quisieron resoluerse, Passado aqueste misero sucesso, Otro le sucedio tambien estraño, Que esto tiene la mal segura rueda, Ser incierta en que el bien nos venga estable, Y cierta en que el mal siempre nos persiga, Y assi podeis notar Rey poderoso, Que como en este mundo antojadizo, Vnos con ansias buscan y apetecen, Aquello que los otros aborrecen, Por escapar la vida fue saliendo, Vn conocido baruaro valiente, Con tan desatinado y presto curso, Que assi como se escriue que corrieron, Efisido, y Orion, con gran presteza, El vno por encima de las aguas, Y el otro por las puntas de los trigos, Sin que ninguna arista se doblase, Y sin que el agua en parte se sintiesse, Assi con esta misma ligereza, Corriendo por encima de las llamas, Vimos ai brauo Pilco presuroso, Qual fiera salamandria que en el fuego, Sin pesadumbre passa y se sustenta, Y por solo estoruarle la corrida, Antes que se saliesse y ausentase, Gran suma de balazos le tiraron, Y auiendose escapado de la brasas, Y del rigor y fuerça de pelotas, Vino a parar à manos de vn soldado, Leon por nombre, y por su grande esfuerço, Estos dos combatieron larga pieça, Con gran fuerça de golpes denodados, Y descargando el baruaro la maça, Con furia arrebatada fue saliendo, El gallardo Español con tal destreza, Que la hizo pedazos el membrudo, Traiendo el golpe en vano, y sin prouecho, Sobre vna grande piedra que aferrada, Estaua con el muro poderoso, Con cuio buen sucesso, y con que vido, Que por el suelo casi le arrastraua, Al saluage la greña que tenia, Por ella le prendio con fuertes garras, Y qual suele euadirse y deslizarse, La suelta anguila, de la fuerte mano, Assi de entre sus fuertes braços vimos, Salir al brauo baruaro guerrero, Lançandole de si, como si fuera, Muy libiana pelota despedida, Con lebantada pala gouernada, De vn poderoso braço fornido, Pasmado el Español de aquel sucesso, Vencido de verguença y corrimiento, De verse de tal pressa dessasido, Assi como libiana y triste sombra, Que sigue al cuerpo opaco, y no se empacha, En la carrera, buelo, y presto curso, Que va sin detenerse assi siguiendo, Al miserable baruaro perdido, Tanta priessa le dio con el espada, Quanta el membrudo alarabe ligero, Con vno y, otro salto le dexaua, Los golpes en el ayre desmentidos, Hasta que por grandissima ventura, Se le vino à meter por vn estrecho, Por donde el muro con aguda punta, Mas de setenta estados derramaua, De terrible vertiente bien cumplidos, Desde cuia alta cumbre poderosa, Estando todo el campo bien atento, Se arrojo aquel indomito guerrero, Con tan vizarro aliento, que suspensos, Los leales coraçones palpitando, A todos nos dexó desatinados, Porque con braça y media bien tendida, No se sintio soldado que quisiesse, Asomar ni poner el rostro firme, Por donde quiso el baruaro escaparse, Y apenas con el gran sobresalto, Le vimos ocupar el duro suelo, Quando el golpe todos arrancamos, A ver el alto y portensoso salto, Que sin pensar el Indio memorable, Alli le acometio en brauo esfuerço, Y qual la gruessa lança despedida, Del poderosos braço que clauada, Quedó temblando entera y bien assida, En aquel gran cauallo que Troianos, Tan por su mal en Troia les metieron, No de otra suerte Pilco valeroso, Quanto pudo blandir la larga lança, Sobre los firmes pies algo perdido, Quedo temblando en tierra bien clauado, Y reboluiendo en si qual suelto pardo, Sacudiendo algun tanto la melena, Con impetu furioso fije corriendo, A campo auierto, por el ancho llano, Donde Diego Robledo con cuidado, Vatiendo con priessa los hijares, De vn ligero cauallo desembuelto, Al puesto le salio con un benablo, De temerario hierro bien tendido, Y vibrando sobre el la fiera diestra, Tres vezes le mojò con que quedaron, Por los gruessos costados poderosos, Seys anchas puertas rojas bien rasgadas, Por donde el cuerpo y alma desdichada, El natural diborcio celebraron, Con no pequeña lastima de aquellos, Que al horrendo espectaculo asistian, Doliendose de verle destroncado, El miserable tiempo que de vida, Lleuaua ya ganado y adquirido, Y por justa justicia prolongado, Passada esta tragedia prodigiosa, Pareceme señor que nos boluarnos, Al fin ventura puesto, donde queda, El pobre General y brauo Bempol, Que como apunto, y queda referido, Qual aquellos illustres