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Desarrollo


CAPÍTULO XIV De los sacerdotes y oficios que hacían En todas las naciones del mundo se hallan hombres particularmente diputados al culto de dios verdadero o falso, los cuales sirven para los sacrificios, y para declarar al pueblo lo que sus dioses les mandan. En México hubo en esto extraña curiosidad, y remedando el demonio el uso de la Iglesia de Dios, puso también su orden de sacerdotes menores, y mayores y supremos, y unos como acólitos y otros como levitas. Y lo que más me ha admirado, hasta en el nombre parece que el diablo quiso usurpar el culto de Cristo para sí, porque a los supremos sacerdotes, y como si dijésemos sumos pontífices, llamaban en su antigua lengua papas los mexicanos, como hoy día consta por sus historias y relaciones. Los sacerdotes de Vitzilipuztli sucedían por linajes de ciertos barrios diputados a esto. Los sacerdotes de otros ídolos eran por elección u ofrecimiento desde su niñez al templo. Su perpetuo ejercicio de los sacerdotes era inciensar a los ídolos, lo cual se hacía cuatro veces cada día natural: la primera en amaneciendo; la segunda al medio día; la tercera a puesta del sol; la cuarta a media noche. A esta hora se levantaban todas las dignidades del templo, y en lugar de campanas, tocaban unas bocinas y caracoles grandes, y otros unas flautillas, y tañían un gran rato un sonido triste, y después de haber tañido, salía el hebdomadario o semanero, vestido de una ropa blanca como dalmática, con su inciensario en la mano, lleno de brasa, la cual tomaba del brasero o fogón que perpetuamente ardía ante el altar, y en la otra mano una bolsa llena de incienso, del cual echaba en el inciensario; y entrando donde estaba el ídolo, inciensaba con mucha reverencia.

Después tomaba un paño y con la misma, limpiaba el altar y cortinas. Y acabado esto, se iban a una pieza, juntos, y allí hacían cierto género de penitencia muy rigurosa y cruel, hiriéndose y sacándose sangre, en el modo que se dirá cuando se trate de la penitencia que el diablo enseñó a los suyos. Estos maitines a media noche jamás faltaban. En los sacrificios no podían entender otros sino sólo los sacerdotes, cada uno conforme a su grado y dignidad. También predicaban a la gente en ciertas fiestas, como cuando de ellas se trate diremos; tenían sus rentas y también se les hacían copiosas ofrendas. De la unción con que se consagraban Sacerdotes, se dirá también adelante. En el Pirú se sustentaban de las heredades, que allá llaman chácaras, de sus dioses, las cuales eran muchas y muy ricas.

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