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CAPITULO II Llámalo Dios para Doctor de las Gentes, solicita Patente para Indias, y consíguela. Se embarca para Cádiz, y lo que sucedió en el camino En el tiempo en que el R. P. Lector Fr. Junípero se hallaba en las mayores estimaciones y aplausos, así en la Religión, como afuera, y que podía esperar los correspondientes honores a sus méritos, fue hecha sobre él la voz Divina llamándolo para Doctor de las Gentes, tocándole el corazón, para que dejando su Patria, Padres, y su santa Provincia, saliese a emplear sus talentos en la conversión de los Gentiles, que por falta de quien les enseñe el camino del Cielo se condenan. No se hizo sordo a esta voz interior del Señor, que encendió en su corazón el fuego vivo de la caridad del prójimo, y le nació de ello unos vivos deseos de derramar su sangre, si necesario fuera, para lograr la salvación de los miserables Gentiles, reviviendo en su corazón aquellos deseos que sentía cuando Novicio, amortiguados por la distracción de los estudios. Pero en cuanto sintió de nuevo la vocación, consultóla con Dios en la oración, poniendo por intercesores a su Purísima Madre, y a San Francisco Solano, Apóstol de las Indias, pidiéndoles, que si era de Dios dicha vocación, tocase el corazón a alguno que lo acompañase en la empresa y tan dilatado viaje. No obstante que S. R. guardaba en lo más secreto de su corazón esta vocación, quiso Dios que de una conversación que oyó el R. P. Lector Fr. Rafael Verger, Catedrático que era entonces de Filosofía, y ala presente Obispo del Nuevo Reino de León, entendiese que un Religioso de la Provincia intentaba salir para las indias a la conversión de los Gentiles.

Luego me lo comunicó (por la estrechez que teníamos) aunque siempre me dijo que no lo sabía cierto, sino que lo infería de una proposición enigmática que oyó, y que no nombraban Sujeto; pero que desde que oyó dicha proposición se habían entrado en su corazón vivos deseos de practicar lo propio, y que si no estuviese amarrado con la Cátedra haría lo mismo: varias ocasiones hablamos los dos del asunto, por lo que se me pegaron los mismos deseos. Hacíamos ambos la diligencia de indagar si era verdad lo que había inferido, y quién fuese el Religioso, y nada pudimos rastrear; no obstante que esto bastaba para desvanecer la especie, sentíamos ambos más y más deseos de venir para las Indias. Yo que me hallaba más libre, para que no se me dificultase por parte de la Provincia, estaba para resolverme y poner la pretensión para la licencia. No quise deliberar sin primero consultarlo con mi amado Padre Maestro y Lector Fr. Junípero Serra. Logrando un día la ocasión de haber venido a la Celda de mi habitación, y que estábamos solos, le comunique lo que sentía en mi corazón, suplicándole me diese su parecer. Al oir mi propuesta se le saltaron las lágrimas, no de pena, como yo juzgué, sino de gozo, diciéndome: "Yo soy el que intento esta larga jornada, mi pena era el estar sin compañero para un viaje tan largo, no obstante que no por esta falta desistiría: acabo de hacer dos Novenas a la Purísima Concepción de María Santísima, y a S. Francisco Solano, pidiéndoles tocasen en el corazón a alguno para que fuese conmigo, si era la voluntad de Dios; y no menos que ahora venía resuelto a hablarle, y convidarle para el viaje; porque desde que me resolví, he sentido en mi corazón tal inclinación a hablarle, que ésta me hizo pensar que V.

R. se animaría. Y supuesto que lo que con tanto secreto he guardado en mi corazón, ha llegado a noticia de V. R. por el conducto que me dice, sin saber quien era, al mismo tiempo que yo pedía a Dios tocase el corazón a alguno, y sentía mi total inclinación a V. R.; sin duda será la voluntad de Dios. No obstante encomendémoselo al Señor, y haga lo mismo que yo he practicado de las dos Novenas, y guardemos ambos el secreto." Así lo practicamos, y concluidas resolvimos seguir la vocación, y correr las diligencias para el efecto. Ingrato fuera si callara lo dicho, pues confieso deber a las oraciones de mi venerado Padre Lector Junípero el verme entre los Misioneros de Propaganda Fide; felicidad tan grande que en sentir de la Venerable Madre es envidiable de los Bienaventurados, como lo escribió dicha Sierva de Dios a los Misioneros de mi Seráfica Religión empleados en la conversión de los Gentiles de la Custodia del Nuevo México, cuya carta copiaré a lo último si tengo lugar, pues es bastantemente eficaz para animar a todos a que vengan al trabajo de la Viña del Señor, y confirma y aprueba el régimen que acostumbramos en estas Misiones. Y así mismo, a su ejemplo, deben todos los demás Religiosos que de dicha Provincia han venido para los Colegios, dicha felicidad, como también la Provincia le debe por el ejemplo de su esclarecido hijo, haber logrado otro tan fervoroso, que después de haber convertido muchísimos Gentiles a nuestra Santa Fe, derramó su sangre, y gustoso rindió la vida, para que se lograse la conversión de los demás; siendo este Martirio de tanta gloria y honor para su Santa Madre, como también el ver otro hijo suyo gobernando la Mitra del Nuevo Reino de León, honrando no sólo a su Provincia, sino a toda la Religión Seráfica; y puede gloriarse, que si se privó de un Junípero, por haberse trasplantado a la América, éste por su fecundidad ha reengendrado y dado a la Iglesia Santa una selva de Juníperos, todos hijos de su apostólico celo (como veremos a su tiempo) que todo redunda en honor de la Provincia, y del Apostólico Colegio de S.

