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Datos principales


Desarrollo


Capítulo XCI En que se pone una ficción y suceso de un pastor Acoytapia, con Chuquillanto hija de el Sol Por concluir con las relaciones tocantes a estos indios, y sucesos que los antiguos cuentan de algunos de que ellos hacen memoria, para pasar adelante a las ceremonias y costumbres de este Reino, quiero poner en este lugar una ficción de que algunos hacen mucho caso y muestran memorias de ella. No muy lejos de la ciudad del Cuzco, que son unos cerros llamados Saua Siray y Pitusiray, que están junto a los pueblos de Guaillabamba y Calaca, en que dicen se convirtieron un pastor, por nombre Acoitapia, y una ñusta de las que estaban consagradas al Sol, llamada Chuquillanto, y lo tienen por tradición. En esta cordillera y sierra nevada, que está encima del valle de Yucay (cuatro leguas del Cuzco), famoso por sus muchas huertas y recreaciones llamada Saua Siray, guardaba el ganado blanco del sacrificio, que los Yngas ofrecían al Sol. Un indio, natural de los Lares, llamado Acoitapia, el cual mozo, dispuesto y de gallardo entendimiento, andaba tras su ganado todo el día, y cuando el ganado descansaba, también el pastor lo hacía tocando una flauta suave y dulcemente, en que era muy diestro, no sintiendo cosa que le diese pena, ni que le alterase su contento con disgustos ni pesares, de cuidados propios ni ajenos. Sucedió un día, cuando con más descuido estaba tocando la flauta, y recreándose con los acentos de ella, una cosa que de todo punto le metió en hartos cuidados, y fue que a él llegaron las dos hijas del Sol, que en toda la Sierra tenían lugares donde acogerse y guardas en todos los contornos.

Podían estas hijas del Sol espaciarse por toda la Sierra, y regocijarse en los prados y fuentes de ella, pero en llegando la noche se recogían a su casa, en cuya entrada las guardas y porteros las miraban, y cataban si llevaban alguna cosa que dañar las pudiese. Llegaron súbitamente adonde el pastor cantaba, preguntándole por el ganado y el pasto dónde lo traía. Como llegaron de repente al pastor, y él nunca las había visto, quedó admirado de tan rara belleza y hermosura; como eran dotadas las dos ñustas, y turbado se hincó de rodillas delante de ellas, entendiendo que no eran cosa humana, ni en el ser humano cabía tanta belleza, y con la turbación no les respondió palabra. Ellas, conociendo en su semblante lo que en su pecho tenía, le dijeron que no temiese, que ellas eran las hijas del Sol, tan celebradas en toda aquella Sierra y, por más asegurarle, le tomaron del brazo haciéndole que se sentase y preguntándole otra vez por su ganado. El venturosos pastor, alentado con la afabilidad de las ñustas, se levantó, besándoles las manos, y de nuevo admirándose de la hermosura y donaire de ellas y, a lo que le preguntaron, respondió con unas razones tan poco compuestas, causado del espanto y novedad, que ellas también se espantaron de ello. Y la mayor, llamada Chuquillanto, que de la gracia y disposición de Acoitapia se había pagado, y aun aficionado extrañamente, por entretenerse le hizo diversas preguntas, cómo era su nombre, de dónde era natural y quién eran sus parientes.

A todo satisfizo el pastor, algo más asegurado. Estando en estas razones, puso Chuquillanto los ojos en un tirado de plata que el pastor tenía encima de la frente, llamado entre los indios canipu, el cual resplandecía y hacía unos visos graciosos, y vio en el pie dos aradores muy sutiles y, mirándolo de más cerca, vio que los aradores estaban comiendo un corazón. Agradada de ello le preguntó Chuquillanto que cómo se llamaba aquel tirado de plata, Acoitapia le respondió que se llamaba Utussi, el cual vocablo hasta ahora no se ha podido alcanzar su verdadera significación, y es de notar que lo que comúnmente llaman canipu él le dijese se nombraba Utussi. La ñusta, habiéndolo visto muy despacio, se lo volvió y aún con él su corazón, y se despidió del pastor, llevando muy en la memoria el nombre del plumaje y el de los aradores. Iba pensando cuán delicadamente estaban dibujados, y al parecer vivos, comiendo el corazón y aún a ella se lo roían y consumían. Y en todo el discurso del camino no trató otra cosa con su hermana sino de la gentileza y talle de el pastor, y la mucha gracia con que tocaban su flauta y de sus razones, hasta que llegaron a sus palacios y morada, donde las ñustas hijas del Sol tenían su habitación. A la entrada, los porteros y guardas las cataron y miraron con diligencia si llevaban alguna cosa consigo, porque refieren que, algunas veces, sucedió a algunas ñustas de aquéllas llevar a sus galanes metidos en los chumpis, que aca llamamos fajas, y otras en las cuentas de las gargantillas que se ponían en las gargantas, y recelosos de esto los porteros las miraban con mucho cuidado.

