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Capítulo XXIII De la villa de San Marcos de Arica Más adelante de la infelice ciudad de Arequipa está la villa y puerto de San Marcos, en el valle de Arica, doscientas y cuarenta leguas de la Ciudad de los Reyes. El nombre de Arica, refieren indios antiguos, que le vino por el famoso capitán Apocamac, el cual, habiendo estado mucho tiempo en el Reino de Chile guerreando, dio la vuelta hacia el Cuzco con parte de su ejército victorioso y, llegando a este valle, hizo alto por algunos días y, para dar aviso de lo que en Chile le había sucedido, envió delante a un hermano suyo capitán. Como ellos no sabían leer ni escribir, usaban en lugar de escritura de sus quipus que, como tenemos dicho, son unos cordeles muy galanos y bien hechos y en ellos enviaban tantos nudos grandes como pueblos habían conquistado, y en otros pequeños el número de indios vencidos, y en un cordón negro los que en la guerra habían muerto. Cuando se despidió de Apocamac su hermano para ir al Cuzco, le dijo en su lengua: ¿señor, habéis hecho el quipu que tengo de llevar al Ynga? Entonces Apocamac lo sacó de una chuspa y le dijo: arica, que quiere decir en nuestra lengua: sí, toma. Está el puerto ochenta leguas de la villa Imperial de Potosí y, como el dinero, barras y tejuelos, que del Rey y particulares se bajaba para la Ciudad de los Reyes, lo llevasen con excesivo trabajo, gran costa y dilación de tiemo al puerto de Chule, que está diez y ocho leguas de Arequipa y cuarenta de Arica, el virrey don Francisco de Toledo, teniendo noticia de su buen puerto, y con cuánta más comodidad, menos gasto y tierno se pondría allí la plata y se embarcaría para Lima, mandó al maese de campo Pedro de Valencia, hombre práctico y entendido, le poblase, y dio título de villa de San Marcos, como está dicho.

El temple que tiene es enfermo, por ser calidísimo y abundante de muchas frutas, cuyo desorden en el comer acarrea muchas enfermedades. Hase ido aumentando en grande extremo por causa de la contratación y ser una escala riquísima de navíos, que todos los que vienen de Chile le reconocen, y lo más de las mercaderías que de la Ciudad de los Reyes suben a Potosí, van en navíos a descargar en este puerto, de donde en récuas de mulas y de carneros de la tierra, por caminos ásperos y fragosos, suben ochenta leguas a Potosí, y desde allí vuelven cargadas de barras a embarcarse en él, y así es muy rico y de mucha contratación. Hay en él vicario y un convento de religiosos de Nuestra Señora de la Merced, y tiene en él Su Majestad un fuerte con artillería y casa de munición, donde hay arcabuces, picas y otras armas para la defensa del fuerte y de la villa, porque siempre todos los navíos de corsarios ingleses que han pasado desta mar llegan a reconocerle y a ver si hay en su puerto algún navío que llevarse o si hallan disposición de hacer daño y saltar en tierra y robarle. Francisco Draque, que fue el primero, el año de mil y quinientos y setenta y nueve, hizo toda la fuerza posible, pero el maese de campo Pedro de Valencia, con harto poca gente que entonces en él había, como pueblo que se empezaba a poblar, y casi sin armas, se lo defendió, y lo mismo a Thomas Candix, otro inglés corsario, el año de mil y quinientos y ochenta y cinco quiso entrar en él.

El año de mil y quinientos y noventa y nueve, otro corsario llegó al pueblo y procuró llevarse un navío que en él había, pero la artillería del fuerte y el mismo maese de campo se lo defendieron y destrozaron una lancha. El año de mil y seiscientos y cuatro, víspera de Santa Catherina, cuando dijimos que en la ciudad de Arequipa sucedió aquel terrible temblor que la asoló, vino la misma ruina por este puerto de Arica, que derribó las más casas dél y, habiendo pasado y entendido que la furia había cesado, la mar agitada y movida de las olas, salió con un ímpetu espantable de los límites ordinarios que en aquella costa tiene y, embistiendo con las casas, acabó de asolar lo que quedaba y aún con mayor daño que el pasado, porque, al retraerse a su lugar, se llevó tras sí todos los bienes muebles, alhajas, cajas con barras, oro y vestidos y las cosas preciosas que en ellas había, y dejó la villa arruinada, pobre y triste, y muchos hombres que estaba ricos en un momento se vieron pobres y desastrados. El que tenía muchas vestiduras que mudarse, se halló desnudo y con necesidad, que así suelen ser las vueltas y revueltas deste mundo en pocas horas. El mismo daño que hizo la mar en esta villa hizo en Camaná, donde salió casi media legua, y arruinó infinitas heredades de viñas y olivares, sacándolas de raíz, llevándoselas a la mar. Hase tornado a poblar esta uilla de San Marcos de Arica, en otro puesto cercano al que de antes tenía, pero más sano y de mejor temple, por estar más descubierto y desenfadado para gozar de los aires y mareas suaves de la mar, que limpian y purifican toda la costa, y así no hay las enfermedades que solían dar a los nuevos en él y que venían de fuera. Todos los años, por el mes de marzo, salen de este puerto dos navíos de Su Majestad, cargados de barras suyas y de mercaderes para Lima, y que se llevan a España desde aquí. Va corriendo la costa, y se pasa por el frigidísimo despoblado de Atancama, y se llega a la ciudad de La serena, la primera del Reino de Chile del cual no es nuestra intención tratar.

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