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Capítulo VII De cómo los primeros religiosos que pasaron a la conquista deste reino occidental del Perú, fueron los de la Sagrada religión de Nuestra Señora de las Mercedes, Redención de cautivos, y del fruto que en él hicieron con su doctrina y predicación Antes que trate del gobierno espiritual deste reino del Perú, quiero poner aquí quiénes fueron los primeros religiosos, y los que plantaron la fe con su buena doctrina y predicación y, aunque por ser tan averiguado que la parte en causa propia suele dejarse llevar de el amor propio, como cada día nos lo muestra la experiencia, por esto, y por otras razones que por la prolijidad no expreso, quise pasar en silencio quiénes fueron los primeros religiosos que en la conquista deste reino del Perú se hallaron, y los que la fruta temprana (de árboles hasta entonces infructíferos, y de quien siempre se tuvo poca esperanza que la llevase con tanta abundancia) ofrecieron al cielo. Pero, acordándome de que, preguntándole a un filósofo cuál fuese la mayor hazaña que un hombre pudiera hacer en este mundo, y de su respuesta tan célebre cuan digna de memoria, pues con sobrado acuerdo respondió: que el menosprecio del amor propio, fue fuerza que con esto me animase, prometiendo hacerme hazañoso en este caso, llevando por blanco la verdad de que no fuera posible apartarme, por ser tantos los que la saben, que pudieran con facilidad condenar mi atrevimiento. De lo que es ser testigo me desisto, porque al fin es causa propia.

Seránlo aquellos que, acordándose de que no sólo los religiosos de mi Santa Orden de Nuestra Señora de las Mercedes pretenden ser redentores de los cuerpos, pasando tantos trabajos restauradores de las almas, dan mil gracias a Nuestro Señor y a su benditísima Madre que, así como tuvo el hijo, natural redentor, quiere que los adoptivos gocen deste nombre. Estos, pues, y todos los que tuvieron o tienen alguna noticia del tiempo en que se descubrió este reino occidental del Perú, son buenos testigos de que los primeros que pasaron a plantar el Santo Evangelio en él, fueron los religiosos de Nuestra Señora de las Mercedes, entre los cuales florecieron los muy reverendos Padres Fray Sebastián de Ricafonte, Fray Martín de Miranda, Fray Thomás Galdín, Fray Lorenzo Galindo, Fray Sebastián de Castañeda, Fray Miguel de Orennes, Fray Francisco Jiménes, Fray Juan de Roa, Fray Alejo Daza, Fray Andrés Vela, Fray Miguel Moreno, Fray Antonio de Ávila, Fray Juan Pérez, Fray Gabriel Carrera, Frai Melchor Hernández, autor del catecismo de la lengua, que se mandó imprimir en el Concilio de Lima, y otros muchos religiosos, cuyos nombres no los pongo aquí, porque serían infinitos, aunque también he alcanzado a saber de muchos antiguos deste reino, que entre estos varones apostólicos se halló nuestro Padre Fray Francisco de Obregón, que por su gran celo fue Provincial desta provincia del Cuzco, que es lo menos que mereció su virtud y religiosa vida. Juntos, pues, estos varones ilustres, viviendo en un alma y un corazón en Dios, fundaron un convento, que fue el primero, fuera de los que habían fundado en los pueblos grandes, ocho leguas del Cuzco, que comúnmente llaman la puente de Accha, y los indios, Cusi Pampa.

Moviendo Dios sus corazones, acordaron cuán poco fruto se podía hacer viviendo en comunidad, y que así será bien para su santa pretensión el repartirse por aquellas provincias. ¿Quién con esto deja de traer a la memoria la repartición que los apóstoles hicieron, para cumplir el precepto que nuestro Maestro Christo les dio de que predicasen el evangelio por todo el mundo?. De aquí, sin duda, les nació esta determinación, tomando ejemplo de los primeros apóstoles. Estos, que podemos llamar segundos en la predicación y primeros en toda esta tierra, después de repartidos conforme se había determinado en sus juntas, donde se puede presumir que presidió el divino espíritu, empezaron, en nombre del Señor, a hacer el fruto que después se verá, dando luz a aquellas almas que estaban sumergidas en el abismo y tinieblas de la idolatría. Con aspereza llevaron, al principio, aquellos indios de las provincias comarcanas la predicación del Evangelio, o por ver que se les vedaban todas supersticiones y vicios, o porque el demonio, que en sus oráculos respondía pronosticando su perdición, les amonestaba que no lo recibiesen. A todo esto sobrepujó el buen ejemplo y santa vida destos religiosos, pues siempre procuraron predicar más con obras que con palabras, por lo cual se bautizaron muchos, recibiendo la fe tan de veras, que ya se juntaban el día del Santísimo Sacramento, la Semana Santa y las demás fiestas principales con todos los religiosos a celebrarlas, acudiendo con gran devoción y puntualidad, en particular a las disciplinas y procesiones que en tales días se hacen, quedando desde entonces con esta costumbre, teniéndolo más por regalo que por penitencia.