Fernando, jardín a donde lo trasplantó su ejemplar vocación, tan envidiada de aquella, como de toda su Patria admirada, para cuyo seguimiento practicó lo siguiente. Luego que se vió con Compañero escribió a los Rmôs. Comisarios Generales de la Familia y de Indias, pidiéndoles la licencia para pasar a la América a la conversión de los Gentiles: respondió el Rmô. de Indias dificultándolo, porque sólos dos Comisarios había en España de los Colegios de la Santa Cruz de Querétaro y San Fernando de México, y estos con las Misiones ya completas en la Andalucía en vísperas de embarcarse; pero que nos tendría presentes para la primera ocasión: añadiendo, que podría haber inconveniente, por no ser del continente de España. No por esto desistió de su intento el fervoroso Padre Junípero, ni se entibió en la vocación; antes sí repitió Carta a su Rmâ. suplicándole que si por ser de Isla había de haber dificultad, nos facilitase la licencia para incorporarnos a alguno de los Colegios del continente de España, para obviar todo impedimento. En este estado se hallaba la pretensión, cuando se acercaba la Cuaresma del año de 49, que tenía encomendada el R. P. Junípero para predicarla en la Parroquia de su Patria la Villa de Petra; y dejándome encomendado el asunto que estaba en secreto de los dos, se partió para su destino. No se olvidó N. Rmô. Padre Comisario General de Indias Fr. Matías Velasco, de nuestra pretensión, ni omitió diligencia alguna para darnos el consuelo a que aspirábamos; sino que luego que recibió la primera Carta, la despachó a los Comisarios de los citados Colegios, que se hallaban en Andalucía, encargándoles, que si se les desgraciase alguno nos tuviesen presentes.

Llegó tan a buen tiempo la Carta, que de los 33 Religiosos alistados para la Misión de San Fernando, se habían arrepentido cinco, amedrentados de la mar, que jamás habían visto, con cuyo motivo hubo lugar para nosotros. Luego el R. P. Fr. Pedro Pérez de Mezquía, de la Provincia de Cantabria, y Comisario de la Misión, nos despachó por el Correo ordinario las dos Patentes; pero éstas no llegaron: y si hemos de creer al dicho de cierto Religioso grave del expresado Convento de Palma, se perdieron desde la portería hasta la celda de mi habitación. Viendo el P. Comisario de la Misión, que con dichas Patentes no parecíamos, nos remitió otras por conducto extraordinario, que no se pudieron perder. Recibílas el día 30 de Marzo, a tiempo que iba a la bendición de Palmas; y luego que salimos de refectorio (con la bendición y licencia de N. M. R. P. Provincial) caminé para la Villa de Petra; y entregando aquella misma noche la Patente al R. P. Junípero, fue para él de mayor gozo y alegría, que si le hubiera llevado Cédula para alguna Mitra. Tratamos luego el día siguiente de verificar cuanto antes nuestro viaje, y de que fuese con el mayor secreto; y supuesto que faltaban tan pocos días de la Cuaresma, resolvió concluirla: entretanto yo me regresé a la Ciudad en solicitud de embarcación, la que no habiendo hallado para Cádiz, y sí un Paquebotillo inglés, que después de Pascua se hacía a la vela para Málaga, ajusté con su Capitán el pasaporte y dí aviso al R.

