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CANTO SEGVNDO Como se aparecio el demonio a todo el campo, en figura de vieja, y de la traça que tuuo en diuidir los dos hermanos, y del gran mojon de hierro que assento para que cada qual conociesse sus estados Qvando la Magestad de Dios aparta, Del catholico vando algun rebaño, Señal es euidente y nadie ignora, Que aquello lo permite su justicia, Por ser aquel camino el menos malo, Que pudieron lleuar sus almas tristes, Y assi como a perdidos miserables, Y de la santa Iglesia diuididos, Marchando assi estos pobres reprouados, Delante se les puso aquel maldito, En figura de vieja reboçado, Cuya espantosa y gran desemboltura, Daua pauor y miedo imaginarla, Truxo el cabello cano mal compuesto, Y qual horrenda y fiera notomia, El rostro descarnado macilento, De fiera y espantosa catadura, Desmesurados pechos, largas tetas, Hambrientas, flacas, secas y fruncidas, Nerbudos pechos, anchos y espaciosos, Con terribles espaldas bien trabadas, Sumidos ojos de color de fuego, Disforme boca desde oreja a oreja, Por cuyos labrios secos desmedidos, Quatro solos colmillos hazia fuera, De vn largo palmo corbos fe mostrauan, Los braços temerarios, pies y piernas, Por cuyas espantosas coiunturas, Vna ossamenta gruessa rechinaua, De poderosos nerbios bien assida, Y assi como nos pintan y nos muestran, Del brauo Atlante la feroz persona, Sobre cuyas robustas y altas fuerças, El graue incomparable assiento y peso, De los mas lebantados cielos cargan, Por lo mucho que dellos alcançaua, En la curiosa y docta Astrologia, Assi esta feroz vieja judiciaria, Afirman por certisimo que truxo, Encima de la fuerte y gran cabeça, Vn graue inorme passo (sic) casi en forma, De concha de tortuga lebantada, Que ochocientos quintales excedia, De hierro bien mazizo y amasado, Y luego que llegò al forastero, Campo, y le tuuo atento, y bien suspenso, Con lebantada voz desenfadada, Herguida la ceruiz assi les dijo: No me pesa esforçados Mexicanos, Que como brauo fuego no domado, Que para su alta cumbre se lebanta, No menos seays mouidos y llamados, De aquella braua alteza y gallardia, De vuestra insigne ilustre y noble sangre, A cuya heroica Real naturaleza, Le es proprio y natural el gran desseo, Con que alargando os vais del patrio nido, Para solo buscar remotas tierras, Nueuos mundos tambien nueuas estrellas, Donde pueda mostrarse la grandeza, De vuestros fuertes braços belicosos, Ensanchando por vna y otra parte, Assi como el soberbio mar ensancha, Las hondas poderosas y las tiende, Por sus tendidas Plaias y Riberas, Que assi se esparza tienda y se publique, Por todo lo criado y descubierto, La justa adoración que se le deue, Al principe supremo y poderoso, Del tenebroso aluergue que buscamos, Y para que tomeis mejor el punto, Qual presurosa jara que se arranca, Para el opuesto blanco que se opone, Notad la voluntad que es bien se cumpla, De aqueste gran señor que aca me embia, Ya veis que la molesta edad cansada, De vuestro noble padre caro amado, Tiene su Real persona tan opresa, Desgraciada, cuitada y afligida, Que mas no puede ser en este siglo, Y que ya su vegez enferma y cana, A la debil decrepita a venido, Boluiendose a la tierna edad primera, Y para que los mas de sus estados, Qual vn veloz cometa que traspone, No queden por su fin v triste muerte, Sin natural señor que los ampare, Es forçoso que luego vno buelua, Y el otro siga de su estrella noble, El prospero distino y haga assiento, No donde vieron fuera de los hombros, Los antiguos Romanos destroncada, La cabeça de quel varon difunto, Ni donde la gran piel del buei hermoso, Tan gran tierra ocupò que fue bastante, A encerrar dentro de sus largas tiras, Los leuantados muros de Cartago, Mas donde en duro y solido peñasco, De