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CANTO VEYNTE Y QVATRO Como se dio la nueua al Gouernador, y de lo que fue sucediendo, hasta llegar à San Iuan de los Caualleros O mas que loca, incierta, debil, y dudosa, Esperança variable de los hombres, Y sus vanos y altiuos pensamientos, Pues que en mitad de la carrera varia, Quando con mas braueça la atropellan, De subito se vnde y zozobran, Primero que en seguro y dulze puerto, Puedan de su barquillo tenue flaco, Dando fondo, aferrar la pobre amarra, Porque como begigas muy hinchadas, Que con agua y jabon los niños tiernos, Por libiano cañuto al ayre esparzen, Que quando mas vistosas y agradables, En vn instante vemos desbanecen, Tan fin rastro de aquello que mostraron, Qual si nunca jamas ouiessen sido, No menos Rey sublime y poderoso, Todas las mas humanas esperanças, Al fin como mortales desbanecen, Y entonces se consumen, y se acaban, Quando dellas estamos mas assidos, Mas prendados, mas firmes, y mas ciertos, Y menos sospechosos de perderlas, Cuia verdad nos muestra y manifiesta, Aqueste claro exemplo que tenemos, Pues auiendonos puesto la fortuna, En la mas alta cumbre de su rueda, Teniendo ya pacifica la tierra, Sin ver gota de sangre derramada, Como nunca jamas se vio parada, Auiendose mostrado laborable, En enemiga buelta fue boluiendo, Dandonos quando menos entendimos, De su mudable fee patente indicio, Y assi llegaron juntos los amigos, Y dando al General la triste nueua, Siendo Casas de vista buen testigo, Para mayor dolor y sentimiento, Del desastrado caso que contaua, Cuio progresso apenas fue acabando, Quando se derribó de su cauallo, Que encubertado todo le traia, Y por sus ojos lagrimas vertiendo, Y el rostro para el Cielo lebantando, Hincadas las rodillas por el suelo, Puestas las manos todo demudado, Assi esforçò la boz desalentada, Hablando à Dios el triste cauallero, Gran señor si la pobre nauezilla, Que aquel grande piloto de tu Iglesia, Quiso y tuuo por bien de encomendarme, La tienes ya por mi aborrecida, Si por mis graues culpas no merece, Le des tu mano santa generosa, Por esta vez suplico la perdones, Y no permitas paguen inocentes, La mucha grauedad de mis delictos, Y si combiene todos zozobremos, A tu voluntad santa podeosa, Estoi aqui sugeto y muy rendido, Mas pues llegando auemos à estas tierras, Suplicote señor que nos aguardes, Suspendiendo el rigor de tu justicia, Y el grande y graue azote que descarga, Y serenando nuestras pobres almas, Gozemos del valor de tu clemencia, Con estas y otras cosas lamentables, Alçandose del suelo sollozando, Tomó el cauallo bien enternecido, Y assi como llegamos al parage, Solo à su tienda quiso recogerse, Hincado de rodillas, y en las manos, Vna Cruz pobre, hecha de dos trozos, Arribos con su corteza mal labrados, Que a falta de otros me mandó buscase, Y que a su tienda luego los truxesse, Donde passò la triste y larga noche, Gimiendo amargamente y suplicando, A Dios nuestro Señor le diesse esfuerço, Para poder lleuar tan gran trabajo, Y luego que la luz entró rompiendo, De la obscura tiniebla el negro manto, Mandó que me llamasen y dixessen, Iuntos los compañeros le lleuase, Y estando à una todos recogidos, Y sin consuelo lagrimas vertiendo, Salio del pabellon todo cubierto, De funebre dolor, manso lloroso, Los ojos hechos carne y viua sangre, Hinchados, tristes, tiernos, mal enjutos, Descolorido todo y trasnochado, Y afligido apretandose las manos, Estando alli parado por buen rato, Assi como del aspero tomillo, Azedo y desabrido vemos saca, Miel para el panal la cauta aueja, Y della se socorre y faborece, Quando los tiempos cargan mas sin jugo, Assi el Gouernador a sus soldados, Desconsolados, tristes, y afligidos, Queriendo por tres veces esforçarse, A