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Datos principales


Desarrollo


Sacrificios de hombres Por honra y servicio del ídolo del fuego celebraban la fiesta que llaman Xocothueci, quemando hombres vivos. En Tlacopan, Coyouacan, Azcapuzalco, y otros muchos pueblos, levantaban la víspera de la fiesta un gran palo rollizo como mástil; lo hincaban en medio del patio o a la puerta del templo; hacían aquella noche un ídolo con toda clase de semillas, lo envolvían en mantas benditas, y lo liaban para que no se deshiciese, y por la mañana lo ponían encima del palo. Traían luego muchos esclavos de guerra o comprados, atados de pies y manos; los echaban en una grandísima hoguera que para tal efecto tenían ardiendo; y medio asados, los sacaban del fuego, y los abrían y sacaban los corazones, para hacer las otras solemnidades; bailaban tras esto durante todo el día alrededor del palo, y por la tarde derribaban el mástil con su dios en tierra; cargaba luego tanta gente por coger algún granillo o migaja del ídolo, que muchos se ahogaban. Creían que comiendo de aquello los hacia hombres valientes. En la fiesta de Izcalli sacrificaban muchísimos hombres y todos esclavos y cautivos, en reverencia del dios del fuego. La principal ceremonia era vestir a un prisionero los vestidos del dios del fuego, y bailar mucho con él, y cuando estaba cansado lo mataban también como a sus compañeros. Donde más cruelmente solemnizan esta fiesta es en Cuahutitlan; aunque no lo celebran cada año, sino de cuatro en cuatro años. En las vísperas de esta fiesta hincaban seis árboles muy altos en el patio, para que todos los viesen, y los sacerdotes degollaban a dos mujeres esclavas delante de los ídolos en lo alto de las gradas; las desollaban enteras y, con sus caras, les hendían los muslos y, les sacaban las canillas.

Al día siguiente por la mañana volvían todos al templo a los oficios; subían dos hombres principales del pueblo a lo alto, y se vestían los cueros de aquellas desolladas; cubrían sus caras con las de ellas, como máscaras; tomaban sendas canillas en cada mano, y muy paso a paso bajaban las gradas, pero bramando. Estaba la gente como atónita de verlos bajar así, y todos a voz en grito decían: "Ya vienen nuestros dioses, ya vienen nuestros dioses, ya vienen". Al llegar al suelo tañían los atabales, huesos y bocinas, y ataban a cada uno de los enmascarados sendas codornices sacrificadas, por unos agujeros que les hacían en los cueros del brazo de las muertas; y muchos pliegos de papel pintados, y pegados uno con otro, en fila, y prendidos de las espaldas. Iban estos dos hombres bailando por todo el pueblo, y en cada puerta y esquina les echaban codornices, como en ofrenda, sacrificándolas; cogían las codornices, que eran infinitas, se las cenaban los dos revestidos, y los sacerdotes y hombres principales del pueblo con el señor; la razón por que había tanta codorniz era porque venían a la fiesta con mucha devoción los de la comarca, y hasta de diez y más leguas aparte. Aspaban también el mismo día seis presos en guerra; los empicotaban en lo más alto de los seis árboles que habían puesto el día antes; los asaeteaban luego muchos flecheros, derribaban los árboles, y se hacían mil pedazos los huesos, y así como estaban los sacrificaban, sacándoles el corazón y haciendo las otras ceremonias que suelen; los arrastraban después, y en fin los degollaban. De la manera que mataban éstos, mataban otros ochenta y aun ciento aquel mismo día, y todos de seis en seis; jamás se oyó semejante crueldad. Dejaban a los sacerdotes las cabezas y corazones que comiesen o enterrasen, y se llevaban los cuerpos a casa de los señores, y al día siguiente tenían banquete con ellos y grandes borracheras. También sacrificaban más allá de Jalisco hombres a un ídolo como culebra enroscada, y quemándolos vivos, que es lo más cruel de todo, y se los comían medio asados.

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