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Desarrollo


Capítulo octavo Del lenguaje y afectos que usavan cuando oravan al dios de la pluvia, llamado Tláloc, el cual tenían que era señor y rey del paraíso terrenal, con otros muchos dioses sus subjectos, que llamavan tlaloque, y su hermana, llamada Chicomecóatl, la diosa Ceres. Esta oración usavan los sátrapas en tiempo de seca para pedir agua a los arriba dichos. Contiene muy delicada materia. Están espresos en ella muchos de los errores que antiguamente tenían ¡Oh, señor nuestro humaníssimo y liberal dador, y señor de las verduras y frescuras, y señor del paraíso terrenal, oloroso y florido, y señor del encienso o copal! ¡Ay dolor, que los dioses del agua, vuestros subjectos, hanse recogido y ascondido en su recogimiento, los cuales suelen dar las cosas necessarias y son servidos con ulli y con yiauhtli y con copal, y dexaron ascondidos todos los mantenimientos necessarios a nuestra vida, que son como piedras preciosas, como esmeraldas y zafiros! Y lleváronse consigo a su hermana, la diosa de los mantenimientos, y también se llevaron consigo la diosa del chilli o axí. ¡Oh, señor nuestro, dolor de nosotros que bivimos, que las cosas de nuestro mantenimiento por tierra van! Todo se pierde y todo se seca. Parece que está empolvoriçado y rebuelto con telas de arañas por la falta de agua. ¡Oh, dolor de los tristes maceguales y gente baxa! Ya se pierden de hambre; todos andan dessemejados y desfigurados. Unas ojeras traen como de muertos; traen las bocas secas como esparto, y los cuerpos que se le pueden contar todos los huesos, bien como figura de muerte.

Y los niños todos andan desfigurados y amarillos, de color de tierra; no solamente aquellos que ya comiençan a andar, pero aun también todos los que están en las cunas. No hay nadie a quien no llegue esta aflicción y tribulación de la hambre que agora hay, hasta los animales y aves padecen gran necessidad por razón de la sequedad que hay. Es gran angustia de ver las aves; unas de ellas traen las alas caídas y arrastrando de hambre, y otras que se van cayendo de su estado, que no pueden andar, y otras las bocas abiertas de sed y hambre. Y los animales, señor nuestro, es gran dolor de verlos que andan azcadillando y cayéndose de hambre, y andan lamiendo la tierra de hambre; andan las lenguas colgadas y las bocas abiertas, carleando de hambre y de sed. Y la gente toda pierde el seso y se mueren por la falta del agua; todos perecen sin quedar nadie. Es también, señor, gran dolor de ver toda la haz de la tierra seca. Ni puede criar ni producir las yervas ni los árboles ni cosa ninguna que pueda servir de mantenimiento. Solía como padre y madre criarnos y darnos leche con los mantenimientos, yervas y frutas que en ella se criavan, y agora todo está seco, todo está perdido. No parece sino que los dioses tlaloques lo llevaron todo consigo y lo escondieron donde ellos están recogidos en su casa, que es el paraíso terrenal. ¡Señor nuestro, todas las cosas que nos solíades dar por vuestra largueza con que bivíamos y nos alegrávarnos, y que son vida y alegría de todo el mundo, y que son preciosas como esmeraldas y como zafiros, todas estas cosas se nos han ausentado y se nos han ido! Señor nuestro, dios de los mantenimientos y dador de ellos, humaníssimo y piadosíssimo, ¿qué es lo que havéis determinado de hazer de nosotros? ¿Havéisnos, por ventura, desamparado del todo? ¿No se aplacará vuestra ira y indignación? ¿Havéis determinado que se pierdan todos vuestros siervos y vasallos, y que quede despoblado y desolado vuestro pueblo y reino o señorío? ¿Está ya determinado, por ventura, que esto se haga? ¿Determinóse en el cielo y en el infierno? ¡Oh, señor, siquiera cocededme esto, que los niños inocentes que aún no saben andar y los que están aún en las cunas sean proveídos de las cosas de comer, porque bivan y no perezcan en esta necesidad tan grande! ¿Qué han hecho los pobrezitos para que sean afligidos y muertos de hambre? Ningunas ofensas han hecho, ni saben qué cosa es pecar, ni han ofendido a los dioses del cielo ni a los del infierno.

Y si nosotros hemos ofendido en muchas cosas y nuestra ofensas han llegado al cielo y al infierno, y lo hedores de nuestros pecados se han dilatado hasta los fines de la tierra, justo es que seamos destruidos y acabados. Ni tenemos qué dezir, ni con qué nos escusar, ni con qué resistir a lo que está determinado contra nosotros en el cielo y en el infierno. Hágase; perdámonos todos; y esto con brevedad, porque no suframos tan prolixa fatiga, que más grave es lo que padecemos que si estuviéremos en el fuego quemándonos. Cierto, es cosa espantable sufrir la hambre, que es assí como una culebra que con desseo de comer está tragando la saliva y está carleando demandando de comer, y está bozeando por que le den comida. Es cosa espantable ver el agonía que tiene, demandando de comer. Es esta hambre tan intensa como un fuego encendido que está echando de sí chispas o centellas. Hágase, señor, lo que muchos años ha que oímos dezir a los viejos y viejas que passaron: caya sobre nos el cielo y desciendan los demonios del aire llamados tzitzimites, los cuales han de venir a destruir la tierra con todos los que en ella habitan, y para que siempre sean tinieblas y escuridad en todo el mundo, y en ninguna parte haya habitación de gente. Esto los viejos lo supieron y ellos lo divulgaron, y de mano en mano ha venido hasta nosotros, que se ha de cumplir hazia la fin del mundo, después que ya la tierra estuviere harta de producir más criaturas. ¡Señor nuestro, por riquezas y passatiempos tendremos que esto venga sobre nosotros! ¡Oh, pobres de nosotros! Tuviérades ya por bien, señor, que veniera pestilencia que de presto nos acabara, la cual plaga suele venir del dios del infierno.