De manera que en muy breve tiempo todas las provincias comarcanas del Cuzco recibieron el santo Evangelio de tal modo, que ya con gran fervor acudían a la iglesia a oír misa de que fueron muy devotos y, aun viendo la vida que aquellos santos varones hacían, dieron en hallarse en muchas particulares disciplinas y en otros ejercicios espirituales, llevados del buen ejemplo que es el que más suele mover los corazones. Con esto, y con la predicación continua, en la cual fueron puntuales siempre, comenzaron a bautizar gran número de gente, de la cual tuvieron noticia de muchas idolatrías que quitaron, derribando huacas, sepulturas, adoratorios y mochaderos, quitando muchos abusos de sueños, cantos de aves, alaridos de perros y otros inumerables, que hasta el día de hoy les duran a algunos. Hubo predicador que con su doctrina fue poderoso, para que los indios destas provincias y, en particular, chilques y mascas y chumbivilcas, que al presente son doctrinas desta sagrada religión, de sus propia voluntad manifestasen muchos ídolos que estaban ocultos, en quien éstos adoraban, y donde el demonio respondía. En lugar dellos tomaron gran devoción a la cruz y, en particular, en la conquista de la ciudad del Cuzco, por haber sucedido un milagro con una, como se dirá a su tiempo, la cual está en la iglesia mayor, y hace muchos milagros, y con la sacratísima Reina de los Ángeles, patrona y señora nuestra, y con el bautismo y agua bendita. Este, según tradición, fue el Padre Fray Sebastián de Ricafonte.

Por esto, y por otras cosas, se echará muy bien de ver el celo con que estos santos varones entraron a predicar el santo Evangelio, pues, no contentos con publicarlo entre la gente que ya estaba de paz, entró el Padre Fray Diego Martínez, que antes fue clérigo y después de esta sagrada religión, a los chunchos, indios de guerra, y doctrinó en las provincias de Pariamona y Paitite y Collao y Lucapas apostólicamente, sin interés de salario ni de otra cosa alguna, corriendo por todas ellas. Traía un carnero de la tierra de diestro, sobre el cual llevaba el ornamento, por desocupar las manos para el cáliz y crismeras. Entre esta gente estuvo algunos años, en los cuales, querer significar el fruto que hizo, sería comenzar otro libro de nuevo. Después de esto, por su devoción, movido del celo y de la obediencia, a instancia de nuestro muy reverendo Padre maestro Fray Juan de Bargas, primer provincial destas provincias del Perú, entró segunda vez, donde bautizó infinita gente, y entre ella a Turano, principal y cacique de todos los chunchos. Resultó desta ida, por haber puesto así en los pueblos como en los caminos cruces, y haber reducido tanta gente a la fe, que, no pudiéndolo sufrir, el demonio les persuadió por sus huacas a que lo echasen de aquella tierra como lo hicieron, dándole escolta de gente, porque los demás no le hiciesen daño, con orden de que lo dejasen en el pueblo de Camata, que es al entrar de los chunchos. Parece que fue permisión divina, pues, estando en aquel lugar este varón santo, vino a ser causa que los españoles, que entraron por los Andes del Cuzco, con los que entraron por este dicho pueblo, encontrándose en la tierra dentro de los chunchos, por sus necias porfías no se matasen. Entre esta gente iban por capellanes del Real el Padre Fray Miguel de Trujillo y Fray Juan Montesino, de mi sagrada religión, que como había pocos de los demás, eran siempre capellanes, aunque después hicieron tan gran fruto los religiosos de la orden de los Predicadores, los del seráfico Padre San Francisco, los de nuestro Padre San Agustín, y los de la compañía de Jesús, que sería menester un entendimiento angélico para poderlo contar. Sólo diré cómo son los jardines, que, plantados en el Perú, dan flores agradables para el cielo, y por parecerme que con esto habrá noticia del reino del Perú, trataré en el capítulo siguiente de las demás provincias.

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