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MEMORIAL 52 Señor. El Capitán Pedro Fernández de Quirós. Bien sabe el mundo que V.M. es fiel a Dios, celosísimo de su honra y muy deseoso de dilatar su Iglesia Santa por toda la redondez de la tierra. Sabe que con grandes gastos de hacienda propia envía copia de ministros del Evangelio a predicar a las gentes más remotas. Sabe cuánto V.M. se precia de los títulos de Rey Cathólico y defensor de la fé. En suma, sabe que son estas las obras y los renombres de que V.M. más se gloría. Bien sé yo los oficios de piedad cristiana y los del valor que hizo y hace el prudente Consejo de Estado, por asegurar el derecho que todas las gentes del Austro, nacidas y por nacer, tienen al cielo; y también los de justicia para conmigo, que ha setenta y siete meses que estoy en esta Corte pidiendo despacho de un sí o un no, y doscientos y veinte y nueve que porfío porque aquellas almas no se pierdan y se ganen todos los otros infinitos bienes que tantas veces representé, advertí y recordé. Si tal rescate o tal empresa hubiera de costar muchos millones de oro, y muchos millares de hombres, como algunas que son su sombra, y no hiciera señas ciertas con millones de tesoros para el cielo, y un retorno de muy crecidas riquezas para la tierra, parece que en caso tal vez pudiera buscar el achaque que no se había de hallar para dejar tantas almas a las puertas del infierno, a donde están y estarán clamando a Dios por su remedio, y pidiéndole venganza de quien se lo niega o retarda.

Son tan pías, tan terribles y tan firmes éstas y las otras razones que di, y las que más puedo dar, y las conveniencias son tantas, y tantas las obligaciones valientes que ya ponen el puñal a los pechos de la conciencia, de la reputación, de la seguridad, de los provechos, de la escuela de cuidado, y gastos de dinero, y gente, y tan poco lo que pido a tal potencia, que no puedo persuadirme a que V.M. no dará a aquellas almas, de caridad, mi despacho, para ir a socorrerlas en tiempos y en nombre de V.M., cuya ha de ser la honra, gloria y fama, y los trabajos mi premio. V.M. debe saber lo mucho que perdí y pierdo, porque V.M. o pierda lo menos de lo que se deje entender, y mis obras en esta obra, y las que deseo y prometo en confianza de Dios. Debe estimar mis avisos y la impotencia de ellos y el celo conque los di. Debe querer oír si me quejo de las mercedes que me hizo o de los agravios que me hacen. Debe hacerme justicia muy entera por ser éste su real oficio. Debe salvar de peligro la honra de Dios, que pleiteo, y librar de olvido la conversión que pretendo, y de los dichos y hechos de enemigos de la verdad católica. Debe para este fin darme licencia que busque quien me ayude antes que muera. Debe creer de mí que no es falta de paciencia sino sobra de celoso sentimiento. Debe advertir que a ser menos fuera infidelidad y crueldad que cesara con todos aquellos inocentes, y conmigo, y aún con la misma piedad. Debe tener memoria de lo mucho que padecí y padezco vanamente en su defensa y dolerse de celos, que se condenan, y de mí en la guerra que mis deseos me hacen, y es tan cierto que nada me satisfará sino despacho para ir en esta flota, o desengaño claro y liso.

Debe leer y considerar muchas veces todo lo de este capítulo y dar el remedio que digo, con no baja voz sino a gritos. Confieso que en estos profundos mares me anego tantas veces cuantas por ellos navego, considerando parte por parte la grandeza e importancia de esta empresa y tales modos de ofrecer y justificar, y tal no quererse admitir la protección de muchos muy grandes reinos poblados y ricos y con su flor, que trae Dios por medio mío; y tantas más cuantas veo que pidiendo sin dinero su beneficio me lo niegan. No sé yo quien es tan poderoso ni por qué lo ha de ser no siendo suyo ese mundo, que es (de) Dios, ni aquellas almas, que son de su creador, y de V.M. el querer y el poder, conque es razón doblada me despache en la forma que más le agradare o me despida con presteza. Mire V.M. que en el mundo hay reyes y príncipes, y muchos, y muy santos, sabios, prudentes, valientes, prácticos, valerosos y ricos hombres a quienes Dios quisiera pudiera encaminar esta causa, y en ella ayudarlos hasta aquí y hasta el fin, y que con ser esto así fue servido de encaminarla a mí, sin merecer lo mínimo della; por lo que debo no contentarme con menos que con toda buena correspondencia, cuésteme lo que me costare. También sé que hay infinitos varones de las referidas calidades y partes, que por no tener en qué emplearse gastan la vida en deseos y en esperanzas, y mueren en ellas o en casas muy desiguales a sus grandes merecimientos. También sé que no es mucho que yo que no valgo nada, gaste y acabe la vida en la mayor obra que hubo, ni hay, ni habrá de este género, como ya lo demostré y de nuevo me ofrezco a demostrarlo.