P. Junípero, quien después de haber predicado el último Sermón en la misma Parroquia en que había sido bautizado, y despedidose en él de sus Compatriotas (aunque sin expresar nada de su viaje) salió el día tercero de aquella Pascua para retirarse al Convento de la Ciudad, habiendo visitado a sus ancianos Padres, despedidose y tomado la bendición de ellos para volverse, respecto a haber concluido su tarea; a quienes dejó asimismo ignorantes de su determinación, quedando por eso más oculta. El 13 de Abril, que fue aquel año la Domínica in Albis, se despidió de la Comunidad del Convento principal saliendo al refectorio a decir las culpas, pedir perdón a todos los Religiosos, y la bendición al Prelado, que entonces era el mismo que había sido su Lector de Filosofía, siendo secular; y viendo ahora la extraordinaria vocación de su Discípulo, y el grande ejemplo que daba, no sólo al Convento, sino a toda la Provincia, se enterneció tanto, que embargada la voz, casi no pudo articular palabra, reduciéndose aquella despedida más a lágrimas que a voces; con cuyo espectáculo no pudo menos que moverse a ternura aquella gravísima Comunidad, y más cuando vió que el R. P. Junípero fue por último besando los pies de todos los Religiosos, hasta el menor Novicio. Despedidos ya de la Comunidad, caminamos luego para el muelle, y nos embarcamos en dicho Paquebot. Era el Capitán de este Barco un Hereje protervo, y tan provocativo, que en los quince días que duró la navegación hasta Málaga no nos dejó quietud, pues con trabajo podíamos rezar el Oficio Divino, por querer continuamente argüir o altercar sobre dogmas, que aunque no sabía más idioma que el Inglés, y algo del Portugués (en el que medio se explicaba) formaba en éste sus argumentos, y teniendo la Biblia en la mano traducida en su lengua nativa, leía algún texto de la Escritura, que interpretaba a su antojo.

Pero como nuestro Fr. Junípero estaba tan instruído y versado en lo dogmático y sagrada Escritura, lo mismo era percibir su error, y la mala inteligencia del texto que citaba para sostenerlo, que luego le mencionaba otro con que plenamente la deshacía. Leía el Capitán en su mugrienta Biblia, y no hallando por donde evadirse, respondía que estaba rompida la hoja, y que no tenía aquel verso: citábale otro; y era la misma su respuesta: con lo que aunque bien se le conocía quedar confundido y avergonzado; pero nunca se redujo, y quedó obstinado. De esto se siguió el irritarse tan demasiado contra nosotros; y pricipalmente contra mi venerado Fr. Junípero, por ser el que lo confundía, que varias ocasiones nos amenazó con que nos echaría al mar, y se marcharía para Londres. No dudo lo hubiera hecho, a no temer la resulta, pues en una de éllas le dije, que no tenía miedo, pues veníamos seguros por el Pasaporte que había firmado; y que si no nos ponía en Málaga, nuestro Rey pediría al de Inglaterra por nosotros, y su cabeza lo pagaría. No obstante este amago, una noche enfurecido de la disputa que sobre dogmas había tenido con nuestro Padre Lector, llegó a ponerle un puñal a la garganta, con intenciones (al parecer) de quitarle la vida; y si no lo verificó, fue porque Dios tenía reservado a su Siervo para más dilatado martirio, y para la conversión de tantas almas, como después veremos. Tiróse el Capitán en su cama, para sosegar la ira que lo consumía, y por si pasase adelante con sus intentos, cuidó el V.

Padre de despertarme, diciéndome como lleno de gozo: que no era tiempo de dormir, pues podía ser que antes de llegar a Málaga consiguiésemos el oro y plata, en cuya solicitud pasamos a las Indias: refirióme lo sucedido y se desahogó diciendo: "Me queda el consuelo de que jamás le he movido la conversación ni disputa, por ser tiempo perdido; pero me parece, que en conciencia debo responder por el crédito de nuestra Religión Católica." Pasamos la noche en vela, previniéndonos para lo que podía acontecer, animando mi tibieza y pusilanimidad el ardiente celo de mi venerado Padre Lector; pero se contuvo la ira de aquel perverso Hereje, y ni aún en el resto del camino fue tan molesto como antes. A los quince días de navegación, y en el que la Santa Iglesia celebra el Patrocinio del Sr. S. José, llegamos a Málaga: Fuimos luego a parar al Convento de nuestro Seráfico Padre San Francisco de la Provincia de Granada; y en este dio un buen ejemplo el V. P. Junípero, pues no habiendo pasado ni media hora de la llegada, ya fue a Completas y oración, siguiendo así todos los actos de Comunidad los cinco días que allí nos mantuvimos; y pasados éstos nos fuimos (en Javeque) para Cádiz, a cuyo Puerto llegamos el 7 de Mayo.

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