dezir su razon quedo suspenso, Con todas las palabras atoradas, A la pobre garganta y tierno pecho, Y luego que el tormento fue aflojando, Algun tanto la cuerda que apretaua, Dexandole alentar con mas sossiego, Assi habló a los flacos coraçones, Señores compañeros sabe el Cielo, Que me lastima el alma verlos todos, Desconsolados, guerfanos, y tristes, Viendo la gran columna que nos falta, En el Maese de Campo ya a difunto, Y en los demas amigos valerosos, Cuias vidas sin par y sin medida, Sirbiendo à las dos grandes magestades, Sabemos fenecieron y, acabaron, La pobre carne ha hecho ya su oficio, Y assí sera razon tambien que el alma, Prosiga con el suyo pues es Justo, Que en todo siempre vaya por delante, No siento aqui varon que no se precie, De soldado de Christo verdadero, Pues como tal su sangre, Cruz y muerte, Viene à comunicar con grande esfuerço, Por todas estas baruaras naciones, Se dezir que no tiene todo el campo, Soldadesca, y exercito de Christo, Vn tan solo soldado en su estandarte, Que segun tuuo cada qual las fuerças, No fuesse fuertemente molestado, Y figurosamente combatido, Dexo todos aquellos que oyeron, Y que por vista de ojos se hallaron, A vn millon de desastres prodigiosos, Con que quedaron todos lastimados, Y assi como nosotros afligidos, Dezidme los demas por donde fueron, Y qual fue la derrota que lleuaron, Los vnos viuos fueron enterrados, Y tambien asserrados otros viuos, A otros desollaron el pellejo, Descoiuntados otros acabaron, Y à bocados de cruel tenaza viua, Vna gran suma dellos fenecieron.

Otros crucificados y azotados, Desquartizados otros valerosos. Tanto mas esforçados y estimados, Quanto mayor martirio padezieron, Si es que teneys espiritu de Christo, Señores compañeros llueuan muertes, Carguen trabajos, vengan aflicciones, Porque el que de nosotros mas sufriere, Mas triunfo, mas alteza, mas trofeo, Es verdad infalible que le aguarda, Y pues esto es assi, varones nobles, Deseche cada qual la vil tristeza, Y à Dios lebante el alma y no desmaye, En quien sin duda alguna espero y fio, Que si con veras todos le seguimos, Que con veras y por su misma mano, Auemos de ser todos consolados, Y luego que el Gouernador prudente, Acabò con su platica, parece, Que qual marchito campo que se alegra, Y brota, crece, sube, y se lebanta, Con fuerça de las aguas que derraman, Las poderosas nuues à su tiempo, Que assi todos se fueron consolando, Sacudiendo de si el disconsuelo, Y dolor melancolico pesado, Con que sus almas tristes lastimauan, Viendo à su General con tanto pecho, Esforçado, animado, y alentado, El qual luego empezo à ponerlo todo, En buen concierto y orden, por si acaso, A nosotros los baruaros saliessen, Y assi determinò Tomas entrase, Como de aquella tierra buen piloto, Y lengua de los indios naturales, A dar auiso a todos los amigos, Que alli golosos del metal sabroso, A descubrir las grandes minas fueron, Para que derrotados se boluiessen, A san Iuan con grandissimo recato, De cuia esquadra quiso adelantarse, El Capitan Farfan en compañia Del Capitan Quesada, porque juntos, Salieron con la nueua de las vetas, Segun que atras lo auemos ya contado, Hecha esta preuencion, que fue importante, Alçose todo el campo, y fue marchando, Lleuando en la banguardia gran cuidado, Y cuerpo de batalla, y retaguardia, Y porque todo fuesse mas seguro, Ligeros corredores despachaua, Que tierra descubriessen y abisasen, De qualquiera subcesso que importase, Y como siempre vemos que aborrecen, La belleza del Sol los mal hechores, No libres de traicion y de encubierta, De noche à punto todos nos velamos, Con cuidadosas postas desembueltos, Y grandes centinelas bien partidas, Con que al quarto del alua juntos todos, Continuamente siempre nos hallamos, Vigilantes y