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Desarrollo


Cómo Roldán incitó a los indios del país contra el Adelantado, y se fue con los suyos a Xaraguá Viendo Roldán tan cambiado el fin de su esperanza, y que ninguno de los del Adelantado se iba con él, como había pensado, resolvió marcharse a tiempo y continuar su primer camino a Xaraguá, pues no tuvo valor de esperarle; pero le sobraba lengua para hablar contra él vituperios, y para provocar los indios, por do quiera que pasaba, al odio y a la rebelión contra el Adelantado; diciendo que la causa por que se retiraba de su compañía, era el ser éste un hombre de condición terrible y vengativo, lo mismo con los cristianos que con los indios; avaro en alto grado; insoportable por las muchas cargas y tributos que les echaba, de modo que si le hubiesen pagado ordenadamente la suma que pedía, cada año la aumentaría, aunque esto fuera contra la voluntad de los Reyes Católicos, que no pedían a sus vasallos más que obediencia y libertad, y los mantenían en justicia y en paz; y que si tenían miedo de defenderla, él con sus amigos y secuaces les ayudaría y se declararía su protector y defensor. Dicho esto, acordaron suprimir el pago de aquel tributo que dijimos había sido impuesto a los indios, de donde provino que de los que habitaban lejos de donde estaba el Adelantado, no se podía cobrar nada a causa de la mucha distancia; menos aún se obtenía de los más cercanos, por no darles ocasión de que se enojasen y siguieran el partido de los rebeldes.

Pero esta benevolencia que se tuvo con ellos no fue provechosa, pues luego que salió de la Concepción el Adelantado, Guarionex, que era el cacique principal de la provincia, con el auxilio de Roldán, se atrevió a sitiar la villa y la fortaleza, para matar a los cristianos que la guardaban. Para conseguir mejor esto reunió a todos los caciques parciales suyos y concertó con ellos, secretamente, que cada uno matase los cristianos de su provincia; porque no siendo los pueblos de la Española tan grandes que cada uno pueda sustentar mucha gente, los cristianos se veían obligados a repartirse en cuadrillas o compañías de ocho o diez, en cada lugar; por lo que alentaron esperanza los indios de que, acometiéndoles de improviso a un tiempo, se bastarían para no dejar uno vivo. Pero, como para medir el tiempo o preparar otra cosa en que se necesite contar, ellos no saben números, ni cuentan más que por los dedos, acordaron que el primer día de luna llena cada uno estuviese dispuesto para matar los cristianos. Teniendo el mencionado Guarionex preparados para esto sus caciques, uno de ellos, el principal, deseoso de adquirir honra, y creyendo ser negocio muy fácil, aunque no era buen astrólogo para saber con certeza el día del plenilunio, asaltó la tierra antes del tiempo convenido entre ellos; tuvo que salir huyendo malparado, y pensando encontrar ayuda en Guarionex, halló en éste su ruina, pues lo castigó con la muerte que tenía merecida por dar ocasión a que se descubriese la conjura y estuviesen apercibidos los cristianos.

De este fracaso recibieron no poco dolor los rebeldes, porque, según hemos dicho, era trama que se había urdido con el favor de aquéllos, que se había concertado para ver si Guarionex llevaba el negocio a términos de que, apoyándose en él, pudiesen destruir al Adelantado. Pero visto que esto no salió bien, no se creyeron seguros en la provincia donde estaban, y huyeron a Xaraguá, diciendo a voces que eran protectores de los indios; siendo así que sus obras y sus deseos eran de ladrones, pues no tenían freno alguno, ni de Dios ni del mundo, más que su desordenado apetito; pues cada uno robaba lo que podía, y Roldán, su cabeza, más que todos, pues aconsejaba y mandaba a los principales indios y a todos los caciques que cogiesen cuanto pudieran, pues él defendería a los indios y a los rebeldes del tributo que les pedía el Adelantado, cuando en verdad era mucho mayor lo que con tal pretexto les exigía, pues de un solo cacique, llamado Manicaotex, recibía cada tres meses una calabaza con tres marcos de oro fino, y para tener seguridad de la paga, bajo título de amistad, tenía un hijo y un sobrino de aquél en su casa, Y no se maraville quien lea esto, al ver que deducimos los marcos de oro a medida de calabaza, pues lo hacemos para demostrar que los indios, en este particular, recurrían a la medida, porque no sabían pesar.

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