Mire V.M. que sé muy bien las muchas obligaciones ajenas para con ella, y para conmigo, que digo y vuelvo a decir que la justicia que pido, y me niegan, vale para cinco imperios: el del cielo, el del Austro, el de Oriente, el de Occidente y éste de Europa; conque está visto y revisto con infinito valor unos daños infinitos y unas infinitas ofensas hechas a Dios y a V.M., y a todos los interesados en general, y porque mejor se vea y no se pueda alegar ignorancia en cosa alguna, muestro aquí sola mi parte, salvo la que tengo obrada, y hablo con mis contrarios, o por mejor decir, de esta obra, y digo a todos digan que de tierras y gentes incógnitas hubiera ya descubierto si me ayudaran de veras, y aunque fuera de burlas o me dejaran buscar quien me ayudare a cuantas ciudades de gobierno concertado se habría dado principio, qué de fábricas y haciendas estarían hechas y gozados los frutos de ellas, qué de comercios por la mar, qué de concursos por tierra, qué de secretos sabidos, qué de cosas entendidas, qué de provechos conseguidos para mí si estos me llevaran..., qué de honra y fama ganada si la buscara, qué de grandiosos y lucidos servicios hechos a Dios por muy pocas personas y por la mía que estimara en más el menor de ellos que toda la tierra y mar con sus riquezas, qué de conversiones, qué de almas salvas, qué de obras de misericordia y de caridad ejecutadas muy de atrás, y quizás muchos milagros y mártires para más esplendor de nuestra Santa Madre Iglesia, y más firmeza del Austro y de sus gentes que me deben y deberán de cosas tan justas como piadosas, y que poca pena les da este su tan grande empeño, sabiendo que no me pueden satisfacer la menor parte, y que todo junto lo han de pagar a Dios y a V.

M., a quien quitan de las manos un nuevo Mundo de bienes, y a mí que nada me diera no verlos en cien mil años si lo que suena aquí no estuviera de por medio Dios, principal, y las almas, quiero decir que una sola hora no lo sufriera, cuanto más ciento y sesenta y seis mil (!) que ha que duro penando por mares y por tierras, por cortes, patios, corredores y puertas de tribunales y ministros con grandes descomodidades; digo sufriendo y contantando a hombres, y conquistando sin dinero y sin poder y sin favor sus voluntades, siendo algunas muy peores que de demonios de los infiernos. Y porque me dijeron que ciertos religiosos dicen que la conversión del Austro debe ser hecha a lo apostólico y mandárseme escriba mi parecer; en razón de esto digo sean ellos los primeros que se ofrezcan a ir sin perder tiempo, que yo me ofrezco a guiarlos con presteza y bonísima voluntad, y brindarles acá y allá cuanto alcanzaren mis fuerzas hasta morir, a donde y como ellos murieren, conque los unos y otros abandonaremos nuestros dichos y probaremos la intención. A los que han estado en Indias del Occidente y dicen lo mismo, digo que muestren puesto en altar diciendo misa, o subido en púlpito predicando, o en escuelas enseñando o disputando o Papa o Cardenal o Arzobispo o menor Prelado o mártir o confesor canonizado por la Iglesia Romana, un solo indio de los muchos que en ciento y veinte y dos años doctrinaron y enseñaron en tierra de paz o de guerra, o hechas por ellos otras finezas cristianas, en suma, que la vida de uno sea digna de envidiarse, o por política, o por añosa o por ejemplar, o algo menos que yo los mostraré a todos faltos de estas excelencias y sobrados de consumadas miserias, y de gemir y llorar noches y días todas sus vidas, cuyo remedio he mostrado fácil y sin costa alguna, si lo quieren admitir, y a los que dicen no son capaces, digo lo dicho en otros muchos mis escritos, a que me remito, y más diré si quieren que nos veamos.

La conversión por armas no la pretendo, pero son muy necesarias para representar poder, que es un medio tan eficaz, cuanto lo he bien mostrado. Esto, para detener el ímpetu de la multitud de aquellos gentiles a quienes dijo el demonio, antes que fuésemos a descubrirles se defendiesen de nosotros que los íbamos a matar, y para amparar a los que de ellos fueren cristianos y defender a nosotros y a ellos de cualquier enemigo de la tierra, suyos o nuestros, o de Inglaterra o Holanda que aportaren a ella. Este, pues, me parece el camino real que debe ser seguido para poderse conseguir copiosa y seguramente todo lo que allí se pretende sembrar y coger, así espiritual como temporal. Aquellas tierras son muy grandes, sus gentes muchísimas, y todas las que están en las orillas, y las de más adentro y las más remotas, tienen una misma necesidad y corren un mismo peligro y caen en un mismo daño, cual es la perdición de sus almas, cuyo socorro no sufre dilación de un día ni de un momento. Demás de esto, no hay en ellas universidades, ni imprentas, ni los otros instrumentos y medios con que la ignorancia se destierra y se alcanzan las artes y las ciencias que son las raíces, troncos, ramas, flores y frutos de la divina y humana policía y de su duración; quiero decir que aquel edificio es grandísimo y que de pocos obreros, sin todos los aparejos, serán pocas y tardas las obras de los géneros, y que si mueren serán menos, y que todo lo edificado se caerá, no habiendo quien lo sustente, y esto lo ha de hacer el comercio.

