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Cómo envió Cortés a descubrir la costa de Nueva España por el mar del Sur Cuando Cortés tuvo algo de reposo, le requirieron presidente y oidores que dentro de un año enviase armada a descubrir por el mar del Sur, conforme a la instrucción y conveniencia que traía del Emperador, hecha en Madrid a 27 de octubre del 29, y firmada por la emperatriz doña Isabel; donde no, que su majestad contrataría con otra persona. Tanto hicieron esto por alejarlo de México, como porque cumpliese lo que había capitulado con el Emperador; que bien sabían que tenía siempre muchos carpinteros y navíos en el astillero; pero querían que él mismo fuese allá. Cortés respondió que así lo haría. Metió, pues, mucha prisa a dos naos que se estaban construyendo en Acapulco. Entre tanto, anduvo un sarampión, que llamaron zauatlepiton, que quiere decir lepra chica, a razón de las viruelas que les pegó el negro de Pánfilo de Narváez, según ya se dijo; y murieron de él muchísimos indios. Fue también enfermedad nueva y nunca vista en aquella tierra. Cuando las naos se terminaron, las armó Cortés muy bien de gente y artillería; las llenó de vituallas, armas y rescates. Envió como capitán de ellas a Diego Hurtado de Mendoza, primo suyo. Se llamaban las naos, una de San Miguel y otra de San Marcos. Fueron, por tesorero Juan de Mazuela, por veedor Alonso de Molina, maestre de campo Miguel Marroquino, alguacil mayor Juan Ortiz de Cabex, y por piloto Melchor Fernández. Salió Diego Hurtado del puerto de Acapulco el día de Corpus Christi del año 1532.

Siguió la costa hacia poniente; que así estaba concertado. Llegó al puerto de Jalisco, y quiso tomar agua, no por necesidad, sino por llenar las vasijas que hasta allí habían vencido. Nuño de Guzmán, que gobernaba aquella tierra, envió gente a que les prohibiesen la entrada, o por ser de Cortés, o porque nadie entrase en su jurisdicción sin su licencia. Diego Hurtado dejó el agua, y pasó adelante unas doscientas leguas costeando lo más y mejor que pudo. Se le amotinaron muchos de su compañía; los metió en uno de los navíos, y los envió a Nueva España para ir descansado y seguro. Con el otro navío prosiguió su ruta; pero no hizo cosa que de contar sea, que yo sepa, aunque navegó y estuvo mucho tiempo sin que de él se supiese. La nave de los amotinados tuvo a la vuelta tiempo contrario y falta de agua; y así, le fue forzoso, aunque no quisieran los que dentro venían, surgir en una bahía que llaman de Banderas, donde los naturales estaban en armas por algunos tratamientos no buenos que los de Nuño de Guzmán les habían hecho. Tomaron los nuestros tierra, y sobre tomar agua riñeron. Los contrarios eran muchos, y mataron a todos los españoles de la nao, pues no escaparon más que dos solamente. Cortés, en cuanto lo supo, se fue a Tecoantepec, villa suya, que esta en México a ciento veinte leguas. Preparó dos navíos que sus oficiales acababan de hacer, los abasteció muy cumplidamente, y envió como capitán de uno a Diego Becerra de Mendoza, natural de Mérida, y por piloto a Fortún Jiménez, vizcaíno; y del otro a Hernando de Grijalva, y piloto a un portugués que se decía Acosta; creo que partieron año y medio después que Diego Hurtado.

Iban con tres finalidades: a vengar los muertos, a buscar y socorrer a los vivos, y a saber el secreto y término de aquella costa. Estas dos naos se perdieron una de otra la primera noche que se hicieron a la vela, y nunca más se vieron. Fortún Jiménez se concertó con muchos vizcaínos, así marineros como hombres de tierra, y mató a Diego Becerra estando durmiendo. Debió de ser que riñeron, e hirió malamente a algunos otros. Arribó con la nao a Motín. Tomó agua, y fue de allí a dar en la bahía de Santa Cruz. Saltó a tierra, y le mataron los indios con otros veinte españoles. Con estas nuevas fueron dos marineros a Chiametlan de Jalisco en el batel, y dijeron a Nuño de Guzmán que habían hallado mucha muestra de perlas. Él fue allá, preparó aquella nao, y envió gente en ella a buscar las perlas. Hernando de Grijalva anduvo trescientas leguas por el noroeste sin ver tierra; y por eso echó luego al mar a ver si hallaría islas, y tropezó con una, que llamó Santo Tomas, porque tal día la descubrió. Estaba, según él dijo, despoblada y sin agua por la parte que entró. Está a veinte grados. Tiene muy hermosas arboledas y frescura, muchas palomas, perdices, halcones y otras aves. En esto pararon aquellas cuatro naos que Cortés envió a descubrir.

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