Bruto, y Casio, Que quisieron priuarse de la vida, Por solo que se vieron ya vencidos, Assi por no viuir jamas sugetos, El vno fue saliendo à despeñarse, Y el otro a solo dar injusta muerte, A su amada Luzcoija por no verla, En manos de Españoles que pudiessen, Gozar de su belleza malograda, Pues saliendo del grande labirintho, Desesperados, brauos, y furiosos, Desta suerte los dos fueron diziendo, Y como nos quebrantan duros ados, Y tempestad violeta nos perturba, Y à viua sangre y fuego nos molesta, Oprime, rinde, vence, y nos contrasta, Y vosotros infames Acomeses, Sereis horriblemente castigados, Con pena tal, qual es muy bien que venga, Por semejantes animos cobardes, Y a ti Zutacapan, cebil que has sido, Instrumento de tanta desbentura, Sabete que te aguardan y te esperan, Desta maldad y vergonçosa afrenta, Cruelissinios acotes y castigos, Y en los mas sustos dioses confiados, Que les daras de tus inormes culpas, Enmienda muy tardia y fin prouecho, Diziendo esto los dos se diuidieron, Gicombo endereçò para su casa, Que en humo y viua llama estaua embuelta, Y rompiendo las enemigas brasas, Rescoldo, y por las llamas lebantadas, Llego al mismo aposento donde estaua, Su mas querida esposa lamentando, Con gran suma de dueñas y donzellas, Que boqui abiertas todas desogauan, Aliento calidissinio del pecho, Y en las paredes tristes besos clauan, Y entrando dentro no le fue possible, Por los confusos gritos y, lamentos, Y el humo espeso que tendido estaua, Dar con ella, y assi por esta causa, Tomó la puerta, porque todas juntas, Alli se consumasen y abrasasen, Y acercandose el fuego embrauecido, Al misero palacio sin consuelo, Llego en busca del baruaro el Sargento, Con vna buena esquadra de guerreros, Y como el bruto alarabe te vido, Para el alçò los ojos encendidos, Y en muy rabiosa còlera deshechos, Qual corajoso jabali cercado, De animosos lebreles y sabuesos, Tascando la espumosa boca apriessa, Con el colmillo corbo arrienazando, Assi el General brauo se mostraua, Ouiando la salida à los que estauan, Dentro del aposento peligroso, Y assomando Luzcoija el rostro bello, Como aquellos que toman el atajo, Por abreuiar el curso del camino, Assi la pobre baruara afligida, Sugetó la espaciosa y ancha frente, Al rigor de la maça poderosa, Que los dos mas hermosos ojos bellos, Le hizo rebentar del duro casco, Nunca se vio en solicito montero, Contento semejante cuando tiene, La codiciosa caça ya rendida, Como el que el baruaro tomò, teniendo, A su querida prenda ya sugeta, Y de todos sentidos ya priuada, Viendo pues el Sargento la braueza, Del General valiente riguroso, Con fuerça de promesas y razones, Instó por haze del vn fiel amigo, Dandole la palabra de soldado, Y fee de cauallero bien nacido, De reduzir sus causas de manera, Que el solo gouernase aquella fuerça, Por vuestra Magestad sin que otro alguno, Mas que don Iuan en ella le mandase, Y qual si fuera mas que viua brasa, Que al tiempo de morirse y apagarse, Enciende mas su luz y la descubre, Assi el furioso vdolatra sangriento, Risueño y al desgaire le responde, Ya no me puedes dar mayor disgusto, Que vida estando aquesta ya difunta, Mas si quereis hazerme vn buen partido, Dejadme combatir con seys, o siete, Los mejores soldados de tu campo, Y matame tu luego que no es justo, Negar este partido tan pequeño, A mi que ves ya tan de partida, Y mas hare por ti, pues ves que es fuerça, Que todas estas mueran abrasadas, Que salgan todas libres deste incendio, Sin que vna sola quede por mi cuenta, Y viendo aquesta causa mal parada, Por estas y otras cosas que passaron, Mandó que Simon Perez le tirase, Dandose mucha priessa vn buen valazo, Y sin que fuesse visto ni entendido, Dio con el pobre General en tierra, En fea amarillez el rostro embuelto, Y luego que acabó y quedó difunto, Atonitas las baruaras que tuuo, Abochornadas casi sin sentido, Vertiendo arroyos de sudor hiruiendo, Auiertos todos los cerrados poros, Y las fogosas bocas y narizes, Satisfaciendose de solo el ayre, A grande priessa todas escaparon, Y porque el brauo Bempol me da priessa, Sera bien gran señor desocuparme, Por ver aquel diabolico destino, Que lleuò quando quiso desasirse, Desde difunto pobre, y diuidirse.

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