En tal caso, por ventura, la diosa de los mantenimientos y el dios de las mieses hovieran proveído de algún refrigerio con que los que muriessen llevassen alguna mochila para andar el camino hazia el infierno. Oxalá esta tribulación fuera de guerra, que procede de la impresión del sol, la cual él despierta como fuerte y valeroso en la tierra, porque en este caso tuvieran los soldados y valientes hombres, fuertes y belicosos, gran regozijo y plazer en hallarse en ella, puesto que allí mueren muchos y se derrama mucha sangre y se hinche el campo de cuerpos muertos y de huesos y calaberas de los venzidos, y se hinche la haz de la tierra de cabellos de las cabeças que allí se pelan cuando se pudren. Y esto no se teme con tener entendido que sus almas van a la casa del sol, donde se haze aplauso al sol con bozes de alegría y se chupan las flores de diversas maneras con gran delectación, donde son glorificados y ensalçados todos los valientes y esforçados que murieron en la guerra. Y los niños chiquitos y tiernos que mueren en la guerra son presentados al sol muy limpios y polidos y resplandecientes como una piedra preciosa. Y para ir su camino a la casa del sol, vuestra hermana, la diosa de los mantenimientos, los provee de la mochila que han de llevar, porque esta provisión de las cosas necessarias es el esfuerço y ánimo y el bordón de toda la gente del mundo, y sin ella no hay bivir. Pero esta hambre con que nos afligís, ¡oh, señor nuestro humaníssimo! es tan aflictiva y tan intolerable que los tristes de los maceguales no lo pueden sufrir, ni soportar, y mueren muchas vezes estando bivos.

Y no solamente este daño siente la gente toda, pero también todos los animales. ¡Oh, señor nuestro piadosíssimo, señor de las verduras y de las gomas y de las yervas olorosas y virtuosas! Suplícoos tengáis por bien de mirar con ojos de piedad a la gente de este vuestro pueblo, reino o señorío, que ya se pierde, ya peligra, ya se acaba, ya se destruye y perece todo el mundo; hasta las bestias y animales y aves se pierden y acaban sin remedio ninguno. Pues que esto passa ansí como digo, suplícoos os tengáis por bien de embiar a los dioses que dan los mantenimientos y dan las pluvias y temporales, y que son señores de las yervas y de los árboles, para que vengan a hazer sus oficios acá al mundo. Abrase la riqueza y la prosperidad de vuestros tesoros, y muévanse las sonajas de alegría, que son báculos de los señores dioses del agua, y tomen sus cotaras de ulli para caminar con ligereza. Ayudad, señor, a nuestro señor dios de la tierra, siquiera con una mollizna de agua, porque él nos cría y nos mantiene cuando hay agua. Tened por bien, señor, de consolar al maíz y a los etles, y a los otros mantenimientos muy desseados y muy necessarios que están sembrados y plantados en los camellones de la tierra y padecen gran necesidad y gran angustia por la falta de agua. Tened por bien, señor, que resciba la gente este favor y esta merced de vuestra mano, que merezcan ver y gozar de las verduras y frescuras que son como piedras preciosas, que es el fruto y la sustancia de los señores tlaloques, que son las nubes que traen consigo y siembran sobre nosotros la pluvia.

Tened por bien, señor, que se alegren y regozijen los animales y la yervas, y tened, señor, por bien que las aves y pájaros de preciosas plumas, como son el quéchol y çacuan buelen y canten y chupen las yervas y flores. Y no sea esto con truenos y rayos significadores de vuestro enojo, porque si vienen nuestros señores tlaloques con truenos y rayos, como los maceguales están flacos y toda la gente muy dibilitada de la hambre, espantarlos han y atemorizarlos han. Y si algunos están ya señalados para que vayan al paraíso terrenal, heridos y muertos con rayos, sean solos éstos y no más, y no se haga fraude ni daño otro ninguno a la demás gente que andan derramados por los montes y por las cavañas, ni tampoco dañen a los árboles y magueyes y otras plantas que nacen de la tierra, que son necessarios para la vida y mantenimiento y sustento de la gente pobre y desamparada y desechada, que con dificultad pueden haver los mantenimientos para vivir y passar la vida, los cuales andan las tripas vazías y apegadas a las costillas. ¡Oh, señor humaníssimo, generosíssimo, dador de todos los mantenimientos! Tened, señor, por bien de consolar a la tierra y a todas las cosas que biven sobre la haz de la tierra. Con gran suspiro y angustia de mi coraçón llamo y ruego a todos los que sois dioses del agua, que estáis en las cuatro partes del mundo, oriente, occidente, setentrión y austro, y los que habitáis en las concavidades de la tierra, o en el aire, o en los montes altos, o en las cuevas profundas, que vengáis a consolar esta pobre gente y a regar la tierra, porque los ojos de los que habitan en la tierra, ansí hombres como animales y aves, están puestos, y su esperança, en vuestras personas. ¡Oh, señores nuestros, tened por bien de venir!

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