Entradas en los palacios hallaron las mujeres del Sol que las aguardaban para cenar, teniendo guisadas muchas diferencias de comidas, que ellas usaban en ollas de fino oro. Chiquillanto, con el desasosiego que en su corazón llevaba, no quiso cenar con su hermana y las demás, sino luego se metió en su aposento, diciendo que venía molida y cansada de andar por la sierra, y a la verdad la memoria del pastor la molía y fatigaba más que el cansancio, que de muy buena gana tornara salir luego y andar por la sierra, a trueque de gozar de su vista. Las más cenaron y Chuquillanto, retirada en su aposento, un tan solo punto no podía sosegar, que el corazón ardía en vivas llamas, y con la soledad las aumentaba y crecían a más andar, y ya deseaba el día, y la noche le parecía larga y penosa. Luchando con el nuevo amor, y con la tuerza que en su pecho hacía por desecharlo al principio, se quedó dormida con algunas lágrimas que bañaban su rostro. Había en esta morada, dedicada a solas las hijas y mujeres del Sol, palacios grandes y suntuosos, y en ellos infinitos aposentos ricamente labrados, y en ellos vivían las mujeres e hijas del Sol dichas, traídas de las cuatro provincias sujetas al Ynga, y en que dividió su extendido reino, llamadas Chichai Suyo, Conti Suyo y Colla Suio y Ante Suyo. Y para estas cuatro diferencias de mujeres había cuatro fuentes de agua clara y cristalina, que salían y traían su curso de las cuatro partes dichas, y en esa fuente se bañaban las naturales de la parte donde corría.

Llamábanse las fuentes la de Chinchai Suio, que estaba a la parte del occidente, Sulla Puquío, que significa fuente de guijas, y la otra se llamaba Llullu Chapuquío, que significa fuente de ovas, y estaba a la parte oriental, que se dice Colla Suio; la otra, hacia la parte de septentrión, se decía Ocorura Puquío, fuente de berros, que es Conte Suio, y la de hacia el mediodía se llamaba Siclla Puquío, que quiere decir fuente de ranas, que es Anti Suyo. En estas fuentes se bañaban las que hemos dicho que dedicadas al sol moraban en aquella casa. La hermosa Chuquillanto, metida en un profundo sueño, parecíales que veía un ruiseñor volar y mudarse de un árbol en otro, cantando suavemente, y con su dulce armonía la entretenía y, después de haber cantado, se le vino a poner en sus faldas, y la empezó a hablar, diciéndole que era la causa porque estaba triste y a ratos suspirando, que no tuviese pena ni imaginase en cosa que se la pudiese causar; y la ñusta le respondía que sin duda muy presto acabaría su vida, si no le daba remedio a su mal, y el ruiseñor le respondió que él se le daría muy conforme a su gusto, que le dijese la ocasión de su tristeza, a lo cual Chuquillanto, brevemente, le decía el mucho amor que había cobrado al pastor Acoitapia, guarda del ganado blanco de su padre el Sol, y que muy presto vería su muerte si no le veía y, por otra parte, si fuese sentida de las mujeres de el Sol, su padre, la mandaría matar su padre. Entonces el ruiseñor le dijo que no le causase aflicción aquello, que se levantase y pusiese en medio de las cuatro fuentes y allí cantase lo que más en memoria tenía, y que si las cuatro fuentes concordasen en el canto, respondiéndole lo mismo que ella cantase, que seguramente podía hacer lo que quisiese.

Y diciendo esto el ruiseñor se fue y la ñusta, despavorida, despertó espantada del sueño y, a grandísima prisa, se comenzó a vestir y, como toda la gente de la casa estuviese en profundo sueño sepultada, tuvo lugar, sin ser sentida, de levantarse, y fuese y púsose en medio de las cuatro fuentes y empezó a cantar, acordándose de los aradores y tirado de plata en el cual estaban comiendo el corazón, que dijimos, y decía suavemente, micuc, usutu, cuyuc, utussi cusin, que significa: arador que estás comiendo el utussi que se menea dichoso es, y luego comenzaron las cuatro fuentes, unas y otras, a decirse lo mismo a gran prisa, respondiendo a la ninfa con mucha conformidad y consonancia, de que la ñusta quedó contentísima, pareciéndole que no había más que desear, pues todo correspondía a su deseo y las fuentes se le mostraban favorables. Así se volvió a su aposento lo poco que de la noche quedaba, deseando la luz del día por ver a su querido pastor Acoitapia.

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