christalinas aguas bien cercado, Vieredeis vna Tuna estar plantada, Y sobre cuias gruessas y anchas hojas, Vna Aguila caudal bella disforme, Con braueça cebando fe estuuiere, En vna gran culebra que a sus garras, Vereys que esta rebuelta y bien assida, Que alli quiere se funde y se lebante, La metropoli alta y generosa, Del poderoso estado señalado, Al qual expresamente manda, Que Mexico Tenuchtitlan se ponga, Y con aquesta insignia memorable, Leuantareis despues de nueuas armas, Y de nueuos blasones los escudos, Y porque la cobdicia torpe vicio, Del misero adquirir suele ser causa, De grandes disensiones y renzillas, Por quitaros de pleytos y debates, Serà bien señalaros los linderos, Terminos y mojones de las tierras, Que cada qual por solo su gouierno, A de reconocer fin que pretenda, Ninguno otro dominio mas ni menos, De lo que aqui quedare señalado, Y lebantando en alto los talones, Sobre las fuertes puntas afirmada, Alçò los flacos braços poderosos, Y dando a la monstruosa carba buelo, Assi como si fuera fiero rayo, Que con grande pauor y pasmo assombra, A muchos, y los dexa sin sentido, Siendo pocos aquellos que lastima, Assi con subito rumor y estruendo, La portentosa carga soltò en vago, Y apenas ocupò la dura tierra, Quando temblando y toda estremecida, Quedò por todas partes quebrantada, Y assi como acabò qual diestra Cirçe, Alli desuanecio fin que la viesen, Señalando del vno al otro polo, Las dos altas coronas lebantadas, Y como aquellos Griegos y Romanos, Quando el famoso Imperio diuidieron, Cuio hecho grandioso y admirable, El Aguila imperial de dos cabeças, La diuision inmensa representa, De aquesta misma fuerte traza y modo, La poderosa tierra diuidieron, Y assi como pelota que con fuerça, Del poderoso braço y ancha pala, Resurte para atras y en vn instante, Tan presto como viene vemos buelue, Assi con fuerte bote el campo herido, Con lo que assi la vieja les propuso, La retaguardia toda dio la buelta, Para la dulze patria que dexauan, Por la parte del Norte riguroso, Y para el Sur fue luego prosiguiendo, La banguardia contenta le da usana, Auiendose los vnos y los otros, Tiernamente abraçado y despedido, Y como aquella aguja memorable, Que por grande grandeza y marauilla, Oy permanece puesta y assentada, En la bella Ciudad santa de Roma, A la vista de quantos verla quieren, No de otra suerte assiste y permanece, El gran mojon que alli quedò plantado, En altura de veinte y siete grados, Con otro medio, y no vbo ningun hombre, De todo vuestro campo que atajado, Pasmado y sin sentido no parase, Considerando aquella misma historia, Y por sus mismos proprios ojos viendo, La grandeza del monstruo que alli estaua, Al qual no se acercauan los cauallos, Por mas que los hijares les rompian, Porque vnos se empinauan y arbolauan, Con notables bufidos y ronquidos, Y otros mas espantados resurtian, Por vno y otro lado rezelosos, De aquel inorme peso nunca visto, Hasta que cierto Religiosos vn dia, Celebrò el gran misterio sacrosanto, De aquella Redención del vniuerso, Tomando por Altar al mismo hierro, Y dende entonces vemos que se llegan, Sin ningun pauor, miedo, ni rezelo, A su estalage aquestos animales, Como a lugar que libertado ha sido, De qual que infernal furia desatada, Y como quien de vista es buen testigo, Digo que es vn metal tan puro y liso, Y tan limpio de orin como si fuera, Vna refina plata de Copella: Y lo que mas admira nuestro caso, Es que no vemos genero de veta, Horrumbre, quemazon ó alguna piedra, Con cuia fuerça muestre y nos paresca, Auerse el gran mojon alli criado, Porque no muestra mas señal de aquesto, Que el rastro que las prestas Aues dejan, Rompiendo por el aire sus caminos, O por el ancho mar los sueltos pezes, Quando las aguas claras van cruzando, Y aquesta misma historia