bien apercebidos, Y con este orden fuimos à alojarnos, Fatigados de sed à una cañada, Por cuias peñas fuimos recogiendo, Cierta parte de nieue retirada, Donde el rigor del Sol no pudo entrarle, Aquesta con el fuego regalamos, Puesta en los hielmos cascos y zeladas, Y al fin hizimos razonable aguage, Con que nuestra gran sed satisfizimos, Y aquel que no desamparó los suyos, Qual vedadera senda fue guiando, Nuestros cansados passos de manera, Que llegó à saluamento todo el campo, Muy, cerca de san Iuan adonde estaua, El Sargento bien triste y cuidadoso, Porque nunca jamas auia tenido, De todo nuestro campo nueua alguna, Viendo el Gouernador quan cerca estaua, Mandó salir al niño don Christoual, Para que de su parte visitase, Al Sargento mayor por su persona, Y porque su edad tierna no le daua, Lugar à lo que el Padre pretendia, Para que aquesta falta se supiesse, Y que por el vbiesse quien hablase, Encomendose toda aquesta causa, Al Capitan Quesada, y juntamente, Que fuesse yo con el al mismo efecto, Mandonos que con veras se pidiesse, A todos los amigos que escusasen, De salir al camino à recebirle, Porque seria ocasión de lastimarle, Mas de lo que el venia, aunque esforçando, A todos los del campo fatigado, Tambien nos encargó que con cuidado, Viessemos de su parte à las biudas, Y à todos los demas que perdidosos, Ouieseen por desastre, o mala suerte, De la desdicha de Acoma salido, Y à todos ofreciessemos con veras, De su misma alma y vida todo el resto, Porque con alma y vida procuraua, Hazer en su consuelo tanto efecto, Quanto era bien hiziesse para salbarse, Llegamos pues a casa del Sargento, Cuia vista me puso en gran tristeza, Porque de tres que juntos estuuimos, Dentro de aquel aluergue descuidados, Ya guerfanos los dos quedado auemos, Aguardando encogidos nuestra suerte, Dios sabe qual serà, y tambien el quando, Visitamos tambien à las biudas, Y fue tal el dolor que en todas vimos, Que assi como al Sargento no hablarnos, Menos a ellas palabra les diximos, En esta sazon luego tras nosotros, Llegó el Gouernador con todo el campo, Y estando en su presencia todos juntos, No se escapò garganta que añudada, Enzolbada y suspensa no se viesse, Ni ojos que alli no se quebrasen, Rebentando de lagrimas copiosas, Viendo al Gouernador que auia llegado, Y sin que hombre razon alli dixesse, Solo vbo abraços tiernos y apretados, Criança de buena gorra y no otra cosa, Y assi juntos al Templo lo lleuamos, Donde tambien los santos Religiosos, Sin dezirle palabra le abraçaron, Y rindiendo al inmenso Dios las gracias, Por si buena venida le cantaron, Te Deum laudamus, todos muy contritos, Y acabado el oficio todos fuimos, Con el hasta su casa bien llorosos, Y dexandole alli fue repartida, La cuidadosa vela por sus quartos, Y cada qual se fue qual nunca vaya, Alarabe ni Moro à su posada, Desconsolado, triste y afligido, En su confusso pecho reboluiendo, Cien mil quimeras tristes, lastimosas, Y las zozobras grandess, trabajos, Ordinarios que siempre nos cargauan, El pesado desastre sucedido, La soledad del campo sin su abrigo, La tierra rebelada y alterada, El pequeño socorro y gran peligro, Nuestro flaco partido y corta fuerça, La enemiga pujança si quisiesse, Proseguir en la rota comendada, Todas aquestas y otras muchas cosas, Las lastiniadas almas reboluian, Dentro de sus aluergues alteradas, Y el General prudente que assistia, Velando y no durmiendo en esta causa, Y en cuio ossado y animoso pecho, Los cuidados de todos se encerrauan, Aguardando a la luz de la mañana, Estaua el esforçado cauallero, Y para ver el orden que ha trazado, Pues viene ya rayando el claro dia, Serà razon que yo tambien me aguarde, Y en advertirlo todo no me tarde.

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