Para tal conversión eran más necesarios los doce apóstoles de Cristo Nuestro Redentor, que el mismo Señor escogió y doctrinó y enseñó y animó y les dijo lo que había de suceder y lo que habían de hacer. El Espíritu Santo descendió sobre ellos, llenólos de su gracia, confirmólos en ella, dióles don de lenguas, abrasólos en su divino amor y de los hombres y al fin hizo Dios por medio dellos muchos y muy grandes milagros y otras obras maravillosas que hoy vemos. Lo que pretendo, soy un muy grande ignorante y mayor pecador; soy sólo, y sólo abrasado a la fe; los clérigos y los capuchinos y los otros religiosos de S. Francisco, y otras órdenes que quieren ir a aquellas gentes, tienen letras y virtud; los seglares son personas de mucha satisfacción y a propósito, y lo son los hermanos de Juan de Dios. Yo fío que la Magestad Divina los ayudará a todos: ayúdenos V.M. como puede, pues esto y mucho más debe hacer por Nuestro Señor, que tantas mercedes hace, y confiar en su divina providencia y de los modos suaves y eficaces que tengo prevenidos y demostrados, muchas veces, con pretexto de que allá al pié de la obra y con las manos en ella se ha de ver y considerar y acordar y ejecutar cristiana y prudentemente cuanto fuere posible de nuestra parte. Mire V.M. la obligación que tiene de mandar se haga la tal conversión por su cuenta, o dejármela procurar por cuenta de Dios, cuya honra roba el demonio con ganancia de todas aquellas almas. Mire V.

M. que como Dios sustenta diez mil conventos con trescientos mil y más frailes de San Francisco, también me dará y sustentará los pocos obreros que busco para la Viña del Austro, que no es menos suya ni le va menos en ella, y ella por sí sola es muy bastante a sustentar millones de ellos. Mire V.M. que lo que Dios ha de estimar, y los hombres alabar, y a V.M. lucir y aprovechar y durar, es el dinero que de buena voluntad y presteza gastare en esta Santa jornada, y aquí está el merecer. Mire V.M. que tal empresa no promete menos que doblar la Iglesia Católica y la monarquía propia y asegurar a las dos. Mire V.M. que la protección de un nuevo Mundo, y el disfrutarlo es muy barato por quinientos mil ducados, y que si por gastarse menos quieren aventurar, lo más de ella, sean cuatrocientos o trescientos o doscientos o ciento o nada, que es todo cuanto barato puede ser, y no es caro de valde; un hombre práctico que casti... desea que en todas aquellas tierras se sirva Dios, así como lo manda y quiere y se salven las almas de todos sus naturales y las nuestras no se condenen. Mire V.M. que por no desamparar tal Santa obra estoy aquí penando cuanto Dios sabe, y las gentes parte. Mire V.M. que lo que pido son las mercedes que Dios me hizo, son mis trabajos, es mi justicia, es desengaño o des acho, con juramento que si al cielo pudiera ir, al cielo fuera a pedirlo a Dios, ya que en la tierra no puede, ni puedo hacer más a ley de fiel cristiano y de leal vasallo, que ir de mi Rey, de quien tengo diez firmas, a quien por ella pido su palabra real, a mi Pontífice de quien tengo cuatro breves, y de mi Pontífice a mi Rey, a quien serví y quiero servir con la verdad que hasta aquí. ¿Hasta cuándo he de esperar? ¿O cuándo se ha de cantar esta dichosa victoria y gloriosamente triunfar del enemigo común que tan ayudado se halla y tan triunfante lo veo, y tan señor y apoderado está de aquellas almas del cargo de V.M.? A quien suplico por el valor de todas juntas y por lo mucho que Dios las ama y obró por ellas, las rescate con el dinero, o sin dinero, presto, presto, presto. Para lo que rogué, sufrí, asistí (dejo la ingratitud) bien han sido necesarias las consideraciones cristianas y los discursos que hice envueltos en el amor de la Patria y servicio de V.M., a quien suplico me despache bien o mal. O en el Austro o por el Austro.

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