que he contado, Sabemos gran señor que se pratica, En lo que nueua Mexico llamamos, Donde assi mismo fuimos informados, Ser todos forasteros y apuntando, De aquellos dos hermanos la salida, Al passar clan indicio se quedaron, Sus padres y mayores y señalan, Al lebantado norte donde dizen, Y afirman ser de alla su decendencia, Y dizen que contienen sus mojones, Gran suma de naciones diferentes, En lenguas, leies, ritos, y costumbres, Los vnos muy distintos de los otros, Entre los quales cuentan Mexicanos, Y Tarascos con gente de Guinea, Y no parando aqui tambien afirman, Auer como en Castilla gente blanca, Que todas son grandezas que nos fuerçan, A derribar por tierra las columnas, Del non Plus Vltra infame que lebantan, Gentes, mas para rueca y el estrado, Para tocas, vainicas, y labores, Que para gouernar la gruessa pica, Generoso baston, y honrrada espada, Y auer salido destas nueuas trierras, Los finos Mexicanos nos lo muestra, Aquella gran Ciudad desbaratada, Que en la nueua Galicia todos vemos, De gruessos edificios derribados, Donde los naturales de la tierra, Dizen que la plantaron y fundaron, Los nueuos Mexicanos que salieron, De aquesta nueua tierra que buscamos, Desde Cuios assientos y altos muros, Con todo lo que boja nueua España, Hasta dar en las mismas poblaciones, De lo que nueua Mexico dezimos, Quales van los solicitos rastreros, Que por no mas que el viento van sacando, La remontada, casa que se esconde, Assi la cuidadosa soldadesca, A mas andar sacaba y descubria, Desde los anchos limites que digo, Patentes rastros, huellas, y señales, Desta verdad que vamos inquiriendo, A causa de que en todo el despoblado, Siempre fuimos hallando fin buscarla, Mucha suma de loça, mala y buena, A vezes en montones recogida, Y otras toda esparcida y derramada, Que esto tuuieron siempre por grandeza, Los Reyes Mexicanos que dezimos, Porque la mas vagilla que tuuieron, Fue de barro cozido, y luego al punto, Que del primer seruicio se quitaua, Todo lo destroçauan y quebrauan, Y dentro de las mismas poblaciones, Todos los mas de vuestro campo vimos, Algunos edificios y pinturas, De antiguos Mexicanos bien sacadas, Y assi como por brujula descubre, El buen tahur la carta desseada, Assegurando el resto que ha metido, Assi con estas piritas y señales, Seguros assentamos todo el campo, En el gustoso aluergue descubierto, Tomando algun descanso que pudiesse, Esforçar y alentar alguna cosa, Los fatigados cuerpos quebrantados, Del peso de las armas trabajosas, Por manera señor que aqui sacamos, Que esta es la noble tierra que pisaron, Aquellos brabos viejos que salieron, De la gran nueua Mexico famosa, Por quien el peregrino Indiano dize, Que muy pocos la quieren ver ganada, Y con mucha razón nos desengaña, De verdad tan patente y conocida, Porque para ensanchar los altos muros, De nuestra santa Iglesia y lebantarlos, Son muchos los llamados, y muy pocos, Aquellos a quien vemos escogidos, Para cosa tan alta y lebantada, Mas dexemos aquesta causa en vanda, Que pide larga historia lo que encubre, Cerrando nuestro canto mal cantado, Con auer entonado todo aquello, Que de los mas antiguos naturales, A podido alcançarle y descubrirse, Acerca de la antigua decendencia, Venida, y población de Mexicanos, Que para mi yo tengo que salieron, De la gran China, todos los que habitan, Lo que llamamos indias, mas no importa, Que aquesto por agora aqui dexemos, Y porque vuestra gente Castellana, A quien parece corta la grandeza, De todo el vniuerfo que gozamos, Para pisarla toda, y descubrirla, Por si misma alcanço vna grande parte, De aqueste nueuo Mundo que inquirimos, Adelante diremos quales fueron, Y quienes pretendieron la jornada, Sin verla en punto puesta y acabada.

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